VIII.- El concilio vaticano II.

Juan XXIII,  demostró una alta comprensión de los problemas de la humanidad al convocar el Concilio Vaticano II. Este concilio, convocado a comienzos de 1959, puso en evidencia, en opinión de algunos teóricos ligados al catolicismo, a tres posiciones dentro de la Iglesia Católica: a los conservadores, que consideraban intangibles-aparte de algunos retoques— la orientación de fondo y la estructura de la Iglesia romana, tal como ha venido definiéndose desde la contrarreforma, y sobre todo desde el Concilio Vaticano I (1869-1870) hasta el papado de Pacelli; a los moderados, que buscaban el compromiso sobre la base de adecuaciones y retoques que modernicen en el plano formal sin tocar a los núcleos esenciales derivados de la tradición, y, finalmente, a los innovadores, que consideran necesario un esfuerzo crítico y auto—crítico suficiente que aligere el catolicismo de todo cuanto parece más anacrónico y estridente en contraste con la sociedad humana de nuestros días, en vías de rápida transformación por impulso de los grandes cambios sociales, técnicos y culturales.

Al inaugurarse el Concilio Vaticano II, el número de prelados con derecho a participar en él era de más de dos mil, de ellos 853 de países  Europeos, 290 países asiáticos, 273 de países de Africa, 325 de Norteamérica, 465 de América Central y del Sur y 63 de Oceanía.

El grupo más fuerte en absoluto era el de Italia (385); seguido por los norteamericanos, 196; brasileños, 58; mexicanos, 52; argentinos, 50; congoleses, 44; colombianos, 43; filipinos, 40; ingleses, 39, etc.

El documento más importante del Concilio II es el “esquema 13”.  Este documento, ha sido severamente censurado: lo han considerado “oscuro” ambiguo, superficial, indigno del Concilio. En la fase final del Concilio esta pieza  fue el epicentro del debate.

El nuevo esquema consta de un proemio y de tres partes. La primera parte,”Característica de la situación humana hoy”, corresponde en cierta medida a algunos anunciados contenidos en el proemio del viejo proyecto (los considerados signos de los tiempos). En la segunda parte “La Iglesia y la condición del hombre”, se examina, entre otras cosas, el fenómeno del ateísmo.

En la tercera parte, dedicada a las tareas de los cristianos en nuestra época, se divide en cinco puntos: dignidad del matrimonio y de la familia; la elevación de la cultura en este mundo; la vida económica y social; la vida política, y, por último la comunidad internacional y la paz.

Sobre este último punto, a propósito de la exigencia de condena absoluta de la guerra atómica, química y biológica, se estableció un debate significativo. “Una amenaza de destrucción gravita hoy sobre la humanidad, dijo Máximo IV, patriarca de Antioquia y quien llegó a ser cardenal.

Se habla con frecuencia de la guerra justa, más ¿qué motivos pueden legitimar moralmente una destrucción que equivaldría a un cataclismo mundial? ¿Es lícito acaso destruir una civilización y a pueblos enteros bajo el pretexto de defenderlos? Del concilio —concluyó- deberá emanar una declaración clara, solemne, en la que se condene toda guerra nuclear, química y bacteriológica. Esta propuesta provocó la inmediata reacción del obispo auxiliar de Washington que defendió la posibilidad y la licitud de conflictos con empleo de armas atómicas de pequeño radio de acción, fácilmente controlables. Es sintomático que incluso algunos periodistas norteamericanos y periódicos han considerado este discurso más bien “Como manifestación del pensamiento del Pentágono que como concepción digna de un pastor de almas.

IX.- Los comunistas españoles

Doy continuación al desarrollo del gran impulso que le dio Juan XXIII,  a la Iglesia Católica durante su gestión.

Fue determinante el papel desempeñado por el Papa Juan XXIII, al frente de la Iglesia Católica. Sus ideas sirvieron para que comunistas y o católicos en todo el mundo buscaran un acercamiento sincero en base a principios y cada uno manteniendo su concepción ideológica. Las ideas reflejadas en Pacem in Terris calaron en distintas personalidades ligadas al catolicismo e incluso hasta los más altos dignatarios. También los partidos comunistas, en los distintos continentes, reafirmaron su posición de luchar unidos con los católicos llevando a la práctica la idea externada por Lenin con respecto a la característica de la lucha por el socialismo en cada país.

En víspera de la Revolución de Octubre Lenin escribió estas líneas que cuadran perfectamente para orientar la alianza de los creyentes y no creyentes y que demuestra lo propio de cada movimiento socialista conforme la realidad objetiva de los respectivos pueblos: “Todas las naciones llegarán al socialismo, esto es inevitable, pero todas llegarán de modo diferente; cada una aportará su originalidad en tal o cual forma de la democracia, en tal o cual variedad de la dictadura del proletariado, en tal o cual ritmo en las transformaciones sociales de los diversos aspectos de la vida social. No hay nada más mísero desde el punto de vista teórico y más ridículo desde el punto de vista práctico que, en nombre del materialismo histórico, imaginarse el futuro en este sentido de un solo color grisáceo. Eso sería una mamarrachada y nada más”.

Ciertamente una mamarrachada seria creer que, sabiendo que existen en el mundo alrededor de mil o más millones de católicos, se puede hacer un movimiento social sin contar con ellos. En cualquier país donde predominen los católicos es imposible que triunfe un movimiento democrático sin su concurso, y tal situación no se presenta solamente en Latinoamérica, sino también en Europa, y particularmente allí donde la Iglesia Católica tiene influencia determinante en el seno de la sociedad.

Tratando el tema de lo positivo de la alianza de comunistas y católicos, Santiago Carrillo, quien fue miembro prominente del Partido Comunista de España, sostuvo que es sintomática la política iniciada por Juan XXIII… en el terreno político—social esos cambios se manifiestan en el hecho de que numerosos movimientos católicos de masas ya no puedan ser controlados y considerados por nosotros como movimientos puramente reaccionarios y conservadores, encargados de hacer penetrar en el pueblo el opio de la religión. Estos movimientos presentan el aspecto de movimientos reformistas, que se proponen modificar por el camino de las reformas las injusticias del régimen actual; y dentro de ellos los elementos más avanzados declaran su simpatía por el socialismo como un régimen técnicamente más eficaz y socialmente más justo que el capitalismo. Amplios sectores de las masas católicas, incluso no pocos sacerdotes, vuelven ahora la vista hacia los ejemplos del  cristianismo primitivo, cuando éste era la religión de los esclavos y de los libertos, de los hombres privados de derechos, de los pueblos subyugados o dispersados por Roma y encuentran en ese pasado razones do coincidencia con los comunistas.

El citado dirigente comunista español comprendió la realidad de su pueblo, la realidad española y no escatimó esfuerzos para que comunistas y católicos creyentes y no creyentes, luchen unidos por las libertades públicas y por la liberación completa de sus países. Para fijar su posición de unidad con los católicos, los comunistas españoles han hecho un análisis de la realidad objetiva; comprenden que los cambios en el movimiento católico han abierto la posibilidad para una acción común entre comunistas y católicos en la lucha por las reformas económicas y políticas; comprenden que si en algunos países socialistas grupos católicos participan incluso en el Gobierno, no puede subestimarse la posibilidad de movimientos católicos importantes en algunos países capitalistas que, en una coyuntura favorable, den su apoyo a la realización de la revolución socialista.

Los comunistas españoles están conscientes de que en su país el movimiento ligado al catolicismo es fuerte y que por diferencias ideológicas no van a dejar de luchar unidos en puntos concretos en los cuales coinciden. Los comunistas han actuado en España, con apego a los realistas del marxismo—leninismo, y es por eso que luchando unidos con los católicos llevan a la práctica la idea de que la perspectiva que se ha abierto con la nueva posición de la Iglesia Católica no puede ser ignorada, que esa perspectiva “exige la necesidad de afianzar cada vez más en la propaganda ideológica y en la táctica política; de no abordar los problemas ideológicos y políticos con los mismos métodos que en los tiempos en que la Iglesia y el movimiento  católico aparecían, salvo excepciones, como una masa reaccionaria; reconocer que en determinados países, como España, ciertos sectores católicos han contribuido a desarrollar la lucha de clases, a iniciar el despertar de clase y la inquietud democrática de sectores atrasados, a eliminar el espíritu de resignación entre la miseria y la opresión.

El marxismo nos enseña, llegó a decir Santiago Carrillo, al analizar los hechos no a someter los hechos, la realidad, a los esquemas prefabricados. Y los hechos son esos. La eliminación  de las concepciones religiosas está ligada evidentemente a la educación, a la extensión de la ideología marxista—leninista. No hay que olvidar que la lucha entre la filosofía marxista y la tecnología, junto a la propaganda inteligente, la decidirá, fundamentalmente, la práctica. Y esta lucha no será un combate a tiros y sangre, sino una lucha de ideas, de convicciones y de hechos, en la que la contienda civilizada en el terreno ideológico puede y debe ir acompañada de formas de convivencia y de colaboración en el terreno político—social.

X.- Los comunistas italianos

La posición de los comunistas españoles responde a la realidad de su pueblo, de la misma manera que los comunistas italianos interpretan la realidad de su país y la influencia de la Iglesia Católica en el proceso que se desarrolla en Italia.

Nosotros los comunistas -decía Luigi Longo en una entrevista concedida a una revista norteamericana- hemos rechazado siempre el anticlericalismo, hemos contenido todas las tentativas de desencadenar una guerra religiosa en nuestro país, laborando constantemente para unir todos los trabajadores en un esfuerzo común por la renovación democrática de la sociedad italiana, disintiendo a veces de la opinión de los propios camaradas socialistas y de los partidos “laicos”. Nosotros pensamos que incluso una conciencia religiosa sinceramente sentida pueda contribuir a la lucha que constituye el eje de toda nuestra actividad, a la lucha contra el poder opresor e inhumano de la sociedad capitalista.

El criterio externado por Luigi Longo es la posición que ha mantenido su partido desde hace muchos años. En marzo de 1920, Gramsci, decía: “En Italia, en Roma, está el Vaticano, está el Papa: el Estado liberal tuvo que hallar un sistema de equilibrio con el poder espiritual de la Iglesia; el Estado obrero deberá también de encontrar un sistema de equilibrio. El 2 de octubre del mismo año, l920, aparecía en L’ Ordine Nuevo, con el título “La Cuestión Romana”, un interesante artículo en el que se afrontaba -por primera vez— de un modo nuevo con respecto a la tradición radicial—socialista y la cultura positivista— el problema de las relaciones entre el movimiento obrero y el mundo católico. Entre otras cosas, se afirmaba en dicho artículo que el comunismo, doctrina armónicamente integral, como concepción altamente humanista y verdaderamente realista, no ignora ningún aspecto de la humanidad contemporánea ni reniega de él. El comunismo —lo repetimos en voz alta— no  quiere estrangular las libertades religiosas. Al contrario, quiere garantizarlas todas y del modo más pleno.
El periodista italiano, ligado al Partido Comunista, refiriéndose al diálogo de los comunistas y católicos, dice que el intenso periodo de diálogo de los años sesenta entre marxistas y cristianos, con todos los reflejos culturales y políticos que llevó aparejados, no había sido posible sin la experiencia histórica del Partido Comunista Italiano, guiado por un original análisis marxista de la realidad italiana y mundial. Más debe reconocerse también la contribución hecha por el pontificado de Juan XXIII y el Concilio.

El Partido Comunista Italiano, siguiendo la línea trazada por Toglati, afirmó en su XI Congreso (1966) que el Estado socialista que nosotros queremos edificar, debe ser un Estado laico, en el pleno sentido de la palabra. En el XIII Congreso (1972) se afirmó que la tarea del Partido consiste en favorecer el libre desarrollo do todas las fuerzas católicas auténticamente democráticas y hacer lo que de nosotros dependa para que los valores hacia los que tiendan las conciencias cristianas más vivas hallen una expresión históricamente adecuada y puedan contribuir de un modo autónomo a la edificación de una sociedad superior. Estas orientaciones fueron confirmadas por el XIV Congreso (marzo de 1975) y profundizadas en los documentos suscritos por el Partido Comunista de España y el Partido Comunista de Italia, en julio de 1975, y por el Partido Comunista Francés y el Partido Comunista Italiano, el 15 de noviembre del mismo año: el socialismo —dice este último documento— constituirá una fase superior de la democracia y de la libertad: la democracia realizada del modo más completo.

Hay que destacar, además, que un católico puede pertenecer al Partido Comunista Italiano. En la actualidad son cada vez más los trabajadores de fe cristiana que militan en partidos de izquierda y en el Partido Comunista Italiano.

Conforme los estatutos del Partido Comunista Italiano, a partir del V Congreso (1945), la adhesión al Partido Comunista Italiano no comporta la aceptación de la filosofía marxista, sino únicamente del programa y las normas de conducta de los comunistas. “Lo que no significa renuncia a la lucha ideológica, sino únicamente que el Partido no es una academia de filosofía, sino una gran organización popular guiada por la doctrina de la revolución, el marxismo, que no es un dogma ni un catecismo, sino una guía para la acción”

Los hombres sensibles tienen que contribuir a la liberación de la humanidad. El siglo veintiuno está comenzando, comunistas y católicos, creyentes y no creyente tienen la obligación de no dejar que millones de seres humanos mueran de hambre; vivan sin techo, analfabetas, sin salud y sin esperanza para un mañana mejor.

Comunistas y católicos, unidos todos, pueden y deben luchar contra las injusticias en todos los órdenes. Nada debe separar a comunistas y cristianos. Cada quien con su filosofía, pero en la lucha contra los enemigos de los pueblos, debe hacerse causa común.

Lo que expongo en este escrito  es mi verdad, mi creencia. No anido la mentira; la mentira no puede ser un medio para defender la verdad, no se puede implantar un régimen democrático haciendo uso de la mentira. Es absurdo pensar que se puede instaurar la dicha a costa de la mentira y la infelicidad. No creo en el principio jesuístico de que el fin justifica los medios. El fin para cuya consecución se requieren medios  ilegítimos, no es legítimo.

Mi opinión  final es que comunistas, católicos, creyentes y no creyentes deben luchar, no por cambiar las formas de opresión, sino por suprimir toda opresión sobre la especie humana.

Santiago de los Caballeros,

23 de marzo de 2016.

(Segunda y última parte)