Si sustituyéramos el título del artículo de hoy, si hubiésemos decidido no poner el nombre propio de quien lo inspira, y cambiar este por alguna otra palabra relacionada con el servicio a los demás, la responsabilidad, el sentido del deber, el amor a la familia o la Patria, no hubiese cambiado el sentido ni del cuerpo,  ni del encabezado de este texto.

Muchos, y algunos más que otros, entre los que se cuenta el autor,  pudimos aprender sentados en primera fila, de este maestro de generaciones; maestro en lo secular y también del sagrado magisterio, desde la cátedra sagrada.

Conocimos de su amor por el prójimo en primera persona y por el prójimo como conglomerado social. Pudimos ver como creer en la gente una y otra vez, a pesar de algunas decepciones propias de la naturaleza humana, era rentable en términos de gratificación moral y espiritual. Aprendimos a dar de gracia lo que por Gracia recibíamos y sobre todo aprendimos a disfrutarlo.

Hoy cuando nos miramos al espejo y encontramos destellos de luz en nuestra mirada o algunas cualidades sobre las que, con un poco de vanidad, podemos sentirnos orgullosos, vemos al Rdo. Hernán en esas luces. Incluso, hasta en algunas manías e imperfecciones que adquirimos también de él y en las que nos sorprendemos de cuando en cuando, sentimos la nostalgia de su presencia.

Aprendimos de su pluma y adquirimos al observar sus actos cotidianos, que ejercer el sentido de la responsabilidad compensa. Que si como individuos intentamos conducir nuestros actos pequeños por caminos sensatos e inspirados en el bien, nuestra sociedad obtendría un valor; aun cuando este solo repercutiera en nuestro entorno inmediato.

Generaciones conocieron de su estirpe, algunos incluso lo llamaron el mejor de los González; otros “simplemente” reconocen que son lo que son en parte a sus aportes desde el púlpito, desde las aulas o desde el rincón en el que se resolvía alguna necesidad. A muchos de ellos, estas, sus palabras les sonaran en el recuerdo:

“…me dirijo a las generaciones por venir, para que superen las acciones y logren las metas soñadas, por los que fueron antes que nosotros…”

De entre esos muchos el autor, uno de ellos,  hoy puede ejercer los reflejos de Don Hernán y estar convencido de que ejerciéndolos ejerce el bien común, y hace lo correcto.

Hoy, al estar colocado en alguna derivación del ejercicio profesional de la arquitectura, el hacerlo bien, el hacer lo correcto y que además sea para el bien colectivo (ya sea la redacción de un modesto proyecto de arquitectura o en la explicación docente del comportamiento de algún material de construcción), es tener la oportunidad de emular su ejemplo y practicar sus enseñanzas.

Muchas gracias Hernán González Roca…Gracias por siempre.