Ironía. Presente de la ficción política. Bofetadas a la democracia.

Lo que se ha presentado en el ecosistema electoral como imagen y producto es una fórmula de la violencia, concentrada como y aplicada como degeneración del sujeto político, aspirante a  una estructura amueblada, instruida por el yo-Estado contra el sujeto denegado.  El sistema propaganda instituido sobre la base de una economía de la pérdida politizada por un ícono que no responde a ningún programa coherente de justicia, democracia, derecho o cambio, ejerce como figura su fuerza poderosa,  en un teatro ideológico de por sí corrompido como figura, indeseable como propósito autoritario y como función o presencia política en crisis.

¿Qué propone la trama, la escena o esa dramaturgia de la violencia estatal que cada día se expande como tipo, modo y encuadre  negador de todo lo que amenace su futuro, su estatuto de poder y de hacer, en este presente de la degeneración y la opresión llamada “legal” de un cuerpo ideológico y un hablar que mienten, engañan y obligan a la rebelión y la respuesta?

Se trata de un mecanismo que, como figura de poder y lenguaje, empuja al disidente y al oponente a propiciar respuestas desde la voz acusadora en un contexto de crítica, resistencia y ruptura que motiva otro espacio, otra forma de usar la ley y los derechos legítimos de un ciudadano, golpeado por ese personaje que está sentado en ese símbolo, ese espacio-fuerza que es el gobierno que controla desde su panopticum a los reclusos sociales y culturales.

Todas las narrativas que hablan y pelean en la actual batalla entre sujetos, lenguajes y contextos, construyen necesariamente la escena del desencuentro y la transindividualidad.  Lo político, en este caso, prohíbe el fondo mismo de la verdad que niega la institución estatal corrompida en sus bordes, centros y pseudofunciones.  Cada sujeto implicado en la nómina del Estado-gobierno es una sombra dirigida, un personaje de la Colonia penitenciaria kafkiana, vigilada e instruida para matar al otro desde la alteridad y el ícono, la máquina absurda y dictatorial que manda, autoriza, aniquila, destroza cuerpos o firma la reclusión como parte de un aparato dominante activo, oficial y oficioso.

En efecto, el actual gobierno que “a las buenas o a las malas” quiere-poder-quedarse violentando mecanismos con el concurso de compras, alianzas de vidrio, papel, corrupción y desnaturalización de las formas jurídicas, necesita ajustar las fases de un relato arreglado, construido, controlado y propiciado como negación de lo real del sujeto que para él es solo una figura sin fondo, sin línea de libertad ni poder en el espacio alterado de una democracia que, en nuestro caso es pura pantomima, simulacro y farsa trágica activada como bloque, cifra, cardinal política neodictatorial sustentada en corporaciones responsables del proceso de pérdida, deterioro, cinismo, robo, saqueo, manumisión y destrozo de la moral social establecida por la tradición republicana, liberal y democrática del país.

Sin embargo, el sujeto público se ha convertido en una monstruosa fábula impuesta y dirigida por el actual presidente y su tribu insaciable de poder, dinero y autoridad.  La fábula, el ícono, el gesto y el lenguaje de dominación, representan todo un teatro de disolución de la identidad del dominicano, reducido a letra, propaganda, cartel, nombramiento, celebración, promesa, cola y pata, máscara y burla en un bestiario donde predomina el amarre, la contumelia, la injusticia y la violación de todo derecho a decidir su posicionamiento político, social y cultural.

Ciertamente, el PLD ha creado un nuevo “dominicano” hasta hoy inexistente como función pública y privada.  El dominicano que ha diseñado y creado el partido-gobierno actual ha sido una especie, un ente fundado en la apariencia, obligado a establecerse y conformarse como máscara, gesto vacío, bulto, mentira y negación de derechos políticos.  Dicha fórmula  y construcción neofascista es propia de un programa que desde el 2004 hasta hoy se ha propuesto disolver “lo dominicano”, su identidad, su cultura y sus valores para vaciarlo de su contenido y convertirlo en un ícono y una fábula numérica, digital, una indicación, una clave, un signo económico, una fotografía, un carnet, un clic y un medio vaciado de contenido.

En el marco de dominación actual, el dominicano ha sido obligado a mentir sobre su propia condición social, su  productividad alienada, su rostro político neutro.  Víctima de un plan macabro de poder y fatalizado por un llamado “destino político”,  el dominicano de nuestros días es la mayor víctima del peledeísmo dominante que es, hoy por hoy, una suma de partidos aliados, comprados, negociados, asociados a corporaciones económicas y mafias articuladas por conocidos tránsfugas sin propósitos de desarrollo ni vertientes de verdadero progreso.

El basurero clientelista basado en promesas para el futuro, donde el hombre sin escrúpulos que administra actualmente el país se ha inventado miles puestos de trabajo en una país que supuestamente funciona bajo los ejes de una economía creciente y floreciente; la necesidad del voto comprado, usurpado y alterado, ha hecho que ese Estado violento y dominador “supere”  supuestamente la pobreza, el analfabetismo, el desempleo y todos los males sociales del presente.

¿Qué más quiere la miseria política dominante? ¿A qué aspira el actual gobierno en el presente de esta monstruosa desesperanza? En la República Dominicana de hoy la razón, la moral y la verdad han muerto.  El Estado-gobierno actual asesina todos los días la esperanza, el derecho y la ley.