Hace unas cuantas semanas escribí un artículo titulado “Talento joven” por algún motivo no lo publiqué, creo que habían otros temas más de actualidad y ese podía publicarlo en cualquier momento. En él, valoraba la forma, cuando era joven, porque ya no la escucho, de Virtudes Álvarez, que me encantaba la seguridad con  que expresaba sus ideas. Hablaba también de Faride Raful, de Carolina Santana, de una joven llamada Angélica Noboa Pagán y de un joven portugués que tenía “El diario de la peste”, del cual se despidió hace unos cuantos días.

Pero de una manera muy especial, más detallada, hablaba sobre dos jóvenes: Paola Pelletier, quien en algún momento ha escrito en este medio y de Juan Ariel Jiménez. De ellos decía que eran dos estudiantes que llegaban a la necedad cuando se les mandaba a hacer alguna investigación. Nunca estaban conformes con los datos que tenían. Siempre me preguntaban, ¿pero no hay algo más?

Hoy quiero dedicarle este artículo exclusivamente a Juan Ariel, aunque en el anterior resaltaba todas las cualidades de cada uno de los que hice alusión.

Comenzaré diciendo que cada vez que le hacen una entrevista, no me la pierdo porque lo veo con una seguridad al exponer los conceptos. Con una perfecta dicción y sin una pose, ni teatro. Es simple al contestar, es preciso. Yo decía anteriormente que independientemente de que perteneciera a su partido, no creía que estuviera disfrazando las cosas.

Juan Ariel fue un niño brillante. Responsable, estudioso, sencillo, un niño en sí, encantador.

Otra de las cosas que yo decía era que él no necesitaba ser hijo de… para obtener una beca de estudios. Si se la dieron por eso, no era necesario. Él estaba entre las personas que por sí mismo merecía y podía estudiar en la universidad que se propusiera.

Es verdad que hay muchos de los hijos de los compañeritos que tuvieron ese beneficio, porque de otra forma no lo hubieran podido conseguir. Pero si por Juan Ariel metieron la mano y las influencias, no las necesitaba. Quien tiene talento no necesita padrino para ser bautizado, como dicen en España y  a él, le sobra.

Cuando leí una última entrevista suya, dice que quiere reestructurar el partido al que pertenece. Ojalá pueda reclutar jóvenes a los que pueda impregnarle el deseo de servir, no de servirse. De llegar a ocupar posiciones, no para hacerse millonarios, sino para manejar fondos que no les pertenecen, que los puedan emplear en mejorar la vida de los más necesitados. Que use la experiencia de los que le precedieron, pero que no copie de ellos todo los errores que han cometido.

Y que reine en ellos el deseo de trabajar por el bien común, no como medio de hacer fortunas con el dinero del pueblo.

Me encantó cuando dijo que tiene que trabajar porque tiene familia. ¡Qué bueno que no tenga que estar contando con una cuenta bancaria para vivir de los intereses! Ojalá que pueda siempre andar con su frente en alto, sin temor de que nadie lo señale.

Recuerdo que a los pocos días de ser nombrado en su cargo yo estaba en un restaurant con mi hijo y éste me dijo mira quien está allí, nosotros estábamos dentro y él con unos amigos en la terraza. Yo le dije a mi hijo que lo iba a saludar y felicitarlo, porque donde estábamos él no nos veía. Mi hijo me dijo que si me reconocería, le dije que claro. Cuando vio que abrí la puerta, se paró de inmediato a saludarme con el mismo cariño que me saludan todos los que han pasado por mis manos. Algo que me dijo fue de lo contento que se sentía al verme, porque yo era parte de su formación y que desde pequeño lo conocía.

Quiero compartir una anécdota de cuando él tendría unos siete u ocho años:

Había un acto en el anfiteatro del colegio. Una profesora que es muy efusiva estaba haciendo la introducción y dijo que eso había que celebrarlo con “bombos y platillos”. Juan Ariel con mucha inocencia vino desde el lugar en donde estaba sentado y en vez de ir donde su profesora tutora, vino y se me puso al lado, temblaba y me dijo que tenía mucho miedo, le pregunté por qué, me dijo, -tú no oíste, van a tirar bombas- lo acerqué más a mí, lo abracé y le expliqué a qué se refería la profesora. Él se quedó todo el acto pegadito de mí. Es una de las anécdotas que recuerdo con más cariño.

Juan Ariel, nunca me decepciones.