Hoy estamos a solo noventa días para que nuestra deficiente democracia se enfrente a otro desafío electoral, esta vez de gran complejidad por la cantidad de puestos electivos envueltos. El próximo 15 de mayo, 4,213 cargos públicos, municipales, congresuales e incluyendo la Presidencia de la República, estarán en disputa. Los partidos convencionales utilizarán unos RD$1,600 millones del patrimonio estatal para realizar actividades de campaña, cuyo eje central es degradar la actividad política y mantenerla como una transacción comercial, donde existen empresarios del poder con una red de clientes a los que someten a compra y venta de su tiempo, conciencia y voto. Aunque la mayoría de dominicanos y dominicanas no se involucran en esta lógica, pesa en nosotros un estado de ánimo apático y desinteresado hacia lo colectivo. Sin duda, hemos decidido buscar soluciones individuales a problemas básicos que deberían ser resueltos por la gestión pública.
A lo largo de muchos años nos han matado la esperanza, nos han roto la tranquilidad y nos han vendido en pedazos la identidad. Han hecho casi imposible ejercer la ciudadanía responsable en un territorio donde cuesta tanto la vida honrada, y donde tanto el crimen como las tensiones cotidianas pueden matarte en cualquier momento.
Pueden estar seguros de que comprendo y acompaño con respeto a quienes han decidido no “ensuciarse” del poder y sus implicaciones en nuestro país. Durante diez años hice lo mismo, me alejé radicalmente de toda participación política, construí una vida familiar, una trayectoria profesional y académica y estaba seguro que nunca más volvería a vincularme a lo público, desde que en 1998 (aún muy joven), abandonara un puesto menor en el Estado y mi condición de miembro del Partido de la Liberación Dominicana.
Debo confesar que estaba equivocado. Así como cometí el error de creer que el Frente Patriótico en 1996 supondría el uso de un mal, el Balaguerismo, para construir un bien, el proyecto de liberación de este pueblo, igualmente supuse que distanciándome de la vida en común no sería afectado por ella. Pero la realidad es más fuerte que los deseos. El proyecto de poder que hoy se asume amo y señor de nuestro destino como república, se ha degradado a niveles insospechados, hasta convertir su continuidad en el poder en un peligroso precipicio político.
He decidido, como ya he dicho hace unas semanas, asumir el compromiso de participar activamente y sin plazos de retirada en la disputa del poder al orden establecido y sus cómplices, no para ocupar una curul senatorial a título personal, sino para representar los intereses y sueños de una gran cantidad de dominicanos, que no solo residen en la capital. Nosotros los que vivimos en el Distrito Nacional debemos ser los primeros en dar ejemplo al país completo, de que es posible relacionarse con el poder y no corromperse, de que es posible realizar una campaña electoral con transparencia, creatividad, sin abusos de poder, de que tiene que ser posible y obligatorio que quienes aspiren a un cargo público entiendan bien al servicio de quiénes y de qué es que debe estar el poder y sus instituciones en una democracia.
Ciudadanos y Ciudadanas de la capital, sonrían, una vida distinta viene en camino, el futuro es nuestro, hagamos que suceda.