El próximo martes 16 de agosto Danilo Medina jurará de nuevo respetar la constitución de la República. Lo mismo que hizo en agosto del 2012. El camino que  lo llevó de nuevo al poder ha abierto un espacio dictatorial, y el retroceso de las magras conquistas institucionales edificadas a duras penas a partir del año 1961, junto con la pérdida ostensible de la calidad de la democracia, están a la vista de todos. El torneo electoral que facilitó su reelección fue una batalla sucia y desigual. Después de la muerte de Trujillo, ni siquiera en los  variopintos torneos electorales  del doctor Joaquín Balaguer, se había visto un uso tan desmesurado de los recursos públicos. Fue un proceso electoral histórico, abusivo, que le granjeó el poder despótico al nuevo Dios morado; pero que lo dejó huérfano de legitimación.

Cercenó la democracia interna de su propio partido, cercando,  atemorizando y pulverizando en el terror a Leonel Fernández. Compró el voto partidario en las instancias legislativas usando recursos públicos, y manipuló la voluntad de los partidarios del leonelismo trocando reelección por reelección. La retícula de poder que se instala el martes próximo tiene no solo la reelección del demiurgo, sino la del 90 por ciento de los senadores, las tres cuartas partes de los diputados, y un poco más de la mitad de los alcaldes. Una vulneración flagrante del derecho constitucional de elegir y ser elegido, y una raquítica expresión de la democracia partidaria. Además, su megalomanía dejó en cueros el ego de Trujillo. Lo prostituyó todo para permanecer en el poder, comenzando por su propia palabra. Trampeó el sentimiento del votante instrumentalizando la miseria con los recursos del Estado, e inundó la televisión, las calles, las avenidas, las carreteras, los sitios electrónicos, los periódicos, la radio, y hasta la intimidad de los hogares; con su cara sonriente y un estribillo que nos hacía creer que él era el paraíso en persona. Mercadeó la “oposición”, y  la infamia y la vergüenza de la compra del voto se legitimó públicamente. Aplastó sin piedad toda noción de ética en la práctica política.

La atmósfera dictatorial suele polarizar la vida y la palabra, y aunque todos hemos vivido la realidad de un sufragio en el cual más de un 35% es un voto de temor (USUFRUCTUARIOS DE LAS NOMINILLAS B Y C, SOLIDARIDAD, BONO LUZ, BONO GAS, BONO CHOFERIL, EXONERACIONES A LOS RICOS, EXCÉTERA))  nadie habla. Nos hemos pasado más de dos tercios de nuestra seudo república luchando contra el autoritarismo, y siempre nos sorprende  el advenimiento de lo insólito. Danilo Medina es, aunque la larguísima tradición autoritaria lo apoye, la reticencia de nuestro silencio, la maldita desgracia del nombre que siempre queremos desterrar de nuestra historia por una extraña fatalidad, y que siempre regresa: Dictadura. Tomando en cuenta que desde el fondo de la realidad social dominicana  actual vivimos en una “cuasi-dictadura”, ese poder que se instala el martes 16 es como el susurro de la escama del réptil.  La hipercorrupción es la que impuso la obligatoriedad del continuismo, y la hipercorrupción es lo que  intentará volver a imponerla. Ese Danilo Medina que jurará éste martes 16 respetar la constitución que él  modificó para reelegirse, intentará hacer lo mismo en las elecciones del 2020. Que jure y perjure, que dibuje un país de maravilla apoyándose en la enorme propaganda que intenta invisibilizar la miseria material y moral del país; que desguañangue el débil andamiaje institucional respondiendo a la hipercorrupción que maneja el grupo económico  que  invirtió en su proyecto; porque ya él no engaña a nadie, la ambición y la angurria de poder se ha repetido tanto en la historia dominicana, que el imaginario popular la ha fijado como algo “natural”; consustancial a una esencia de la dominicanidad; siendo, como es, un orden histórico particular de la práctica política que la legitima. Y fue el fenómeno de la hipercorrupción el que transformó súbitamente toda la naturaleza de clase de la pequeña burguesía del PLD, abriéndose con la movilidad social unos apetitos cuya ausencia de límites ha borrado cualquier escrúpulo. ¡Que jure defender la constitución el próximo martes! El espacio dictatorial trae una desventurada ráfaga que amenaza clavarnos como país en la demencia del dictador. Caricatura de nación en la que moramos bajo instituciones formales, y una dictadura real. Con un tipo reinando que se cree un Dios.