Muchos son los intelectuales que se han preguntado si a Dios le importa el destino de sus criaturas. Los hay que afirman que sí. Existen otros que juran que no: estos estiman que Dios manifiesta indolencia frente a las tragedias humanas.
En el primer grupo podemos incluir a los autores de la Biblia. La Biblia recoge episodios según los cuales Dios seguía de cerca a la humanidad. El libro del Génesis, por citar solo uno, está lleno de ejemplos: la historia de Adán y Eva, de Caín y Abel, de Noé y su familia…
Por otro lado, San Agustín explica que el origen de los males que afectan a la humanidad hay que buscarlo en nuestros propios actos. Esta hipótesis se sustenta en el concepto del ‘libre albedrío’. Dios nos ha dado la potestad de elegir entre el bien y el mal. Pero la más de las veces hemos escogido el mal. Nuestros males, en consecuencia, son frutos de nuestras decisiones, de nuestras acciones. En otras palabras, nuestros males son culpa nuestra y no de Dios.
En épocas más recientes, sin embargo, muchos son los que estiman que el interés divino que despertamos en nuestro creador parece haber desaparecido. Veamos algunas hipótesis con las que se ha tratado de explicar tal desinterés.
Albert Camus afirmaba lo siguiente: “O bien Dios no existe o es un desalmado”. Se basaba en su propia vida. Tras una interminable agonía, su padre murió antes de que Camus tuviera edad para recordarlo. Camus nunca entendió el porqué de tales desgracias.
El poeta español Antonio Machado, por su parte, no dudaba de la existencia de Dios. Pero sí del interés de este por la raza humana y por sus súplicas. Así lo deja entender en el siguiente poema:
Ayer soñé que veía
a Dios y que a Dios hablaba;
y soñé que Dios me oía…
Después soñé que soñaba.
Finalmente, la novelista belga Amélie Nothomb comienza su novela “Metafísica de los Tubos” con una extraordinaria interpretación del silencio de Dios. Para ella, Dios es “la satisfacción absoluta”. Dios “no desea nada, no espera nada, no percibe nada, no rechaza nada y no se interesa por nada”. Dios “carece de lenguaje y, por tanto, también de pensamiento”. Dios no tiene ninguna necesidad de crear algo porque la nada lo colma sobradamente.
Nothomb agrega que Dios se asemeja a un recién nacido. Para ella, “las únicas actividades de Dios son la deglución, la digestión y la excreción”. Estas actividades vegetativas atraviesan el cuerpo de Dios sin que Dios se dé cuenta de nada. Dios es como un tubo. Como el tubo digestivo de un recién nacido. Por ese tubo pasan también nuestras plegarias, sin que Dios lo sepa siquiera.
Sopesemos ambas visiones y preguntémonos: ¿Vale la pena, entonces, elevar oraciones hacia Dios?