Cuenta ella que se le cerraban los ojos de cansancio, cuando escuchó el susurro en lo profundo de su alma: “Ora por tus hijas”.  La escuchó e intentó obedecerla, pero cabeceó varias veces mientras balbuceaba unas palabras.  El sueño la estaba venciendo cuando la volvió a escuchar: “Ora por tus hijas” le urgió, con un mandato suave, pero firme.

Entendiendo que era meritorio actuar, se sentó en la cama, para levantar la cabeza y no sucumbir al sueño otra vez.  Dice que oró por lo cotidiano; su seguridad, sus mentes y corazones, que sus acciones estén de acuerdo a la educación recibida, que resistan tentaciones…  entonces le susurraron: “Ora por sus cuerpos”  La madre cambió la tónica de la oración y bendijo por nombre y apellido a cada criatura, pero esta vez, pidió que sus extremidades fueran cubiertas, que no les pasara nada malo en sus brazos, pies, estomago, bueno todas las partes.

En fin que los minutos avanzaron, el sueño de las más de 18 horas del día despierta y alerta reclamó y también la dulce voz cesó de hablar.  Parece que el mandato había sido cumplido.  Horas más tarde, siendo aún de madrugada, la mujer y sus hijas se apresuraban a alistarse para llegar a tiempo a los dos colegios, conscientes de que el tránsito de Santo Domingo a las 7:20 de la mañana ya está en sus buenas.

A pesar de que el padre también está en la casa y también tiene carro, no se dispuso a llevar a una de sus hijas, porque su estilo de liderar la familia es, dejar que se metan en problemas, en este caso que lleguen tarde, para que esto le sirva de lección a su mujer, y se levante aún más temprano.  Lo cual no aplica a sí mismo, pues él permaneció en cama, a sabiendas de la necesidad.  En fin que la mujer pendiente más en cumplirles a sus hijas que en pelear son el marido, calienta su carro y entra las mochilas, mientras una de las hijas abre el portón de la verja.  Tal es la prisa, que la niña ejerce mucha fuerza, y al empujar, la puerta se sale de sus goznes cayendo.  Desde el carro la madre mira con horror cómo la pesada puerta se le viene encima a su delgada e indefensa hija, sin que a ella le dé tiempo de hacer nada.  En momentos así ocurre un paralelismo de tiempos que resultan inexplicables, pero son reales.

Ella vio en cámara lenta cómo la niña fue esencialmente “sacada” de debajo de la puerta.  Entre la fuerza de gravedad, el pesado portón, el lugar donde se encontraba la niña y los pocos segundos que transcurrieron no era posible que no fuese aplastada.  Sin embargo, la niña logra salir por uno de los lados, quedándole sólo uno de sus pies debajo de los hierros, los cuales precipitándose en el piso, hicieron un ruido tan estruendoso, que todos los vecinos corrieron a ver y aún el leccionario padre es tirado de su cama.

Cuando éste sale, la mujer está sacando el pie de su hija de debajo de los hierros, cuestionándola para saber cómo se siente.  A lo que escucha la voz del hombre reclamarle que esas cosas pasan porque ella no se organiza.  Nada de cerciorarse si su propia hija está bien o cómo sucedieron las cosas.  De su boca lo usual es que salga un látigo para fustigar y culpar, pues eso es lo que abunda en su corazón, lamentablemente.  La sabia mujer, sólo quitó los ojos de su hija, para expresar al hombre su asombro de que esté más interesado en culparla que en el bienestar de su cimiente.

En fin que tras confirmar que la pierna no estaba rota, sino que la piel estaba manifestando los moretones del golpe cuando la puerta apenas le sobó, la mujer abraza a su hija y eleva una oración de agradecimiento:  “Gracias Dios mío por haber librado a mi hija de este golpe y hasta de la muerte, Gracias Jesús”.  En eso abre los ojos, esta vez desorbitados y atentos.  Eso era –dijo- por eso me pusiste a orar anoche por cada parte de sus cuerpos.  Tú sabías lo que iba a pasar y me hiciste orar para cubrirlas.  Oh Dios –decía- y yo que tenía tanto sueño y no oré tan responsablemente como debía, y aun así nos ayudaste Dios Santo! ¡Gracias por ser tan fiel!

En fin que se fue con las niñas, tras unas radiografías, en efecto, no hubo roturas.  Unos ligamentos fueron recomendados para inmovilizar el pie, de modo que el músculo se recuperara con los menos movimientos posibles.  Una semana más tarde, la chica corría y saltaba, como si no le hubiese pasado nada.  Me daban el testimonio y por la piel me recorrían escalofríos.  Al igual que esta madre, yo reconozco la acción de Dios en este milagro, y la lección aprendida es, hacerle caso a la suave y dulce voz que nos alerta, cualquiera que sea la circunstancia.  No es un presentimiento, es la voz de Dios, para los que dicen no saber cómo ÉL habla.

1 Reyes 19: 7-15 Y volviendo el ángel de Jehová la segunda vez, lo tocó, diciendo: Levántate y come, porque largo camino te resta.Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios.

Y allí se metió en una cueva, donde pasó la noche. Y vino a él palabra de Jehová, el cual le dijo: ¿Qué haces aquí, Elías?El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.

El le dijo: Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová. Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto.Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado.Y cuando lo oyó Elías, cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva. Y he aquí vino a él una voz, diciendo: ¿Qué haces aquí, Elías?

El respondió: He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida.Y le dijo Jehová: Ve, vuélvete por tu camino…

¡Bendiciones!