Como si una buena maestra de escuela tomara la mano de un niño pequeño y le pusiera un lápiz entre sus dedos para que intente recorrer suavemente los contornos de cada grafía o letra de las palabras de un texto ya escrito desde hace ya mucho tiempo, este artículo aborda un tema terriblemente doloroso sobre el cual escribí -años atrás- en uno de nuestros periódicos nacionales: la violencia, la inseguridad ciudadana y el crimen organizado. Lo que parecía una pequeña gota de agua se convirtió en el más tempestuoso de los mares sociales. El país y toda la nación están bajo el manto insoportable de este infierno.
Lo que fue en su origen una pequeña fiebre, se convirtió en el peor cáncer que ha violentado y corrompido casi todo el tejido social de la sociedad dominicana. El país está cercado y la complicidad está a la vista de todos. Otras naciones del mundo empiezan a preocuparse por nosotros, por ellos mismos, y ya actúan directa o indirectamente en el caso dominicano, que así pudiera denominarse la situación que nos afecta y arropa; sumamente difícil de solucionar. Pero sí posible, con un gran cambio de arriba a abajo, que lo implique casi todo.
Lo que pudo haberse curado con una pequeña dosis de una medicina de bajo costo, y de adquisición popular, nacional y doméstica, hoy el país necesita para enfrentarlo enormes recursos financieros, técnicos, planes complejos y grandes alianzas estratégicas efectivas. Sin embargo, lo que más se necesita es una verdadera voluntad política y un compromiso con la nación que puedan romper el cerco tendido por la complicidad a todos los niveles. Son las complicidades las que permiten, desde sus diferentes estamentos legales, públicos o privados, las condiciones para la actuación de la criminalidad en el seno de la sociedad.
Las élites sociales y políticas no advirtieron, y actuaron sin visión de futuro y sin sentido patriótico, que los fenómenos del crimen organizado, violencia, inseguridad ciudadana, corrupción e impunidad llevaban al país más allá de la puerta del infierno. Estos grandes problemas -por su propia naturaleza- niegan todos los valores que sustentan nuestra sociedad. Logrado este propósito, entonces se convierten en crimen sin frontera. Y hasta a los propios Estados suelen poner de rodilla.
Frente a esta realidad, ningún sector está vedado para el asalto y la sorpresa. ¿No es ésta la realidad que vive hoy la República Dominicana? Para la violencia, el delito, y el crimen no existe la dimensión de la fortuna ni de la pobreza. El que posee una gran fortuna bajo el duro trabajo pudiera creer que erróneamente que entre su paz y el crimen es grande la distancia. No lo es. Amenazada está también la intimidad de su aposento. Su entorno diario gira sobre un eje de contactos sociales, obligados por su quehacer empresarial, y familiares, que no hay forma de evitar.
El chofer del empresario, como también del alto Ejecutivo, que lo conduce permanentemente de un lugar a otro; el guarda- espaldas fiel; el comprensivo y discreto asistente; la secretaria que toma sus notas y la señora que cocina el manjar del hogar diariamente, todos sin excepción, y no importa la geografía de su realidad social, todos ellos vienen de sectores y barrios que viven y mueren bajo la zozobra que impacta el alma de la gente. La empresa no está exenta. Psicológica y sociológicamente la gente vive afectada por esta realidad física y espiritual, que también toca -de alguna manera- al empresario y al alto gerente.