"No volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema”. De un muro en Santiago de Chile
Mientras esperamos que la curva nos indique la disminución de contagios es absolutamente necesario, además de cumplir con el aislamiento, poner atención al mundo que viene, al país que viene. En esa tesitura y tratando de leer los sucesos que nos llegan desde el “exterior”, vemos que la crisis sanitaria también nos pone frente al dicho aquel de que “lo que natura non da, Salamanca non presta”. O, para decirlo más claramente: en estas circunstancias resulta útil apelar a la consigna de campaña de un pretérito candidato chileno que le preguntaba a la ciudadanía “¿Le entregaría usted una locomotora a un niño?”.
Ojalá los últimos sucesos también ayuden a entender lo que todo alumno de ciencia política debiera poder explicar con facilidad: por un lado la diferencia entre Estado y gobierno y, por otro, que en las democracias modernas quienes administran el Estado, los que gobiernan, suelen ser elegidos en las llamadas elecciones presidenciales y no en las municipales.
Antes de iniciar la reflexión acerca de lo que viene, resulta imprescindible insistir, como lo hacíamos en el artículo anterior, que la salud es un derecho humano y como tal es responsabilidad del Estado su plena vigencia y su promoción. Las políticas de Estado, entonces, no tienen nada que ver con las buenas obras de las señoras de una cofradía, de las señoras de los pastores evangélicos o de las asociaciones parecidas. Esas acciones, que no pueden ser más que agradecidas y admiradas, deben asegurarse de ser una ayuda efectiva, que no estorbe, y deben ser canalizadas por los servicios públicos responsables. “Lo que resulta inaceptable es que por razones políticas o de cualquier otra índole, se intenten crear instancias o nichos paralelos al Sistema Nacional de Salud o a las comisiones creadas en virtud de la ley y del Estado de emergencia” (Editorial del Diario “El Nacional”, 7 de abril de 2020).
Valen estas observaciones pues cuando un candidato sale a dar, con cualquier justificación, aunque lo niegue está haciendo clientelismo. Por una sencilla razón eso vale para los candidatos opositores o para los de gobierno: los candidatos buscan votos y si dan, los buscan en forma clientelar. No puede haber discusión sobre este punto. El samaritano de la historia no era candidato, por eso entre otras cosas pudo reconocer a su prójimo.
Debemos aprovechar estos días de encierro para explicarnos el presente y también para entender que los nuevos y obligatorios paradigmas pondrán frente a un potente juicio político, ético e intelectual a quienes han gastado demasiada tinta justificando sus apoyos a los neoliberales y olvidando que el futuro existe. Van quedando pocas dudas de que para ese futuro lo que hace falta son políticos democráticos, intelectuales progresistas y técnicos sensibles y compasivos de las desgracias de otras personas, es decir, plenos de humanidad. (RAE)
Frente al clientelismo desatado que los días que estamos viviendo dejan en evidencia surge la necesidad de reivindicar la política como la búsqueda del bien común. Las instituciones no han estado a la altura de las circunstancias y lo digo entre otras razones, porque me resulta incomprensible que las “ayudas” de un candidato estén siendo canalizadas a través de “las iglesias”. Hasta donde conozco no puede ser que alguna iglesia sea fiel a su misión repartiendo bienes en nombre de un candidato o que los reciba de un postulante a un cargo electivo. Esto no solo es delicado para la Iglesia, lo es también para el futuro del país que será convocado a grandes esfuerzos en los meses y años próximos. Para lo que viene necesitaremos más que nunca de instituciones fuertes y capaces de convocar, persuadir y dar confianza, lo que no es posible con acciones como la que comentamos. Esto ni siquiera sería diferente si los que quieren conseguir los votos que les faltan cumplieran con el imperativo de que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu mano derecha.
Por último quiero referirme a la necesidad de postergar las elecciones. La forma como se ha ido concretando el intercambio sobre el tema me parece tan grave como lo anteriormente comentado, pues demuestra que no existe conciencia acerca de la gravedad de lo que está ocurriendo. Pareciera que quienes dicen estar disponibles para discutir el tema olvidaron que el mundo vive una pandemia, que estamos todos recluidos en nuestros hogares -los que podemos-, que han muerto miles y morirán otros miles. Ante tan enorme inadvertencia sería oportuno saber cuál es la alternativa al cambio de fecha de las próximas elecciones y preguntar si ya se olvidaron que la muy dura condena a la realización de una boda el 14 de marzo llegó al punto de motivar excusas públicas de los organizadores y el país espera las explicaciones por la realización del acto electoral del 15 de marzo (unas horas después de la boda), en el que no fue posible mantener la distancia social entre otras cosas por la necesaria cercanía que exige la compra de votos. O sea: ya hubo una elección en momentos en que debiéramos haber estado “sin salir de la casa”. Faltaría ahora que quieran que les agradezcamos a quienes están dispuestos a una prórroga.
La incomprensión acerca del drama de la humanidad amenazada alcanza el escándalo cuando la razón que se esgrime para proponer fechas para la realización de la elección es la de no obstaculizar el 16 de agosto. Al escuchar esas argumentaciones uno se pregunta si es que no se han dado cuenta de que la obligación de posponer las elecciones tiene su origen en la pandemia y no en lo que dice o ignora la Constitución. Imagínense la torpeza que quedará en evidencia si cuando llegue la fecha que proponen estos modernos augures estamos afortunadamente vivos pero todavía con toque de queda, desplazamientos limitados a la farmacia o al supermercado, etc.
Entonces, no es posible poner una fecha. Lo que sí es posible es alcanzar acuerdos acerca de la forma en que se decidirá la fecha para las elecciones aplazadas aceptando que el motivo del aplazamiento es un suceso cuyo control no depende de acuerdos políticos. Hasta ahora lo único que parece disminuir el avance del virus es el aislamiento y otras medidas de higiene que han promovido los gobiernos. Así las cosas y como no contamos con adivinos, solo el fin de la pandemia puede determinar cuándo se celebrarán las elecciones presidenciales y congresuales.
En otras palabras, lo único que me parece posible es asumir que las elecciones serán convocadas por la Junta Central Electoral 24 horas después de que la Organización Mundial de la Salud declare libres de Covid 19 a la República Dominicana y a los países enumerados en el Artículo 116 de la Ley Orgánica del Régimen Electoral (Colegios electorales en el extranjero). En ése y solo en ese momento se podría establecer la fecha de realización de las elecciones y dar inicio a la campaña electoral.
Vista esa realidad me arriesgo a afirmar que la reforma a la Constitución parece ser inevitable y que el 16 de agosto pudiera haber transmisión del mando, aunque, claro, no sería entre el actual presidente y el ganador de las elecciones presidenciales de 2020.