“Te diré el secreto de la política: amistad con Rusia” -Otto von Bismarck.

Llegué a Rusia en misión de estudios una fría tarde de finales de septiembre de 1975. Tenía 21 años y estaba lleno de ilusiones y sueños redentores. Luego de dos días en Moscú, me enviaron, junto a otros compañeros dominicanos y de otras nacionalidades, a la entonces República Socialista de Ucrania, concretamente a la hermosa ciudad de Járkov, en la zona oriental del país.

Mis intereses se definieron de inmediato. Si bien permanecí físicamente en Ucrania durante doce años, mi atención se centró básicamente en Rusia. Además de interesarme por sus escritores clásicos, me sentí fuertemente seducido por la historia de este inmenso y enigmático país. Una historia henchida de grandes proezas civiles y militares, colosales sacrificios humanos, prolongadas y sangrientas guerras e impresionantes logros técnicos y científicos.

Puedo decir con toda franqueza que el ruso es un pueblo asombrosamente determinado, pertinaz, enfocado, laborioso, con frecuencia inaccesible para los extraños, pero extremadamente abierto, alegre, hospitalario y espontáneo con quienes llega a considerar sus amigos.

La historia de esta gran nación demuestra que el pueblo ruso puede emerger de las ruinas, recomponerse y edificar verdaderas maravillas; elevarse desde la ignominia a la grandeza; hacer del sacrificio un estilo de vida y llegar al fanatismo cuando sus convicciones tienen que ver con la preservación de lo nacional.

El pasado jueves 9 de mayo Rusia celebró, como es costumbre todos los años, el 74 aniversario de la victoria sobre las infames huestes hitlerianas. En todo el país, es una gran fiesta nacional conocida como el Día de la Victoria. Recordamos de esas entusiastas jornadas festivas los desfiles de los viejos veteranos de la guerra en las plazas de las principales ciudades, cargados orgullosos de medallas y reconocimientos. Los que teníamos la suerte de dominar el idioma ruso, nos enriquecíamos oyendo sus sentidas historias, acompañando sus lágrimas y conociendo detalles asombrosos de aquella grandiosa epopeya militar de todos los tiempos. Solo los sobrevivientes podían transmitir a las nuevas generaciones con la debida fidelidad las particularidades del desenfreno heroico y temerario de los soviéticos en las principales batallas.

No advertí nunca en estos veteranos con quienes tuve la suerte de charlar durante once años, asomo alguno de odio, resentimiento o altanería soldadesca. Sus palabras reflejaban el orgullo del deber cumplido. También la convicción de que las nuevas generaciones de ciudadanos rusos y del mundo no olvidarían jamás los 27 millones de soviéticos sacrificados, entre civiles y militares, en los mortíferos campos de batalla.

Para nosotros el significado del 9 de mayo va más allá del interés de preservación de la integridad del imperio soviético. Es un hecho de trascendencia mundial que salvó al mundo de la esclavitud y el exterminio masivo. Los siniestros campos de concentración, donde millones de seres humanos fueron vejados, torturados y aniquilados, sin discriminar entre civiles, militares, mujeres y niños, era solo un avance del destino que aguardaba a la humanidad si la despiadada y paranoica camarilla de Hitler se alzaba con la victoria en la URSS, el real terreno de las batallas concluyentes.

Si hay un acontecimiento donde se pone a prueba el llamado “inextricable carácter ruso” es la Segunda Guerra Mundial. El arrojo, la irreflexión emergida del amor a lo suyo, la determinación temeraria, la osadía y el optimismo de millones de soldados y civiles rusos y de otras nacionalidades soviéticas, no tienen parangón en la historia de los últimos mil años.

Algunas de las batallas más sangrientas y feroces de la resistencia soviética decidieron la solución de este conflicto que cambió el devenir de la historia. Por más que los intereses occidentales quieran demostrar lo contrario, la realidad es que su tardía intervención directa (apertura del famoso segundo frente) ocurrió cuando la guerra estaba decidida en los campos de batalla de la URSS.

Recordemos a Brest donde solo 10 mil combatientes demostraron con el sacrificio de sus vidas que el blietzkrieg o guerra relámpago solo llegaría a ser una tercera apuesta fallida al sometimiento de Rusia (Napoleón en 1912 y el sitio de 14 potencias occidentales al naciente Estado Soviético).

En Stalingrado murieron más de un millón de soviéticos, mientras cientos de miles de fanáticos hitlerianos encontraron allí su descanso eterno. La victoria soviética en esta batalla se coronó con la humillante marcha en la emblemática Plaza Roja de Moscú de decenas de miles de soldados capturados en ese infernal enfrentamiento bélico, incluido el general Friedrich Paulus, jefe supremo del 6º Ejército Alemán. Nunca más pudieron Hitler y sus generales saborear victorias estratégicas.  El descalabro del poderío alemán estaba decidido. ¡Los soviéticos asumieron como suya la consigna de la Orden hitleriana núm. 227: ¡Ni un paso atrás!

La humanidad debe recordar que la batalla de Stalingrado junto a la de Kursk, al mayor choque de hombres y de técnicas militares de la historia (8000 vehículos blindados, 5000 aviones y 3 millones de soldados) terminaron de apretar la soga justiciera que ya pendía del cuello de la nación agresora. La contraofensiva iniciada en Kursk en 1943, que siguió con la liberación en agosto de ese mismo año de las ciudades estratégicas de Oriol y Bélgorod, concluyó con el izamiento de la bandera soviética en Berlín.

No hemos mencionado la batalla de Leningrado, hoy la hermosa y floreciente ciudad de San Petersburgo. Miles de páginas se han escrito sobre esta hazaña excepcional de los rusos. En los 900 días que duró el cerco, uno de los más largos de la historia, 1.5 millones de ciudadanos rusos prefirieron la muerte por hambre y frío a la rendición ignominiosa.

¡Reconocimientos al pueblo ruso! ¡Reconocimientos y agradecimientos eternos a las más de 100 nacionalidades soviéticas que lucharon hasta la muerte por la liberación de sus pueblos! ¡Loas a los soldados soviéticos a quienes atribuimos con sobradas razones históricas el mérito histórico de liberar a la humanidad de la peste del nazismo alemán!