Sea fraile o diputado, catedrático o limpiabotas, quien sabe quitarse la correa , doblarla y sacudirla en el aire, quiere amedrentar o pegar. Amenaza con "dar pela", sacar sangre con el cinturón hasta someter al otro. Son movimientos reflejos, aprendidos, difíciles de improvisar: zafarse la hebilla, sacarse la correa, doblarla en los extremos, sacudirla en el aire y, si fuese necesario, azotar.
Los correazos viene de lejos, y hasta llegaron a tener prestigio, época de oro: se flagelaba para disciplinar, buscando el éxtasis espiritual, o con intención de expiar pecados. Se creyó , algunos siguen creyéndolo , herramienta pedagógica: " Con sangre la letra entra". Pero a través de los tiempos, siempre entre sus promotores se han olfateado aberraciones.
Cuanto más primitiva es una sociedad, mayor frecuente es el maltrato físico entre semejantes. En occidente, cualquier tipo de agresión física es ilegal, rigurosamente punible, Republica Dominicana incluida. Pero aquí seguimos dando pelas. Para ser más exacto, tengo que decir que son los hombres quienes siguen pegando a los débiles. (De ninguna manera pretendo exonerar a las mujeres pues ellas también, aunque con menor frecuencia y contundencia, exhiben comportamientos agresivos.)
Es casi seguro que nuestras pelas provienen de un destilado de aquellos inmisericordes latigazos que "metían en cintura" y aterrorizaban a los esclavos negros en las plantaciones. Correa sustituye a látigo a fuete y a chucho.
La preponderancia del uso del cinturón disciplinario, " the whipping"( el fueteo), en poblaciones afro americanas ha sido validada por rigurosas investigaciones. (El esclavo aprendió el método opresivo de sus dueños blancos, y lo utilizó benevolentemente con sus hijos más travieso, evitando que fueran singularizados como problemáticos por algún capataz dispuesto a arrebatárselos o flagelarlos sin conmiseración hasta mutilarlos) . A nosotros nos ha debido pasar algo parecido. La pela tiene su historia.
Surgen estas disquisiciones, mientras veo por Youtube-necesitaba verificar el hecho- a un diputado representante del poder intentando callar, correa enlatigada en mano, a una brillante e impecable joven política; de esas que deberían reproducirse como conejos para recomponer a este país. Aparte del primitivismo, abuso, machismo, irrespeto y vulgaridad de ese gesto, por lo demás espontaneo y reflejo, quedé conmocionado por su simbolismo, acaso un mensaje oculto de los que gobiernan: te callas o te pego, sigues la corriente o te maltrato, si denuncias te someto.
Nada provoca tanta agresión ni tanta angustia como un adversario indoblegable, capaz de interrumpir el ritmo avasallador de cualquier poder desmedido. No importa si ocurre en familia, en negocios o en templos políticos, el abusador se desenfrena cuando percibe fortaleza en quienes daba por doblegados. Las represiones más sangrientas se desatan durante el ocaso de los regímenes dictatoriales, o cuando el hombre intuye que la pareja a quien somete está a punto de revelarse.
Si las mujeres se sienten vejadas con esa correa legislativa que advierte, la nación debe sentirse preocupada: ese látigo puede ser, quiérase que no, el anuncio de una "pela de falda alzá" en las nalgas de esta endeble democracia.