Para ilustración de los lectores ajenos al fascinante mundo de estas altivas, airosas y nativas residentes de nuestros verdes espacios y utilizada como ornato en nuestros espacios urbanos, debemos inicialmente precisar el significado de algunos términos botánicos y populares que no solo facilitarían la comprensión de este trabajo sino apreciar el nivel de resistencia de un miembro del reino vegetal, que como todos sabemos, tienen el valor de morir de pie.  Ante el peligro no huyen como nosotros y los animales.

Este esbelto ejemplar es conocido científicamente  con el nombre de Roystonea hispaniolana en honor al militar unionista norteamericano Roy Stone siendo oriunda de la isla que compartimos con Haití.  Preferimos llamarla individualmente con el exclusivo nombre de palmera  en lugar de palma al ser este último un sustantivo que indistintamente puede designar la parte interior de la mano; un aplauso; la gloria o el triunfo y el área interna del casco de las caballerías entre otros.

Palmeral y no palmar es por lo tanto un bosque o plantación de palmeras.  Palmetum es un jardín botánico especializado en palmeras o un área del mismo destinado al cultivo, investigación, conservación y exhibición de diferentes tipos de palmeras.  Palmito es el meristemo apical de la palmera extraída del cogollo tierno estando constituido por los intermedios de las hojas las cuales tienen que estar sin abrir. Es la única parte de las palmeras nativas comestible por los humanos representando una delicatessen donde no prospera esta erguida especie.

El fruto que botánicamente es una drupa – contiene una sola semilla – se denomina palmiche y en nuestros campos se emplea para la alimentación de los cerdos.  El racimo frutal despojado de ellos se conoce popularmente como tirigüillo que por su fibrosa resistencia se emplea como escoba para barrer.  El aceite de palma contenido en la nuez de los frutos  es rico en un ácido orgánico llamado palmítico, y de la savia obtenida en el cogollo al fermentarla obtenernos lo que se conoce como vino de palma de bajo contenido alcohólico.

Asimismo destacaremos que el tronco de las palmeras proporciona tablas para la construcción de viviendas en el campo dominicano.  El palmiste es el nombre de la palmera aceitera – Elaeis guineensis  – y del aceite extraído de sus frutos, que es diferente al de la palmera local teniendo más semejanza con el extraído del coco.  El palmiste es cultivado en Indonesia, Malasia, Filipinas, Brasil y en África  Occidental utilizándose para la elaboración de margarinas, jabones, cosmetología y en la cocina.

Finalmente subrayaremos que aunque la palmera aborígen es en su conjunto la más gallarda de las palmeras conocidas, aprecio en gran medida la forma de las palmas, de las pencas de la palmera Manaclas al recordarme por la gran densidad de sus pinnadas hojas  una enorme cola de zorro, así como la conocida palmera cana – Sabal umbraculifera – en cuyo aspecto parecen fundirse las magras siluetas de Rita Indiana y la ex modelo  Twiggy.  Hay una gran población de estas últimas en los alrededores de la ciudad de Santiago y desde luego en el Malecón de Santo Domingo.

Después de estos datos introductorios deseo significar que mi “palmofilia” ha tenido dos motivaciones tenidas una en mi niñez y la otra en la pubertad.  Antes de cumplir los seis años de edad vivía en la calle Beller –donde nací – casi esquina 30 de marzo en Santiago, y el patio de nuestra casa era paredaño con el del vecino Narciso Román cuya residencia, aun existente desde 1941, está ubicada en la calle Máximo Gómez esquina Sully Bonnelly en el casco histórico de la ciudad corazón.

La verja de esta última y parte de la vivienda está construida con piedra de sillería que le da un aspecto de castillo medieval y accediendo por una puerta lateral situada en la Sully Bonnelly se ingresa al patio en uno de cuyos ángulos había entonces una pileta donde dos o tres caimanes estaban confinados.  Su fiero y antediluviano aspecto me atemorizaban pero al mismo tiempo me atraían tal y como sucede con todo lo prohibido, la vedado.

Próximo a los saurios había una palmera solitaria de mediano tamaño cuya hermosura y visible desamparo secuestraban mi imaginación, no me cansaba de admirar su imperiosa y estirada silueta al extremo que por descuido y con la intención de disfrutarla me senté al borde de la pileta corriendo el riesgo de ser agredido por una de esas bestias. Desde mi más temprana edad y sin causa aparente, la palmera típica del país ha ejercido sobre el autor de este trabajo una oscura seducción.

Ya en los años cincuenta del siglo pasado y residiendo a comienzos de la actual avenida Hermanas Mirabal de Santiago, teníamos entre otros vecinos frontales la familia Balcácer-Vega la cual en su extenso patio trasero que se prolongaba hasta los rieles del antiguo ferrocarril había desarrollado Doña Josefina un heterogéneo jardín floral donde las rosas, los cigarrones, las begonias, velos de novia, lirios, caléndulas y heliconias entre otras eran cultivadas con esmero y dedicación.

En medio del mismo y como una especie de columna pompeyana prosperaba en soledad una soberbia palmera nativa de erecto tronco y exuberante penacho que parecía compadecerse de la pequeñez y menudencia de sus compañeras florales establecidas en sus alrededores, y la presencia constante de cigüas y gorriones en la punta de la flecha, los grandes nidos construidos sobre el palmito, los racimos colgantes de palmiche y la brisa acariciando sus obedientes palmas hacían mis delicias en aquel entonces.

Estas dos juveniles experiencias me convirtieron en un ardiente partidario de la contemplación de las palmeras criollas y cada vez que estoy de viaje en el extranjero y probablemente por deformación profesional les giro una visita a sus parques, bosques y jardines botánicos apersonándome a los palmetums de estos últimos para conocer tanto las especies endémicas como las introducidas, cuyo avistamiento me proporciona un placer similar al procurado por una ruina histórica o una pintura célebre.

Corriendo el riesgo de importunar a más de un lector citaré a continuación algunos palmares famosos hacia los cuales me he desplazado para su contemplación al visitar ciertos países. El admirable palmeral de Elche en Alicante, España, declarado patrimonio de la humanidad desde el año 2000; el costero y enmarañado palmeral de Vai alrededor de la playa homónima en el litoral oriental de la isla de Creta en Grecia, que es el único existente en el bajo vientre europeo.

El desmesurado palmeral de Marrakech, Marruecos, ubicado en la salida de la carretera hacia Casablanca conformado por unas 150,000 palmeras datileras ocupando un área de alrededor de 12,000 hectáreas. El de Maspalomas en la isla de Gran Canaria, España, compuesto por la variedad Canaria, y el espectacular Allée DUMANOIR –Alameda o Paseo Dumanoir- en la isla caribeña de Guadalupe, que es un palmeral de 1.3 a 1.5 kilómetros de longitud a ambos lados de una recta de la carretera que une BasseTerre con Point à Pitre, la capital. Detener el vehículo y observarlo en detalle es un goce sin igual.

El autor estima que todo lo antes relatado contribuiría a la comprensión del descomunal disgusto, el enfado mayúsculo que padecí al avistar la brutal actitud asumida por un desaprensivo empleado de una compañía de mantenimiento vial que sistemáticamente podaba el penacho de una palmera autóctona localizada justo en frente de mi ventana con la finalidad de despejar, desembarazar, el espacio aéreo callejero alrededor de las redes de distribución pertenecientes a la empresa donde trabajaba.

Se trataba de un ejemplar solitario que sin haber sido previamente sembrado crecía y se desarrollaba –tendría de 15 a 17 años- en el espacio verde de una acera en la calle Helios, teniendo como vecino inmediato un árbol de aguacate que en la actualidad fructifica por primera vez. En un principio el verdugo se limitó a la eliminación de las palmas secas y colgantes otorgándole a la palmera un aire de garçon, aquel clásico corte de pelo femenino que le confiere a la mujer una atractiva apariencia andrógina.

En posteriores visitas, el desalmado no solo se limitó al corte y retiro de las palmas desecadas que pendían lateralmente al tronco sino también a las verdes, sanas y perpendiculares al tallo único, incluyendo a veces una que otra en posición oblicua con respecto a este último. En este caso quedaba al descubierto un intrincado nido construido con los más diversos elementos estructurales, emprendiendo la huída las cigüas que con perseverancia y destreza lo habían fabricado.

A mediados del pasado mes de agosto el despiadado obrero de la empresa encargada del mantenimiento del cableado urbano de la zona, y como si hubiese sido instruido por dirigentes del califato islámico o ISIS, procedió con un afilado machete a suprimir desde su base todas las pencas que aún subsistían dejando para el final la flecha terminal que cortó de un sólido y limpio tajo. Todo este bochornoso episodio lo observé impotente desde mi ventana. Un verde ecologista lo hubiese denunciado por daños y perjuicios a la foresta.

Con el propósito de examinar su interior, a finales de ese aciago día busqué entre los palmáceos rastrojos la flecha cuya punta siempre indica el levante, percatándome de las rudimentarias estructuras que de un verde muy tierno hubiesen conformado la futura penca, la próxima palma que la insensatez de un operario truncó. De su bestial intervención solo quedó el tronco de la palmera, el palmito envuelto por yaguas marchitas y un desordenado nido vacío que recordaba el afro de la negra norteamericana Angela Davis.

Desde entonces y al despertarme veo con frecuencia un par de cigüas posadas sobre el muñón terminal de la mutilada palmera las cuales son sus picos dirigidos hacia el tronco parecen preguntarse sobre la futilidad del vandalismo realizado o la posibilidad o conveniencia de anidar en otra palmera dotada de una mayor protección. Tengo la impresión que el tallo único no se roleará para la obtención de madera para la construcción y restará como fálico testimonio de la torpeza y salvajismo de la humanidad. Cuánto suplicio gratuito.