Podemos mentir con las palabras, pero no con el cuerpo. El lenguaje corporal desvela los secretos ocultos en el interior de los discursos. El uso de las manos transmite significados diversos de lo que sienten, viven y ocultan las personas en sus discursos. Los gestos y ademanes están estrechamente relacionados con la mucha o poca fuerza energética de las palabras, cuando son agitadas de un lado y para otro ante los interlocutores. 

De los dedos de la mano, el índice es el más expresivo y el que más significado tiene en la comunicación política oral.  Hay una semiótica sicoanalítica que lo relaciona con el falo, pero ese no es el interés de este escrito, sino el de la subjetividad en el discurso político, en el tramo final de la presente campaña electoral. El uso del dedo índice por los candidatos que compiten señala direccionalidad y una imagen de poder.

En los actos de habla de sus propuestas sobre la seguridad ciudadana, a los electores (Diario Libre, 9/6/2020), los tres candidatos principales apuntaron con el dedo índice.  Gonzalo Castillo apuntó más alto que los opositores, por encima de su cabeza, para proponer la creación de un programa de Seguridad Ciudadana, vinculado directamente a la Presidencia, en coordinación con las Fuerzas Armadas y demás organismos estatales. Como individuo lingüístico de un discurso preparado, revestido del apoyo oficial, con el dedo en alto, movilizó los verbos de acción de crear, expandir y adoptar, en la que enunció la necesidad de un acto de enunciación figurativo del héroe. Con una imagen de poder de un candidato fuerte enfrentará la desgracia de la inseguridad ciudadana y la falta de oportunidades para desarrollarse en este país.

Dedo índice de los aspirantes presidenciales

 

En segundo lugar, Leonel Fernández apuntó con el dedo firme más abajo que Castillo para proponer el desarrollo de una Estrategia Nacional de Seguridad, prometer capacitación, enfrentar el crimen organizado, rediseñar, elaborar y mejorar.  Hay mucha emotividad en sus palabras y en la forma de agitar el dedo, típico de un argumentado combativo y desafiante.  Cada palabra dicha revela seguridad y locuacidad. 

El tercer candidato-Luis Abinader- es el que más bajo apuntó con el dedo a la altura de su barbilla, pero es el que más buscó la interacción de igualdad con su público.  No muestra la imagen de poder autoritario, sino más bien de conciliador y dialógico. Ha levantado el dedo índice delante de su rostro para contactar a su público, sin vestigio de amenaza ni de molestia. Es moderado en comparación a sus opositores. Sus palabras brotan con menos energías, pero dirigidas sobre un punto específico en la audiencia. Los verbos utilizados, – crear, ofrecer, endurecer y ampliar…- apelan a la ética de la gestión pública; al control, según él, sobre el acceso, porte y tenencia de armas.

El candidato de Alianza País estiró el dedo lejos de su rostro y con pocas energías para denunciar en San Francisco de Macorís que el presidente Danilo Medina y el Partido de la Liberación Dominicana pretenden celebrar las elecciones con el pueblo "secuestrado". Su comunicación intersubjetiva es cuasi unilateral y menos emotiva cuando se trata de persuadir a la audiencia. No obstante, revela franqueza en sus palabras.

Guillermo Moreno

En cambio, Hipólito Mejía, quien ha manifestado apoyo a Luis Abinader, extendió el dedo al frente con mucha fuerza en la mirada. Es revelador de una imagen de poder discursivo tenaz, semejante al candidato oficialista, para rechazar la entrega del 30% de las AFP a los propietarios de esos bienes y considerar que “es demagogia barata, quienes proponen jugar con el dinero de envejecientes”.

Hipólito Mejía

En definitiva, los políticos han mostrado con el uso del dedo parte de su perfil como líderes y sus promesas más allá de sus posibilidades reales. Lejos de mi creer que los discursos políticos están exentos de la demagogia.  Las verdades en políticas son a medias o inverosímiles.  Los planes ocultos de los políticos se saben una vez están en el ejercicio del poder. Un veterano en la arena política, un orador de los pies a la cabeza -Joaquín Balaguer- que alzó su dedo índice con fuerza, afirmó en la ciudad de Barahona, el 21 de mayo de 1966, faltando diez días para realizarse las elecciones generales, que no se podía concebir la política sin el pecado de la mentira. Utilizaba una premisa universal para afirmar que todos los grandes conductores de los pueblos, aun los que han poseído en mayor grado el poder hipnótico de la palabra hablada, han incurrido ese pecado en momentos culminantes de la vida pública:

“Solo aquellos que se dedican ocasionalmente a la vida política, pero que no bajan a la plaza pública a cotejar a las multitudes y a recibir en la cara el soplo de las pasiones enardecidas, han pasado por las alturas palaciegas sin haber hecho una sola concesión a la musa de las inspiraciones populares…Churchill, la más grande figura estadista de los tiempos modernos abusó de la demagogia para muchas de sus victorias electorales”(Joaquín Balaguer, La marcha hacia el capitolio, 1973,  p.301).

Sin embargo, el propio caudillo reformista afirmaba que el político no podía estar ofreciendo villas y castillas a quienes son llamados a elegirlo para un cargo en la administración pública. Hay una frontera que separa la quimera de la promesa y la que puede hacerse efectiva.  En realidad, Balaguer buscaba sonsacar a la juventud de esa época para que votara por él y desacreditar a las fuerzas revolucionarias radicales que conquistaban el corazón de la juventud. Eran consideradas por él, como antidemocráticas, violentas y quiméricas.  Todavía existe demasiada pasión en nuestro país para sentarnos a conversar sobre las críticas del viejo caudillo a una generación juvenil que se inmoló en el martirio, henchida de cambios radicales, de la que él también fue culpable.

Termino con estas palabras de una joven estudiante universitaria, que en un debate sobre la crisis de valores, en octubre del 2018, levantó la mano, pero no el dedo para decir:  “Profesor, los políticos no van a cambiar, sino cambia la  familia y la sociedad, que son las que están mal”.