Siempre he creído que nací a destiempo, con atrasos de luna que me colocaron de pronto en un contexto de asombro y fuego. Era un espacio que agotado de miedo y enredado en cadenas, despertó emancipado en un territorio de luz. Yo hubiera querido asistir y participar como adulto a este trayecto de trueno, a esta edad de la furia, a esta rabia del tiempo; pero no fue posible.
A los 48 meses de edad tuve que conformarme con caminar torpemente por entre estatuas caídas, charreteras ajadas, pasiones desbordadas, insignias derrotadas, conciencias enardecidas, cortesanos vencidos, rostros envilecidos; junto a un ejército de espíritus insurrectos; era que, La Era ya no era.
Era que la cabeza de la dictadura yacía decapitada, junto a bicornio desgarrado por el hachazo insondable del viento: poco tiempo después la patria, como mi madre, para la niña democracia, la que pudo ser mi novia, la que ame sin conocer, radiante y bella al principio, pero débil al fallecer.
Ocho años después, con el uniforme escolar sudado, calzón ancho y dientes faltando, de vuelta a la escuela y al llegar a la esquina, de pronto me sorprendió la primavera.
Pero la mire, le sonreí y seguí de largo, porque junto a los cuadernos y libros, habituales habitantes de mi mochila, siempre había pelotas y guantes; tampoco pedía entender a mi corta edad el lugar de mis travesuras; porque junto a las grandes paredes me impedían jugar una interminable alambrada de amenazantes molinillos de púas.
Fue mi último día de juegos, también el de la inocencia, porque en esas púas de hierro, se rasgaban la carne como un filoso cuchillo, quedaron para siempre atrapadas mis fantasías, mis correerías como también mis nostalgias.
En ellas como un tatuaje desolado, quedo aferrado el recuerdo de la ciudad echando humo y cenizas de metralla y muerte, danzando en un espiral interminable de cuerpos y muros calcinados, casas y palacios destrozados y por una bandera que ondeaba resquebrajadas en lontananza, como arquitectura sutil de la utopía. Al igual que luce hoy.
A través de esas desgarraduras abiertas por la bayoneta extranjera fue que se coló la bestia que sin piedad se llevo en sus garras los más puros ideales de una juventud sana y progresista en su ira, pero la noche no había quedado atrás, solo había sido rota por el relámpago fugaz de una tregua que, sin embargo, volvió a retroceder antes de que la sombra volviera a recuperar su espacio a despecho del sol.
Fue en ese interregno de oprobio, en esa textura de cieno, donde se sacudió este pueblo como nunca antes, ya lo había hecho en la RESTURACION. De espaldas al sol, de cara al olvido, esposado, amortajado y humillado. Francis tomo la bandera que desde y, de la pubertad aprendió el arte de volar, a volar alto como las gaviotas, aprendió desde tan temprano a desafiar el espacio, a trascender, a competir con el trueno, a estremecer como el relámpago en el infinito.
¿Cómo pudieron desde ese hoyo de Ciudad Nueva resistir el embate de los grandes en Auto encierro poco táctico, y estratégico pero lleno a borbotones de dignidad, conviviendo con alimañas, alternando con bestias, saltar la cerca y ver a Dios, alcanzar la quimeras, trascender los limites y cruzar las alambradas, para crear visiones de cielos y espejismos del mar?, Fue porque allí, donde mi espíritu se forjo en aquella majestuosa cotidianidad sideral de una Academia Militar y en el deslumbre trayecto de las estrellas.
¿Cómo podía entonces, con ese historial de luz, promoverse los antivalores que se perneaban en las sombras? ese mismo historial hizo aflorar la infamia y revelar la mentira, por lo mismo que cometieron el delito del 25 Septiembre pusieron allí, al país en el pozo húmedo de sus brolotes.
Fui forjado soldado con rostro, en los cuarteles donde se hacen verdaderos soldados y donde a cada boca de fusil yo humildemente le amarre un clavel, y porque también en la cavernosa trinchera yo deje caer una flor, un canto, un himno, con la doble perspectiva de un sueno. Amar a la patria es defenderla en su soberanía y defender el poder legítimamente constituido; Pero es también, amar la justicia social. Desde entonces el ritual mañanero del soldado ha cambiado, porque cuando levanta la cabeza para enhestar la bandera, entre asomos de nubes y luz, visualiza la cabeza de Cristo, pero también la figura de Gregorio.