Al parecer desconocemos que la historia

Se escribe en las calles, cuando los

Oprobios, los abusos y el horror las satura.

El que se hace el bueno deja de serlo por no ser  sincero. Mandar no es un privilegio, no es una tarea vulgar, es un sacrificio y un deber, no merece mandar y ser jefe quien no se hace cada día digno de ello. La subordinación se rompe cuando el que ha de obedecer se niega a hacerlo, pero por igual se rompe cuando el que manda no da a cada quien lo que le corresponde en derecho.

Esas fueron quizás las primeras lecciones que aprendí leyendo estas sentencias en los pasillos, alrededor de la piscina de la Academia Militar, las cuales -al igual que mis creencias- son imputrescibles, no pasan de moda, a pesar del bombardeo de indelicadezas, modernidad “consensuada” y conceptualizaciones etéreas, emanadas de la inmensa mayoría de nuestros “honorables” políticos.

La obstinación, ese estado compulsivo que en ocasiones nos puede llevar hasta la locura, es a veces mucho más importante y valiosa para mantener los principios y obtener los objetivos deseados, que la misma obediencia, aquella que es  mansa, sumisa y que se puede confundir con el miedo, que acapara el valor y hace al hombre perder hasta su razón de ser.

Si ombe, esa obstinación -producto de la impotencia- es la causa principal del por qué, muy a pesar de que constituye un imposible el sólo pretender vivir sin estos políticos, es lo que a veces me hace pensar si estoy sufriendo de una neurosis obsesiva con este quehacer continuo que me está llevando muchas veces a una rigidez en el comportamiento y el razonamiento lógico, que hasta miedo me produce.

Si, obstinación absurda, preocupación constante que me es imposible sacar de la mente y que de vez en cuando me domina de manera inconcebible. Y es el cómo y hasta cuándo tendremos que continuar soportando la oratoria engañosa y el comportamiento descarado y abusivo de esta claque política.

La altanería ya no les permite reconocer lo que la es la armonía, ese encadenamiento entre los diferentes elementos de un todo, esa relación sin tensiones entre las personas. Ya no se percibe el mínimo respeto hacia el pueblo. Han llegado a creerse que lo son todo, que el país gira a su alrededor para darles vida. Ellos, solo ellos y sus intereses, es lo que importa, todo lo demás solo adquiere valor o cierta importancia cuando se acercan las elecciones, el tiempo para buscar el voto que les permita continuar en lo mismo, mientras la miseria le proporciona licencia  para proseguir.

Han desnaturalizado prácticamente todo signo de democracia, de institucionalidad, han carcomido todo signo de moralidad o de principios éticos. Las organizaciones solo son instrumentos a su servicio, porque ningún funcionario osa contradecirlos, debido a que son maniquíes  manejados a su antojo, mientras el país se desmorona. Se cualquerizó la autoridad y todo se ha convertido en una selva. Así vivimos, y aún con todo esto, tienen el coraje de llamar democracia al exterminio sistemático de los principios éticos, morales e institucionales, como si se tratara de una peste. Se ha institucionalizado la imposición de una claque. Réquiem por la institucionalidad. Amen… ¡Si señor!