Julio y Pedro intercambian cartas. Extrañan los tiempos en que forjaron su amistad y vivieron experiencias increíbles en un México que la revolución desfigura.

—Pedro: Recibí tu carta, la cual he dado a leer a casi todos nuestros amigos. Tu temperamento de novelista inglés hace que tus cartas sean tan interesantes como las de James.  (Henry James).

Mis amigas y yo paseamos por la Zona Colonial de Santo Domingo, luego de años sin hacerlo juntas. Julio, por su parte, integra a Pedro en otro paseo con su carta del 10 de agosto de 1914:

—Ayer tarde fui a Santo Francisco a la hora del paseo. Era domingo y de animación inusitada. Con asombro descubrí que ya no hay elegancia en México, ni en trenes, ni en mujeres…

La situación política convulsa en Ciudad de México deprime a Julio. La Habana no logra estimular a Pedro, en compás de espera para irse hasta Reino Unido a estudiar letras, mientras sospecha que la Gran Guerra se lo impedirá.

Se advierte en Julio la desesperanza. Entre líneas se lee su sentimiento de pérdida, ante la posibilidad de que su amigo se marche todavía más lejos.

Leyendo su angustia valoro mi fortuna. Hace dos semanas volví a disfrutar de mis amistades mexicanas luego de seis meses de mi regreso a República Dominicana.  Oírlos, verlos y saberlos vacunados me llenó el alma. Mi amiga Hellen nos recibió en su comedor con chile en nogada para esperar el Grito de Independencia.

Chile en nogada.

Entre sus disfraces típicos (no tuve tiempo de buscar el mío) y el ¡Viva México!, agradecí una vez más la camaradería encontrada lejos de mi país.

Pero, especialmente leyendo las cartas de Julio Torri, ponderé un caudal mayor: el reencuentro con amistades de larga data que dejé en mi país.

Pedro trata de animar a Julio:

—Tú estás solo, vuelvo a pensar ¿Qué harás? Si hicieras un viajecito a La Habana…el elemento femenino es altamente conversable y fascinador. Yo me quedo hasta que algo se resuelva en la guerra europea: que se acabe o se eternice.

Dejar una amistad intacta, a pesar de la distancia y el tiempo, no me perece posible. Todo cambia. Las relaciones de amistad son caminatas y hay que andarlas. A veces solo promenades, en otras, peregrinaciones de largo tramo.

Eso pensaba en mi paseo con Sayi y Toñita. En el curso de la semana, mientras conocía “el paisaje interior” como lo ha llamado Adolfo Castañón, al epistolario entre Pedro y Julio (Ver), validé la dicha de nuestro afecto compartido.

La distancia y el tiempo nos modifican constantemente. Somos personas diferentes en el reencuentro, si acaso se produce. Julio y Pedro se acompañaron en la caminata de la vida solo durante un tramo y luego se separaron abruptamente para siempre. Al leerlos, parece increíble que se hayan distanciado.

Mientras bajaba con mis amigas por la Isabela Católica peatonal, la conversación mostraba nuestras respectivas mutaciones. No obstante, el heladito que disfrutamos era fresco como la continuidad del cariño.

Hace un tiempo, mi otra amiga Vilma me aleccionó sobre la importancia de abonar con la madurez la amistad con otras mujeres de una misma generación. A mi regreso de México, estoy disfrutando en grande de esas y otras amigas mías en edad más sabía y libre.

Con tu partida se acabaron para nosotros los descubrimientos de autores ingleses, escribe Julio a Pedro en una carta escrita el 14 de mayo de 1914.

Al mes siguiente estallaría en Sarajevo el conflicto europeo. Sin embargo, Julio, pasado alumno de Pedro, sabía que su entrañable mentor no tenía la opción de regresar a México, que también se transformaba como nación. No era posible, al menos todavía. La incertidumbre lo torturaba.

Al bajar hasta el Parque Alfredo Pellerano Castro, mejor conocido como Parque los Poetas o sencillamente Parque Rosado, encontramos a Miguel en su Fiesta del Libro. Ante el saludo fraterno que intercambié con Miguel D. Mena, mis amigas me preguntaron el origen de nuestra relación y les conté la entretenida historia mientras subíamos al tercer piso de La Azotea para tomar algo.

Parque Alfredo Pellerano Castro o de los Poetas

A diferencia de Pedro y Julio se conocieron personalmente, y continuaron a través de misivas su amistad, a Miguel y a mi nos sucedió exactamente lo contrario.

Al igual que a Toñita, a quien conocí a través de Sayi, a Miguel lo conocí por un amigo en común. Me lo presentó Pedro. Sí, Pedro Henríquez Ureña. En el afán de búsqueda de los libros que cuentan su vida y obra, conocí al librero que las edita, Miguel D. Mena y nos hicimos amigos. Nadie más nos puso en contacto. Le debo ese entrañable amigo a P. H. U.

Bienaventurada me siento gracias a Miguel D. Mena que nos transporta, como antes los barcos, hasta los mensajes tan elegantes y profundos como los intercambiados por los dos amigos respecto al significado de la amistad. El editor de Cielonaranja recién ha publicado una joya: Pedro Henríquez Ureña y Julio Torri: Cartas, Edición original de Serge I. Zïateff y esa tarde se lo compré.

Epistolario Henríquez Ureña y Torri.

En el poco tiempo que dejan las faenas laborales y caseras, he disfrutado de ese mundo íntimo. Lo llevo en mi cartera y lo he aprovechado a sorbos, montada en los vehículos de Uber. Afuera el caos del tráfico vehicular paraliza a Santo Domingo.

—Doña, ¿usted quiere que lo baje? me preguntó un joven chofer anoche, cuando me vio más interesada en ese librito que alumbraba con el celular que en las rítmicas bachatas de su radio a todo volumen.

—Tranquilo, disfruta tu música, le respondí aceptando que, a diferencia del reclamo atendible de quienes piden lenguaje inclusivo, las mujeres no podemos zafarnos del doñeo, luego de cierta edad.

Torri y Henríquez Ureña me trajeron la frescura que las altas temperaturas de la capital dominicana negaron hasta entrado octubre. Pedro bromea con Julio por un Rioja que le prometió, y exige ayuda para sacar su título universitario mexicano.

Mi amiga mexicana Pamela, a diferencia de Julio, hace gestiones para que me den el mío pendiente, y me hace mucha gracia encontrar a un Pedro para nada mítico, y hasta parecido a mi bromista amiga Sayi, en su sentido del humor.

El prologuista Zïateff explica que los amigos se alejaron y no fue hasta después de la muerte de Pedro que Julio, luego de haberlo criticado por convertirse en un esnob (con o sin razón) entendió el valor de su tiempo cerca de Pedro.

En una hermosa carta del 9 de septiembre de 1914, Julio le escribe a Pedro:

—Me alegro de que hayas descubierto nuevos jóvenes en Cuba…Sé que estás en la amistad con ellos, en el primer período, el deslumbramiento del hallazgo, período de largas conversaciones, y de los únicos goces de tener amigos. Después viene —por lo menos en ti— las épocas de las decepciones profundas … y terminas, al fin de este segundo período, por apartarte de él. Luego viene la aproximación lenta y definitiva; el amigo se convierte en cosa inevitable y molesta y la amistad entra en su período durable y alcanza su fórmula plena: intercambio de servicios intelectuales y morales. (Cito de memoria una carta tuya a Castro).

Finalmente, mis amigas y yo concluimos el paseo por “la zona”. Entrada la noche vimos a Freddy Ginebra en Casa Teatro junto a Diomary “La Mala” en un espectáculo que recomiendo: “Ella canta, él cuenta”. Ella muy diva, el muy sabio.

Freddy Ginebra en Ella canta, él cuenta.

En el crisol de su vida más adulta, el duende Freddy resume el aprendizaje de su existencia. Sonreído repetía: sean felices y perdonen.

Para Sayi, Toñita, Vilma, Pamela, Hellen y el resto de mis amigas, doñitas de aquí y de allá,