No es con puño ni a la loca, sino una garata calculada. Un juego macabro en donde los muertos son sólo un número más, estadísticas. El capitalismo es una ideología peligrosa y los que nos entregamos a ella en los 90’s en esa escalofriante versión neoliberalista, nos imaginamos esta catástrofe. Hace poco, agobiado ante las pagüatadas de Donald Trump, compuse la teoría de que los Estados Unidos promovió tantas dictaduras y caudillos estrambóticos que terminaron creando el suyo propio. Trump no es como la poesía, que “sucede” o “aparece”, sino que es el resultado de un sistema controversial e indeterminado. Si bien es cierto que desde sus inicios el modelo capitalista ha mostrado siempre su frialdad, esta constancia no le resta emoción al hecho de saber que estamos metidos con la mierda hasta las narices y elaborar teorías de conspiración para bregar con la realidad no ayuda en nada.

La ignorancia es una bendición, pero está demasiado cerca de la muerte.

En estos tiempos en que el sentido común está asediado por la inmediatez del deseo. Reconozco que este ahora, en donde el método científico es atacado por la farándula y la farándula es religión, es un momento difícil para convertirse en contemplativo. Envidio la ignorancia, la anemia intelectual. Cómo quisiera ser un troll. Mamá, quiero ser republicano MAGA entregao, para darme mi shot de cloro y coger mi superdupper missile y ser más el más fuerte, el más bragado, pero despierto y digo que no. Así no se puede. El precio que hay que pagar para creer en esa magia es demasiado alto. Se te pide que no pienses y que sigas con los ojos bien abiertos una sarta de mentiras y de slogans. Y eso funciona para algunas cosas, pero aquí cabe bien el dicho que reza: puedes engañar a parte de la gente una parte del tiempo, pero no puedes allantar a toda la gente todo el tiempo. El slogan funciona hasta tal punto. Los banners, los billboards, solo funcionan hasta cierto punto. Como es un banner, una fachada, un objeto vacío, cuelga pero no se sostiene, o sea, no tiene sustancia.

Gane Trump o no en noviembre (porque no solo puede ganar sino que se atreve a ganar por una mayoría superior a la del 2016, anota eso), a mí no me cogerán desprevenido. Por eso me estoy leyendo una novelita muy popular en la literatura del Nueva York de los 1980’s. Se llama Being There y está escrita por Jerzy Kosinski, un autor que me parece bien interesante. Yo supe de él hace unos siete años en un perfil que le hicieron en el New Yorker. Cuando Trump ganó hace un par de años la gente se volvió loca releyendo 1984 de Orwell y eso yo lo aplaudo, pero como ya pasó la fiebre es bueno observar que hay por ahí libros, que no necesariamente son clásicos, que de una forma un otra prefiguraron un Trump.

Kosinsky emigró a los Estados Unidos como sobreviviente de los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial. No hablaba inglés cuando cruzó el Atlántico, pero logró hacerse una carrera literaria en el competitivo mundo editorial norteamericano. Quiero aquí insistir en que no es un escritor conocido, sino un tipo con una vida más o menos jodida que se mudó a Nueva York a escribir. La novelita en cuestión no es nada del otro mundo, digamos, cae casi en la región macabra de la literatura light, como diría (insertar aquí carcajadao pagüatada) Giovanni Di Pietro. Pero por algo más que llevar la contraria yo diría que es en esa ligereza en donde la novela encuentra su gracia. Being There es un engendro de la casualidad. Es la historia de un sujeto sin ningún tipo de profundidad intelectual. Todo lo que conoce, su relación con el mundo, viene dada por las cosas que ve en televisión. Es una historia tan breve y ridícula que cae en el género del chiste. Cuento del que se comenta en la barra de un bar. Algo increíble que solo podría suceder en una galaxia imaginaria o en la pantalla de televisión. El protagonista de esta novelita es un tipo que no tiene pensamientos propios sino que todo lo que conoce es porque está asociado a algún sitcom. No les voy a arruinar la novela, porque es corta, solo les comento que de ser el cuidador de un jardín en una casa de un millonario, este hombre llega a ser presidente de Estados Unidos. Exacto, sin ningún tipo de educación o coeficiente. Un elemento vacío, peligroso, porque ese peligro radica en la frialdad de su vacío.