Nunca imaginamos que el cambio está tan cerca como siempre está. Ahí bien sutil, pero de repente los escenarios más improbables, se vuelven una realidad que aparenta ser de todo, menos efímera. Sin lugar a dudas y una vez que empezó esta pandemia del coronavirus (COVID-19), algunos nos sentimos como que fuimos víctimas de un terremoto invisible. Nunca tanto el poema de Borges hizo sentido, ese que establece que el mañana es demasiado inseguro para planes. Parece como que nos desconectaron de nuestra Matrix. Así me siento yo en esta pandemia y me atrevo a decir, que así se sienten muchos, naturalmente. Entre esos, aquellos profesores de centros públicos y privados, que tuvieron que volver a planificar todas sus clases.Y para colmo, a un formato que para muchos puede ser desconocido, es decir, el formato digital. O para otros que quizás el formato no es desconocido, pero no tienen acceso al mismo.

La tarea del docente, no es fácil. Si bien existen múltiples herramientas, aplicaciones y nuevos métodos  tales como aulas virtuales, aplicaciones personalizadas con rutas de aprendizaje, entre otras que facilitan el proceso de enseñanza-aprendizaje, la figura del buen docente, es irreemplazable, como ha confirmado la literatura académica. Dentro de un escenario complicado, muchos docentes y centros escolares en República Dominicana están haciendo los esfuerzos necesarios para continuar sus clases en un formato online. Esto sucede en las escuelas y hogares de estudiantes donde las circunstancias (en su mayoría socioeconómicas) lo permiten. Los docentes deben además de lidiar con temas de alfabetización digital frente a la educación tradicional para garantizar que el proceso de enseñanza-aprendizaje no se pierda con el estudiante. Esto suena muy fácil en la teoría, pero muy difícil en la práctica. Tanto por las razones obvias que afectan al mundo, como también por múltiples factores como administración de recursos, conocimiento de herramientas, rutinas de planificación y evaluación escolar, actitudes resilientes, barreras de conocimiento tecnológica que enfrentan, escasez de equipos necesarios, entre otras. Estas cuestiones siempre han estado presentes, pero salen a la luz en tiempos complicados.

Otra gran enseñanza es la de cerrar brechas de electricidad, tecnología, infraestructura e internet que enfrentan centros escolares dominicanos, públicos en su mayoría

Ahora bien, los esfuerzos y el trabajo de los docentes, si bien no son fáciles y quizás no sean una varita mágica, deben absolutamente ser valorados por la sociedad. Escuchar comentarios que denotan las percepciones sociales hacia el maestro tales como “ay pero esa profesora si está bien, nosotros aquí en la casa con los niños y ella tranquila en su casa”  no contribuyen a este fin. Y son una prueba de la gran subestimación que tiene esta profesión, percibida como fácil aparentemente, por muchos. Y como también confirma la literatura académica. Por ejemplo, en República Dominicana se otorgan becas y se hacen evaluaciones docentes donde en las últimas aplicaciones, han sobrado plazas, a pesar de los incentivos colocados. Otros países, para atraer buenos docentes, han tenido que bajar el puntaje requerido para estudiar esta carrera, siendo esta una de las carreras donde el puntaje más bajo es necesitado. Esto se ha realizado con el fin de atraer postulantes.

Y precisamente, entre las miles lecciones que nos dejará el COVID-19 está la de valorar más o quizás comenzar a valorar la profesión docente. Está también, la de entender que los buenos profesores están formando el pensamiento de los futuros líderes, lo cual no es trivial. Entender que necesitamos docentes más innovadores, más apasionados, que promuevan las competencias globales y complementen sus prácticas con la tecnología. Y para esto es estrictamente necesario invertir en la profesión docente. Otra gran enseñanza es la de cerrar brechas de electricidad, tecnología, infraestructura e internet que enfrentan centros escolares dominicanos, públicos en su mayoría. Sobre todo, esas escuelas vulnerables que no se benefician del teletrabajo porque no cuentan con internet entre otras cosas. Y finalmente está la de entender que la escuela, más allá de ser un lugar donde se supone que los niños van a aprender, es un lugar que muchas veces es un refugio ante la situación que viven esos estudiantes en sus hogares, tales como familias disfuncionales, maltrato infantil, estado de hacinamiento, entre otras. Seamos empáticos en tiempos difíciles como estos. Llegó la hora de buscar soluciones más allá de culpables. Y de vestirnos de resiliencia y adaptación ante la nueva normalidad mundial.