Túnez, Egipto, Yemen, Irán, Bahrein, Irak, Arabia Saudita, Jordania, Libia… Desde hace varias semanas, la región está siendo sacudida por intensos conflictos que resultan de la convergencia de factores políticos, económicos y sociales que, como vasos comunicantes, sustentan los estallidos populares en cada país. En el mundo de hoy, como ha quedado comprobado convincentemente estos días, esos sucesos ni están distantes, ni nos son ajenos.
Y como consecuencia, aparte del ejemplo que pueden constituir las revueltas en estos países árabes para los pueblos de naciones que padecen males similares en distintas regiones del mundo, está el problema del petróleo.
Solo el temor de que puedan producirse interrupciones en la producción o el suministro de crudo en esta zona geográfica traería repercusiones negativas impredecibles en el resto del mundo. En particular, para las economías en desarrollo, y muy especialmente para las más frágiles, que como República Dominicana dependen para su producción de energía totalmente de las importaciones de crudo, los efectos serían catastróficos.
Ya el precio del petróleo había estado subiendo desde que se inició el año, con un incremento sostenido que se ha acelerado en las últimas semanas por influencia de las revueltas en el norte de África y el Oriente Medio.
El viernes, el presidente Leonel Fernández, en su intervención ante un panel sobre el futuro del Medio Oriente después de los acontecimientos de Túnez y Egipto, advirtió que el petróleo podría llegar a costar 300 dólares estadounidenses por barril, si se mantienen los conflictos en los países productores de crudo. Fernández pidió a los dominicanos mantenerse atentos al desarrollo de estos sucesos, porque para la República Dominicana, dijo, "tiene que ver con la supervivencia como nación y las posibilidades de prosperidad y estabilidad"
Esta no es la única amenaza real, ni estamos ante circunstancias que nos permitan solamente mantenernos atentos y teorizando sobre lo que puede suceder o no. Teorizar no es lo más importante ahora. Nadie puede predecir cuánto se prolongará la situación en los países árabes, ni hasta dónde se extenderán los conflictos, ni cuántos países más se verán envueltos por la ola ciudadana que busca cambiar gobiernos y regímenes injustos y desfasados.
En este contexto, mucho menos viable resulta calcular qué repercusión tendrá el factor petróleo, por su efecto multiplicador, en una economía mundial que aun da pasos vacilantes en sus intentos por salir de la crisis más grave de las últimas décadas.
Datos de la Organización de Naciones Unidas publicados esta semana confirman que los precios de los alimentos han alcanzado alturas récord, y que pudieran subir más. En febrero, el indicador oficial de la organización arroja un aumento de 2.2%, el nivel más alto alcanzado desde que la Organización para los Alimentos y la Agricultura (FAO) empezó a monitorear los precios, en 1990.
Otro factor que complica la situación es la elevada tasa de desempleo. Estos dos factores ‒precios elevados de los alimentos y un alto desempleo‒ conforman el "índice de miseria" que tienen muy en cuenta los inversionistas.
Poco puede hacerse en el plano extranacional, y cargamos además con nuestros propios problemas, carencias y limitaciones. Ante tanta incertidumbre, lo más sensato es empezar a actuar en los aspectos internos en los que sí podemos incidir y a los que sí podemos sumar mediante una labor divulgativa convincente a toda la población.
No hay que tener temor en llamar a las cosas como son: somos un país pobre y hay que obrar en consecuencia. Podemos actuar responsablemente sobre los mecanismos que están bajo el control del gobierno, con medidas racionales y factibles, y aplicadas oportunamente, como el ahorro inmediato no solamente en el área de los combustibles, sino de la energía en general, del agua, de los insumos, de los recursos fiscales y de todo tipo, para evitarnos muchos males indeseables.
Desde los tiempos de la colonia, en mi país de origen, la sabiduría popular recoge una vieja y muy socorrida sentencia: "Guarda pan para mayo y maloja para el caballo". Un valioso remedio para tiempos difíciles.