La esencia del concepto “creole” fue producida por los negros nativos en esta isla para diferenciarse del negro nacido en África. Esta noción tiene su origen en el latín “criare” que significa criar o educar y se usaba originalmente para nombrar a todos los nativos amerindios. Luego, sería tomado para designar las especies humanas, animales y plantas traídas al nuevo mundo a partir de 1492. El diccionario francés del siglo XIX lo reservaría para definir exclusivamente al blanco nacido en América, aunque posteriormente fue usado para distinguir al negro nacido en el Caribe del blanco procedente de España. La trayectoria del término tiene el interés supremo de describir al sujeto nacido y criado en estas latitudes caribeñas, al mismo tiempo que busca distanciarse de sus matrices culturales originales.

Estamos claros que, semánticamente, creole y criollo significan lo mismo en dos lenguas diferentes. En la particularidad dominicana, los linderos de su expresión cultural están constituidos por su especificidad criolla, pero en ningún momento puedo decir que la cultura nacional es creole. Automáticamente, para nuestra construcción mental, lo creole hace referencia directa a la negritud y como no somos negros, resolvemos el conflicto colocándolo como una confrontación con la cuestión haitiana. Un sujeto exterior que no podemos ni queremos ser. ¿Por qué, en la práctica, son dos conceptos con realidades y sentidos distintos?

Lo creole no forma parte de lo aprendido en el sistema social y educativo dominicano ni en su manifestación cultural o lingüística. Cuando nos referimos a su existir, nos vincula con valores extranjeros: lengua, haitiano, magia, África y negritud. Aparentemente, su significado no guarda relación con nuestra matriz criolla formada por una población con un 49% de ADN africano. Tampoco, nos aclara la explicación de nuestra identidad nacional porque su conexión con nuestras raíces africanas es “escandalosa” para el caso dominicano. Aprendimos, luego de un largo y tortuoso proceso histórico, que no somos negros, sino que constitutivamente formamos una cultura basada en el 39% de ADN europeo y que sobre eso no se discute, es un asunto tabú y cerrado.

Decir que somos creoles, implicaría introducir de manera consciente el componente africano como un elemento regenerador de sentido dentro de nuestra cultura y es aquí donde radica el verdadero problema o conflicto, ya que esa inclusión nos ¨haitianizaría¨. Esta noción asume otro nivel de conciencia reflexiva en nuestro reajuste cultural, que no es asumido por el insípido, inodoro e incoloro concepto criollo. El concepto creole saca a la luz un elemento esencial y alternativo a ser debatido e incluido en el recuento identitario dominicano para poder propiciar una real base científica del debate.

¿Por qué su exclusión y cuáles son sus implicaciones en nuestro recuento cultural presente?

En la creolidad, las tradiciones africanas-taínas e hispánicas son parte de un único recuento no totalidades culturales separadas como pretende el discurso nacionalista y proyecto de nación vigente. La exclusión de cualquiera de estos elementos, además de ser el origen de todos los conflictos de memoria colectiva y de reajuste cultural, es la destrucción real  y progresiva de la nación construida por algunos para beneficio de todos.

El ciudadano común, no separa sus tradiciones culturales en su búsqueda de sentido cotidiano, sino que por el contrario, es esa síntesis de valores o tradiciones lo que genera las condiciones espontáneas e irreflexivas como una búsqueda de respuestas ante una sociedad inconclusa por estar reñida entre el malestar identitario presente y sus orígenes históricos.

La creolidad no solo se asume por su carácter de inclusión de las tradiciones negras, taínas e hispánicas, sino  por ser fundamento de un único espíritu epistemológico del recuento nacional y por ser una propuesta alternativa a la lectura vigente que construye la dominicanidad presente como un nicho elitista y de radical exclusión.

Incluir la reflexión sobre lo creole es desconstruir el discurso oficialista, sustentado exclusivamente en el 39% de ADN de tradiciones europeas. Este absolutismo hispanista tiene una relación muy estrecha con el carácter de marginalidad, corrupción, crisis educativa y democrática vividas por la gran mayoría. Podemos constatar que el ocultamiento de las tradiciones africanas, no queda exclusivamente manifestado como un enfrentamiento contra la negritud, sino sobre todo, contra el mismo diseño nacional.

La visión contemporánea de lo nacional genera mundos paralelos con un aparato estatal que asienta sus raíces de poder, justamente dentro de las mismas separaciones culturales que se quieren interpretar como meras crisis sociales. Las famosas crisis sociales no solamente están  fundamentadas en las fragilidades económicas, sino que sobre todo tienen su base en un malestar existencial de definición y de falta de orgullo del dominicano. De todo esto, el episodio provocado con la Señora Ministra de Educación Superior, es solo un botón.