Tick-tack… ¡Carambola!

-Si volviera a encontrarte no sé qué te diría- exclamó en voz alta Azucena Linares mientras arrastraba la silla de ruedas en el aeropuerto internacional de Miami, uno de los más largos e inhóspitos del mundo.

Azucena Linares era una empleada del sistema aeroportuario que provee asistencia a los pasajeros de edad avanzada. Se pasaba las ocho horas de trabajo trajinando de arriba pa’bajo y de abajo pa’rriba por aquellos pasillos interminables del aeropuerto más inhóspito del mundo.

Sebastián Gorostiaga había sido el amor de su vida y ella no se había resignado a haberlo perdido. Cuando ambos se dijeron adiós antes de que a él lo empacaran para Angola a pelear en una guerra absurda, llorosos y tremebundos se juraron volver a encontrarse. Sin embargo, los años vinieron y se fueron y Azucena no volvió a saber de Sebastián Gorostiaga.

En cierta ocasión alguien le dijo que el amor de su vida había muerto en combate pero Azucena Linares siempre pensó que eso era mentira, que Sebastián Gorostiaga estaba vivito y coleando, como uno de esos peloteros que se exilan para  luego jugar en las grandes ligas.

Ambos habían nacido en Holguín, en el Oriente cubano, donde también había nacido el general Arnaldo Ochoa, fusilado luego en La Habana por conspiración.

En Holguín también se alzó el general Calixto García Iñiguez durante las tres guerras de Cuba (la Guerra Grande (1868-78), la Guerra Chiquita (1879-1880) y la llamada Guerra de Independencia (1895-1898), con el banilejo dominicano Máximo Gómez Báez (el Generalísimo) a la cabeza.

A pesar de que Calixto García se aplicó a sí mismo el “tiro de la vianda”, pegándose un balazo en el paladar para evitar caer en manos del enemigo, el general siguió con vida. Muchos años después murió en Washington, D.C. (¡qué coincidencia!), víctima de una inusitada apoplejía. Dicen que en realidad fue envenenado durante un banquete en su honor.

-“Qué bello sería encontrarme contigo otra vez”-susurró Azucena repitiendo los versos que Cipriano Gorostiaga le había dedicado antes de salir de Cuba a pelear en otra guerra que no era suya.

“Somos dos carambolas perdidas en el billar inmenso de la vida, dos chispas que han chocado sin remedio para no separarse jamás”. Así decía el poema.

A medida que arrastraba la silla de ruedas hacia el avión, Azucena de repente se quedó cegada por sus propias lágrimas, al revivir el pasado y excavar en sus recuerdos de infancia. Parecía que era la silla la que la arrastraba por esos largos pasillos y no ella la que arrastraba a la silla en busca del anciano pasajero que le habían asignado ese día.

Como de costumbre, el tropel incesante de pasajeros realengos había convertido al aeropuerto en una caballeriza y, después de haber recogido al pasajero a la entrada del avión, Azucena Linares comenzó a refugiarse de nuevo en sus recuerdos mientras empujaba la silla. Revivía la película como auto protegiéndose de sus propios pensamientos, pues siempre vivimos absortos en el pasado sin caer en la cuenta de lo que sucede a nuestro derredor, perdiendo así la oportunidad que la vida nos ofrece cada segundo.

-“Si volviera a encontrarte no sé qué te diría”-entonó Azucena Linares como una monja loca de repente convertida en Toña la Negra, aquella emperatriz del bolero nacida en Veracruz que electrizaba al mundo con su voz de nodriza del Paraíso

-“Somos dos carambolas perdidas en el billar inmenso de la vida”- musitó el anciano que Azucena arrastraba hacia la aduana a recoger su equipaje.

-¿Que qué? ¿Que cómo?-preguntó la mujer espantada y en voz alta.

-“Que somos dos chispas que han chocado sin remedio para no separarse jamás”-continuó musitando el pasajero ante la mirada atónita de Azucena, quien, del impacto-¡pum!- le pegó un cocotazo en la calva haciendo que su sombrerito de filtro rodara a sus pies.

Ambos se miraron a los ojos, incrédulos. Azucena hacia abajo, como una diosa; el hombre hacia arriba como se mira a Dios.

-¡Sebastian!

-¡Azucena!

Y ahí fue cuando ambos le pegaron una patada certera a la silla de ruedas que siguió rodando hacia ninguna parte. Entrelazados como una hiedra humana se dispararon hacia la salida del aeropuerto más  largo e inhóspito del mundo.

Tick-tack-tick-tack…¡Carambola!

Historia real. ¡Feliz Pascua Florida nos dé Dios!

Existen muchas formas de resucitar.