El candidato del PRM, Luis Abinader, es una de las grandes revelaciones políticas y una promesa sólida de relevo generacional, pero temo que haya apostado todo al 15 de mayo. A los errores comunes a todos los candidatos a la Presidencia que se dan sin excepción en los procesos electorales, especialmente cuando las rivalidades se tornan irreconciliables, Abinader tuvo en la fase final del certamen tres tropiezos muy visibles, con un alto costo político.
La elección como candidatos al Congreso de tres figuras públicas muy controversiales del negocio del transporte de carga y de pasajeros, inexplicablemente dio la espalda a reclamos de la sociedad civil y del sector empresarial, de donde él proviene y forma parte. Se interpretó como una acción para atraerse el voto de esos sectores, pasando por alto el hecho de que una de las grandes discusiones de la agenda nacional se relaciona con los efectos negativos que para la economía y el desenvolvimiento cotidiano tienen los odiosos y costosos monopolios que en sus respectivas áreas de negocios ellos representan y la posibilidad, además, de que en un eventual triunfo suyo esos grupos dejaran de ser sus aliados y pasaran a ser sus peores antagonistas.
Los términos de su arreglo con un sector del reformismo, impidieron otras alianzas y las concesiones que la hicieron posible, echaron a un lado compromisos previos con mucha de su gente que quedaron así marginados y desamparados en sus aspiraciones de alcanzar candidaturas por las que habían luchado al tomar partido en la crisis interna del PRD que dio nacimiento al PRM. Su intervención en el programa de Univisión con el periodista Jorge Ramos, al que tuteó tratando de ser amigable, ha tenido efectos muy negativos sobre su figura. Allí cayó en una clásica trampa, al verse obligado a responder preguntas propias de una emboscada sin poder diseminar ninguno de sus mensajes. ¿Dónde están sus asesores?