Mesas como puertos o cielos. Mesas donde estás con la sensación de que hay muchas cosas que vienen y se van, se diluyen mientras te tocan. Esta mesa se va repitiendo en Berlín, Santo Domingo, México, La Habana, Nueva York o aquí, en Buenos Aires, en Constitución, en la casa de Sonia Henríquez de Hllito que por algo lleva el número colombino –léase genesíaco- de 1492. Todo ha confluido en esta mesa donde estoy con la hija de un dominicano que dejó de serlo en su dimensión insular para convertir en nuestro Primer Ciudadano del Mundo. Me explico: documento de identidad e identificación aparte, los libros que ahora entrego -que desembocarán luego en la Biblioteca Nacional en Buenos Aires-, estos catorce tomos de las Obras Completas de Pedro Henríquez Ureña, serán sin lugar a dudas un soporte para ir completando el cuadro de comprensión de nuestras culturas en sus principios modernizantes del siglo XX.

Sonia Henríquez y Miguel D. Mena. Foto de Emil Rodríguez Garabot

En una mesa de Santo Domingo comenzó la idea de compilar y editar la obras de Pedro Henríquez Ureña hace ya más de un decenio. En dos de Berlín –en mi casa y en el Instituto Iberoamericano- la maquinaria echó a andar. En otras de Buenos Aires, La Habana, Madrid y Santiago de Chile siguió la fluidez de mesas y páginas gracias a la generosidad de una serie de amigos. Cuando el Ministro de Cultura José Rafael Lantigua nos tiró el lazo de patrocinio económico, pudimos acceder a otros espacios -como el de Nueva York- para finalmente llegar al del Colegio de México, adonde Sonia envió los archivos de su padre. Con el nuevo ministro José Antonio Rodríguez y con el enorme paraguas abierto por Luis O. Brea Franco, ángel esencial de todo esto, pudimos finalmente proceder a la publicación de estos 14 tomos de las Obras Completas.

Recorrer todas estas bibliotecas era como perseguir las huellas por donde Pedro Henríquez Ureña había pasado, dejando su impronta de páginas, papeles y amigos. Acceder a las múltiples versiones de sus escritos –porque sus correcciones y nuevas publicaciones eran constantes-, exigía un trabajo que parecía de Sísifo. Pero el rompecabezas se fue solucionando. Nuestra edición podía ser efectivamente crítica. Así accederíamos a estrategias discursivas, a desarrollos de las ideas, a un diálogo consigo mismo que nunca cejaba en sus intensiones de claridad y profundidad.

En esta mesa en la casa de su hija concluye la travesía. Le entrego a Sonia –le desespera que la llamen “Doña”-, estos pesados volúmenes con la producción de su padre. Pienso en las llamadas telefónicas que le he estado haciendo desde el 2005, cuando le pedí permiso para comenzar la empresa, porque sin ese permiso y sin su apoyo no tenía derecho alguno. Con cada llamada, siempre sentía su generosidad, sus oídos y manos abiertas. En el 2013 pusimos a circular los primeros siete tomos con ella presente, durante la primera celebración del Premio Internacional “Pedro Henríquez Ureña”, convocado por el Gobierno Dominicano y su Ministerio de Cultura. Poco más de dos años después, finalmente concluimos el proyecto.

Naturalmente queda dos capítulos pendientes, que ojalá podamos concluir en un tiempo cercano: la de su biografía y la compilación de su epistolario. Ambas representan grandes retos: la de situar su vida y las complejas relaciones con escenarios intelectuales de México, Argentina, España y Cuba, mayormente. ¿Qué tanto de Pedro Henríquez Ureña hay en Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges, José Carlos Mariátegui, Ernesto Sábato y Octavio Paz, entre muchísimos otros? ¿Cómo pensar en el siglo XXI la eficacia de sus discursos en torno a la “expresión” en lo que él llamó la “América hispánica”? Estas y muchísimas otras preguntas serán algunas de los nuevos retos que nos quedarán por delante.

Mientras tanto, no dejo de celebrar con una tasa de café el cerrar este largo capítulo. Mientras Sonia se fuma su cigarrillito y recordamos sus próximos 90 años -y los 70 de la partida de su padre-, estos libros de su padre semejan embarcaciones que van y vendrán.

Nuevamente queremos decir: gracias, adorada Sonia, por todo el apoyo. También a todos los pedristas que desde tantos rincones dialogan con lo más amplio de lo latino -y también lo ibero- americano. A todos aquellos autores que nos han honrado con sus aportes para la Biblioteca “Pedro Henríquez Ureña” de Ediciones Cielonaranja: a Eva Guerrero Guerrero, a Laura Febres, y también in memorian, a Rafael Gutiérrez Girardot, Alfredo Roggiano y Emilio Carilla, por haber estudiado a través de la obra del Maestro dominicano lo más amplio del humanismo de nuestras culturas. También a dos soportes esenciales en México: a Javier Garciadiego, a Minerva Villareal -de la Capilla Alfonsina- y a Adolfo Castañón, por todo el apoyo que nos han brindado en estos años de estudios y edición.