Tenía una semana con “Conjuntivitis Membranosa” la cual es la cosa más molestosa del mundo. Parecería que tienes lijas dentro de los ojos, y vives lagrimeando. Uno parece un pirata, en malas o un vaquero del oeste, porque al principio da en un solo ojo, y luego es posible que se te pase al otro. Bien, todo el mundo me recomendaba jabón de cuaba, espuelitas de gallo, visine, solo agua, y en definitiva, cada persona con la cual tenía la suerte de toparme tenía un remedio diferente, los cuales a decir verdad los use casi todos, sin mejoría real evidente.

No obstante como en mi niñez me había dado algo parecido, no puedo olvidar que mi Padre, Don Graciani, me había sanado de la forma más sencilla del mundo. Tomó una lámpara de gas kerosene que había en la casa, las cuales en esa época de inexistencia de plantas e inversores, eran de uso consuetudinario en toda residencia del país, y con la mecha sobre mis ojos casi cerrados por la infección, dejó caer dos gotitas en cada uno de dicho gas. Les puedo confesar que a pesar de que mi padre me dijo “ No llore Carajo”, me salió un chillido que parecí mas bien una Magdalena rediviva, sin embargo, también puedo confesar que en la noche mis ojos estaban perfectamente bien, sin rastro de conjuntivitis alguna.

Con esos desagradables pero efectivos recuerdos al hombro y con mi conjuntivitis de viejo que no cedía, el pasado viernes en la mañana fui a varias ferreterías cerca de mi oficina preguntando, así como a supermercados, si tenían el preciado Gas que tantos recuerdos me traía; en todos los establecimientos visitados la respuesta fue la misma: “No hay gas kerosene, pero la trementina es lo mismo”. Fueron tantas veces que me dijeron las mismas palabras, que con lentes oscuros, ojos lagrimeantes y corazón al ristre, pedí Trementina, en la esperanza de que surtiera en mí, los mismos efectos que el gas, años antes.

Con tales armas fui a mi oficina, me encerré en la cocina, y traté en vano de escurrir el oloroso líquido en mis ojos, no se pudo, porque la trementina se secaba rápido en el papel usado. No obstante, con mi propósito de curandero intacto llame al Doctor Wagner, quien me dijo que él no haría eso, que si yo estaba loco; le respondí que si quería mantener su trabajo, que tenía que hacer lo que yo le decía: pues bien, ante tal amenaza directa, Wagner procedió a enchumbar el pañito de trementina y colocar unas góticas en cada ojo.

Les puedo asegurar que al principio no sentí nada, sin embargo, como a los diez segundos, el diablo se había apoderado de mi cuerpo, me enco y todo aquello que estaba medio guindando en mi se puso chiquitico, trate de portarme como un hombrecito, pero los gritos que hacía y la picazón que sentía eran tan grandes que no lloré de nuevo como una Magdalena, porque con los años se aprende a llorar por cosas más relevantes. Sin embargo el caso lo ameritaba. Al final de la jornada me puse debajo de una llave del baño y luego me pase toda la mañana con los ojos rojos y chiquiticos, llorosos y doliéndome de forma criminal.

Todo lo anterior lo cuento, porque puedo decir, sin temor a equivocarme, según me lo indicó el paciente DR. WINKLER a quien recomiendo, que la trementina me quitó la conjuntivitis, pero me quemó las corneas, por lo que científicamente puedo afirmar que no es recomendable utilizar este producto para usar en estos casos, para lo cual soy un testigo de excepción.

Ante tantas noticias infaustas, redacté esta anécdota por dos cosas, la primera porque es absolutamente cierta, y la segunda porque entiendo que nuestra sociedad debe descansar de tantas cosas bizarras que nos están pasando.