En toda sociedad humana que se organiza políticamente el asunto del poder es de lo más importante. Para determinar quién o quiénes mandan y quiénes obedecen. Los que mandan necesitan tener legitimidad para ejercer el poder. Dicha legitimidad se obtiene de diferentes formas las cuales han variado lo largo de la historia en distintas sociedades y culturas. En el marco de las sociedades humanas confluyen intereses y visiones de mundo (muchas veces encontradas) de actores sociales que ocupan lugares y desempeñan roles distintos en la dinámica social. De modo que para que un grupo específico pueda ejercer el poder de forma más o menos estable y por un tiempo considerable sobre una mayoría necesita establecer hegemonía cultural. La hegemonía cultural opera, mayormente, cuando un grupo social enquistado en el poder, en aras de que sus privilegios y posiciones de mando (de casta) perseveren en el tiempo y se  institucionalicen, define un sentido común a partir del cual se van creando las estructuras simbólicas e imaginarios con los que las mayorías dan sentido a su realidad. Finalmente, ese sentido común es el que establece como lo normal (lo que es así porque “siempre ha sido así y no se puede cambiar”), el dominio y privilegios de unos pocos por sobre los muchos.

La hegemonía cultural existe, en suma, cuando un grupo particular dentro de la diversidad de grupos sociales se erige en la élite que crea los discursos-dispositivos normativos institucionales (de educación y de ley) mediante los cuales se definen la cultura e identidades de las mayorías. Las estructuras del Estado, en ese contexto, no son otra cosa que instrumentos de legitimación para esa élite. Así mismo, en ese marco aparecen partidos y estructuras políticas a través de las que la élite atiende (apacigua) las demandas de los sectores mayoritarios definiendo, entre otras cosas, qué es lo público y cómo se administra. Para le gestión de eso que se instaura como lo público se crean determinados regímenes políticos: los cuales históricamente, al menos en los últimos cien años, se han caracterizado por la existencia de dos partidos o fuerzas políticas mayoritarias que se alternan en el poder desde la que, en apariencia, se expresan políticamente los intereses de la mayoría.  Y dentro de la lógica de la representatividad, unos delegados “elegidos” por el pueblo (representantes, diputados, senadores y presidentes, gobernadores, primeros ministros, etc.) se encargan de “atender” las demandas de la mayoría en el proceso político/legislativo. Sin embargo, debajo de todas esas estructuras y discursos, lo que prevalece es la intención de la élite de conservar sus privilegios, esto es, su hegemonía.

En ese contexto social, las identidades mayoritarias parten de las definiciones que la élite enquistada en el poder articula históricamente. Con lo cual hay unas ideas y entendidos de la realidad cargados de ideología que la gente, sin embargo, internaliza como lo normal. De esa forma, la gente, no se da cuenta que mucho de lo que considera normal y natural no son más que dispositivos de control detrás de los cuales operan prejuicios, racismos, machismos, etc. que no hacen sino empobrecer y limitar la vida. Esto va desde lo cultural, cuando por ejemplo le llamamos “pelo malo” al cabello afro (y no se ve toda la historia de deshumanización y racismo que ese terrible enunciado encierra) hasta lo social cuando consideramos los privilegios de unos pocos y la miseria de los muchos algo “natural” que “no se puede cambiar”. Igualmente, dentro de esa lógica de sentido común dictado por la hegemonía cultural de una minoría sobre la mayoría, la gente ve las estructuras institucionales estatales y sus guardianes, los partidos políticos mayoritarios, como realidades incuestionables en tanto son la “única forma posible” de organizar la sociedad. Así piensa el ciudadano medio que se construye (ontológicamente) de acuerdo a lo que le dictan los dispositivos-discursos definidos por una minoría privilegiada que vive totalmente enajenada de lo que afrontan en su día a día las mayorías.

¿Cómo, entonces, construir identidades nuevas que no partan del sentido común de las élites? Las identidades surgidas del sentido común aquí descrito ponen al ciudadano medio a constantemente definirse en función de lógicas institucionales. Es decir, la gente crea identidades directamente vinculadas a un régimen de instituciones y partidos políticos existentes. Para darle la vuelta a ese nudo creado por la hegemonía cultural de las élites, debemos incentivar que la gente construya identidades fuera del estrecho marco del régimen existente, lo cual implica que las personas enuncien desde su realidad y experiencias-de-vida en sus comunidades, desde la cultura y sabiduría popular (memoria histórica), esto es, desde sus cuerpos. Pensar desde el cuerpo; ese cuerpo que siente y capta el día a día de los que luchan por la vida. Es decir, una identidad que no solo parta de la mente y las abstracciones (ideologías) que, como hemos visto, han sido definidas por un sentido común creado por una élite que ejercer el poder y asegura sus privilegios desde los marcos institucionales derivados de su hegemonía cultural. Así llegamos a la corpo-política que es la politización (toma de conciencia política)  del que vive en el barrio o en la zona rural, de la madre soltera pobre, del joven que sueña con una mejor vida, del inmigrante, etc. Esto es, los actores populares mayoritarios enunciando desde su lugar-en-el-mundo. Es resumen, definiendo una identidad y un sentido común nuevo desde sus experiencias de vida.

En el marco de esas nuevas identidades y corpo-política descubriremos que en lugar de estar separados, la gente normal que constituimos la mayoría social, debemos juntarnos para crear dentro de la diversidad y de nuestras diferentes demandas-necesidades sociales. Encontrar esas equivalencias que nos unen y, a partir de ahí, construir y enunciar desde la solidaridad en un contexto de propósitos comunes. Para que seamos hermanos y compatriotas en la lucha por la vida que afrontan los problemas y retos del mundo de la mano y no separados por ideologías y lógicas de partidos políticos hegemónicos que, al final, lo que hacen es sustentar el sentido común de unas élites enajenadas cuyos privilegios depende de la exclusión y cosificación de las mayorías. Habremos, así las cosas, de crear esas identidades emergentes que perfilarán lo nuevo. Lo político hecho y entendido desde la gente. Nosotros los muchos que, en el marco de la institucionalidad creada por la hegemonía cultural existente, no somos más que instrumentos solo útiles para legitimar unos regímenes políticos existentes. De ahí que cada ciertos años haya elecciones y, sin embargo, ¿algo realmente cambia para las mayorías?

Hagamos lo nuevo. Vamos a crear identidades emergentes desde el lugar y cuerpos de las mayorías que propicien la solidaridad, al abrazo entre hermanos en la lucha y una politización que supere las nefastas lógicas partidistas existentes que lo que han hecho es separarnos poniéndonos a pelear a los de abajo mientras que los de arriba (grandes ricos, líderes de partidos tradicionales, jueces y otros que son, al final, la misma cosa) se mantienen en sus privilegios mirando de lejos al pueblo. Cambiemos el régimen político existente por otra cosa nueva. Perdamos el miedo a lo nuevo. A eso nuevo que será, en tanto partirá desde las experiencias e identidades populares de las mayorías, por y para la gente.