Esta carta fue escrita originalmente el 24 de marzo. Sin embargo, a propósito de la aprobación en Estados Unidos de los matrimonios LGTBI, un aire de negatividad se ha colado en el discurso cristiano. Por esta razón, he decidido publicar esta nota de mis sentires y pensares como mujer cristiana hacia dicha comunidad.
No sé cómo dirigirme a ti. No sé siquiera si es políticamente correcto llamarte “mujer travesti” o si lo más conveniente es decir “travesti”… o alguna otra cosa. De todos modos, quería escribirte, porque verte hace unas horas me impactó profundamente.
Te pasé por el lado en la Independencia y mis ojos se fijaron en ti. Vi tu frente altiva, tu fiera mirada y tu paso firme que hacía mover tu rubia y larga cabellera. Todo en ti llamó mi atención. Aunque simplemente cruzamos en la calle, esa visión de tres segundos se ha extendido en mi mente hasta este momento y no creo que te olvide.
“¡Ah, pero ese es un hombre!”, dijo uno de los clientes de la licorería de la esquina. “¡Mírala, mírala!”, cuchichearon entre risas dos niñas en edad de escuela primaria. La realidad es que aun fuera como shock, todos, todos los que te visualizaron se quedaron impregnados de tu presencia mucho más allá de lo que habrían planificado hacerlo. Yo entre ellos.
Aunque tus ojos me pasaron por encima un segundo, estoy segura de que no me viste. Yo, sin embargo, te recuerdo con vehemencia. Tu recuerdo está en mi memoria como el de una persona valiente e intrépida. Absorta, vi cómo continuabas tu camino, ignorando sus burlas con la fiereza de quien se sabe dueño de sí mismo. Contemplé desde mi esquina cómo no te abatiste, te volteaste ¡y ni siquiera te inmutaste!, ante los alaridos de otros que evidentemente se creían mejores que tú, tirando piedras sin estar libres de pecado.
Espero que quienes conozcan a Cristo a tu alrededor, puedan ser testigos y fuentes de Su amor. Y espero que algún día no muy lejano, puedas encontrar en este mundo más abrazos y menos odio; más puentes y menos murallas. Espero que en ese, Su amor, encuentres salvación, vida y paz
Tres segundos me bastaron para llenarme de admiración ante una persona extraña. Alguien a quien no había visto me hizo sentir respeto, sólo por visualizar un uno por ciento de su día. Quería decirte que estaba emocionada y conmovida por tu actitud, pero la torpeza de la impresión no me dejó hacerlo.
Mi alma saltó a tu visión. Mis ojos gritaron velados mientras el nudo de mi estómago subía hasta mi garganta. Parecías sacada de la fantástica vida de Eva Luna… Mimí, quizás. Y cuando atiné a voltear para verte, para a hablarte, ya habías desaparecido. Tu vientre y torso descubiertos, tu top rosado y tu falda negra, se diluyeron entre la multitud cual espejismo. No pude hablarte y ni siquiera verte una segunda vez.
Si la vida fuera justa, confiaría en que esta carta se haría viral entre las veloces redes sociales y más temprano que tarde, llegaría hasta tus vivos ojos. Pero aunque la vida no es justa, yo creo en los milagros. Y en virtud de alguno, espero que un día te enteres de cómo me has impresionado sin siquiera hablarme.
Y es que entre todo, lo más importante que quiero decirte es que ahí, en ese momentito, te amé profundamente. Como mujer cristiana que soy, creo con firmeza eso que dice la Biblia de que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Romanos 5.5). En ese amor, ancho y profundo como el mar, espero que tu alma encuentre sosiego.
Espero que quienes conozcan a Cristo a tu alrededor, puedan ser testigos y fuentes de Su amor. Y espero que algún día no muy lejano, puedas encontrar en este mundo más abrazos y menos odio; más puentes y menos murallas. Espero que en ese, Su amor, encuentres salvación, vida y paz. Que como Zaqueo, María Magdalena y la mujer adúltera, que también fueron despreciados y rechazados por su sociedad, tú logres acercarte a Él y experimentar el amor de Cristo, que cambia vidas.
Espero alguna vez reencontrarte para decirte estas cosas, pero si no lo hago, espero que alguien más, que alguna persona por ahí pueda leer esta nota y que al hacerlo, se sepa amada.
Aunque no sé tu nombre, quiero decirte que fue una bendición verte. Y te digo también que te admiro, te respeto y te abrazo.
Que Dios te bendiga inmensamente,
Ansel.