No  sé si usted, amigo lector, se ha parado a reflexionar un poco sobre el mundo que vivimos. Es un mundo disparatado y cruel por muchos motivos, en el aspecto  grande por las guerras, las pestes, las hambrunas, los desastres naturales…y en lo chiquito por el trabajo, los tapones, los terroristas, los impuestos, las suegras peleonas, los políticos… el caso es que vivimos rodeados de mil factores que nos incitan a vivir estresados a cada momento, y esto sucede con tanta frecuencia que apenas lo notamos en toda su intensidad. Sólo algunos atrevidos van al psicólogo a contarles que su jefe es un tirano, que su mujer gasta demasiado, o que la empresa donde trabaja lo exprime como a un limón.

Pero por encima de de todo lo mencionado anteriormente, resulta que vivimos en un mundo mordedor y masticador hasta lo último, donde todos nos comemos a todos, en una sucesión de eventos sangrientos  que los científicos le han dado por llamar cadena alimenticia, y que debería denominarse también la cadena asesina, por cuanto para sobrevivir tenemos que matar. Sin excepción. El león mata y se come a la cebra, la cebra mata y se come la hierba y la hierba se come la tierra. El tiburón se come al pez, el pez a otro pez más chiquito o menos listo, y el chiquito se come al alga, que a su vez se come al coral, y al final un asiático se come la aleta del tiburón en una sopa caliente, en la falsa creencia de reforzar su virilidad.

No se salva nadie, como en las tragedias griegas que moría hasta el apuntador, un empleado  que desde un hueco de las escena ayudaba a recordar los parlamentos de los actores en las antiguas obras teatrales. El hombre se come al pollo, al cerdo, al conejo, a la rana, a la serpiente, al pájaro, a la zanahoria, la espinaca, la berenjena… y casi todo lo que aparezca por delante, por eso el apetitoso refrán castellano de… todo lo que se arrastra, corra o vuela… ¡a la cazuela!,   y al hombre se lo comen al final los gusanos y las bacterias, o un tigre o  un cocodrilo hambrientos que pasaban por ahí, y si se descuida, hasta una guagua que viene de Moca  a toda velocidad, e inclusive puede ser devorado por otro ser humano con buen estómago y pocos escrúpulos.

Hasta hace unos pocos años, demasiado pocos, todavía existía el canibalismo en Nueva Guinea y en las selvas de Suramérica. Famosos eran los indios mapuches chilenos, que se según cuenta la historia ,asaron y se comieron los brazos del conquistador Pedro de Valdivia, delante de él y antes de matarlo ,y de paso, a un sacerdote que iba a su lado. O los jíbaros brasileños, que después de “despacharse” en una buena digestión a sus enemigos, reducían sus cabezas al tamaño de un puño. Y en la actualidad, de tanto en tanto, y según las noticias, se dan los casos de algunos descerebrados que se han cocinado y  comido a sus novias, y no a besos precisamente, sino a pedazos después de haberlas descuartizado y guardado cuidadosamente en la nevera. Claro, que con lo cara que está la carne en algunos países se explica, aunque no se justifica. En verdad, hay amores que matan.

¿Por qué nos han lanzado a un mundo así, tan inmisericorde?  Una buena pregunta por responder ¿Por qué no nos han puesto en un mundo  que nadie se tenga que comer a nadie, ni se tenga que trabajar, ni soportar las odiosas campañas electorales? Otra mejor pregunta por responder. Ambas tienen difíciles razonamientos, pues se pueden abordar desde diferentes y contrapuestos puntos de vista, teológicos, científicos, evolucionistas, gastronómicos…es decir a base de discusiones que no tienen límite ni fin. Mientras se resuelve este asunto, muy importante por cierto, voy a comerme un riquísimo pollo en pepitoria con una torta de casabe. Lo siento por el inocente animal matado  y despedazado, por los vegetales arrancados sin su permiso, y por la yuca triturada y exprimida sin piedad. Pero yo no tengo la culpa de haber sido creado así, con bastante apetito y cierto gusto por lo bien cocinado. Qué nadie me reclame. Así son las cosas en este mundo cruel.