¡Cuántos recuerdos! Son muchas las generaciones dominicanas marcadas por esta motivante canción escolar que invita a aprovechar el tiempo para avanzar:
¡A la clase, que ya es hora
de empezar nuestra labor,
están haciendo la suya
las abejas en la flor.
Y si trabaja la abeja
y acaba en miel su labor,
trabajemos en la escuela
y haremos algo mejor!
Se trata de un estímulo para el avance. Con esas sencillas letras se nos marcó para ver en las abejas a mucho más que un insecto benéfico. Se nos motivó para asociar el conocimiento con los valores. Se nos inspiró para que, desarrollando habilidades y potencialidades, generásemos bienestar y felicidad.
Todo aquello incluyó la idea de que la tarea de aprender nunca termina. Quizás eso nos abra la puerta para entender que necesitamos acudir otra vez a las clases, aprender a ver más de lo que se muestra, reforzar el apego a los valores, reaprender a gestionar las potencialidades, y hasta entender la importancia de la sostenibilidad.
Retomar esa ruta provocaría grandes beneficios como sociedad. Retomar esa ruta nos “abriría los ojos”. Retomar esa ruta nos volvería más humanos. Retomar esa ruta repercutiría en la seguridad, el bienestar y la felicidad que todos anhelamos.
Conectemos esa ruta con la democracia. Veamos. De la democracia se cuenta que, como expresión, la heredamos del latín, y como práctica viene desde la antigua Grecia. Allá, Platón la consideraba como “gobierno de la multitud”, mientras que para Aristóteles era “gobierno de los más”, de la mayoría.
Después nos explicaron que se trataba del “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Cuentan que lo dijo Abraham Lincoln, como parte de un breve discurso, el 19 de noviembre de 1863, en el cementerio nacional de Gettysburg, mientras la aún joven República Dominicana perdía su categoría para pasar a ser una olvidada provincia española de ultramar.
Lo cierto es que, alejándose de aquellos orígenes del viejo mundo y hasta del propio marco que incluía la emancipación de los negros estadounidenses, la democracia se ha prestado a diversas interpretaciones. Se habla de la democracia directa, con decisiones adoptadas directamente por la población mediante diversas modalidades; la indirecta o representativa, con decisiones adoptadas por personas escogidas por el pueblo como sus representantes, y la democracia participativa, que abre oportunidad para que la ciudadanía tome parte directa y activa en las decisiones públicas.
Hay quienes, quizás creyendo en maleficios, sacan a relucir aquello de que la expresión fuera dicha en un cementerio, que Lincoln terminara asesinado por quienes no comulgaban con sus ideas, y que hasta le costara la vida a Martin Luther King Jr. eso de defender los derechos civiles. Lo refieren como una cadena de señales de mal augurio para una forma de gobierno que hasta el momento ha permitido entenderse a quienes asumen como oficio la actividad política.
Y uno hasta llega a dudar cuando se encuentra con que el país que ha dicho ser, y ha intentado convencer al mundo de que es, ejemplo de democracia, de pronto se vuelve escenario de hechos como la “toma del Capitolio”, en Washington, mientras ambas cámaras sesionaban para certificar la victoria del candidato demócrata, Joe Biden, en las elecciones del 3 de noviembre, buscando poner fin a la incertidumbre generada porque Donald Trump ha estado haciendo hasta lo indecible para no admitir su derrota.
Pero también en República Dominicana podemos encontrar, y hasta sobran, muestras de auténtica crisis en la democracia. Que durante la pasada campaña electoral se engatusara a los votantes de la región fronteriza, haciéndoles creer que se les beneficiaría con decisiones como la ampliación de la Ley 28-01, y que ahora se juegue una especie de “cúcara mácara” entre las autoridades electas, es una señal de inminente muerte de nuestro modelo de democracia.
Bien sabido es que la actividad política está altamente desprestigiada. Bien sabido es que durante mucho tiempo se ha registrado un notable incremento de quienes la usan para “hacer su agosto” en cualquier mes. Pero, ¿hasta cuándo durará esa fiesta?
Todo parece indicar que a la democracia le ha llegado el tiempo para que el pus se encargue de podrirla por completo, a menos que, volviendo a la escuela y aplicando lo aprendido, la renovemos y contemos con formas idóneas para entendernos y lograr seguridad, bienestar y felicidad, con criterio de sustentabilidad.