En aquella primavera, conocería tradiciones que desde siglos pasados se conservan en España, sobre todo, en Andalucía y Valladolid, por citar algunas zonas de su vasto y agraciado territorio.

Para la Semana Santa, nos trasladaríamos a Valladolid, ciudad hermosa, llena de historias y abolengo, donde viviría una experiencia inolvidable. A tales fines, para completar el vestuario que usaría el Jueves  y Viernes Santo, todo muy acorde con las vagas informaciones que al respecto tenía,  decidí comprarme una mantilla. No como las que usábamos en tiempos pasados para asistir a misa y otros rituales de la Iglesia Católica, no, yo quería una mantilla, tal cual las había visto en una que otra película española.

Para convertir mí sueño en realidad, me dirigí a uno de los grandes almacenes que tiene Madrid, galerías donde en sus tantos pisos- aún no tenemos nada parecido-  se puede encontrar lo más exótico y preciado que se nos antoje.

En el interior de la tienda, pedí a una dependienta que me orientara el departamento donde comprar una mantilla. Sin pestañar dos veces, con aquel seseo que a mis oídos parecían cascabeles, de  inmediato me preguntó: “de dónde es usted, su acento no es español”.  No, soy de Santo Domingo – respondí.

-Ah, ¡de América!- aseveró – porque en las décadas de los años ´70 y ´80, conforme a mis vivencias, para muchos españoles, todos éramos de América, sin especificar, simplemente ¡de América! Quise aclarar el lugar de mi país y expliqué: “de América Latina,  más  bien  del  Caribe,    cerca   de  Cuba y Puerto Rico”. – Ahhh, -exclamó- con un sube y baja de cabeza,  como al que no le importaba un bledo cuanto le decía.

– Me dijo que quiere una mantilla, venga por aquí.

– Sí – respondí- viajaré a Valladolid y quiero usarla el  Jueves  y Viernes   Santo.

– ¿La mantilla es para usted; conoce su historia y el Protocolo para usarla?” Preguntas como dardos.

–   No, -respondí-  puede explicármelos.

-Pues verá- empezó diciéndome con aires de gran sapiencia- . La mantilla ha sido usada por la mujer de Andalucía, principalmente en las procesiones del  Jueves  y Viernes Santo. En sus orígenes, este atuendo femenino se trabajó en lienzos o paños. Recordemos que Jesucristo  siempre llevaba un manto sobre sus hombros.  Con la túnica, antes de iniciar sus períodos de oración,  cubría su cabeza. Es posible que la mantilla resulte una reminiscencia del manto tantas veces  por ÉL utilizado.

– Durante siglos – continúa –  al igual que el “Mantón de Manila”, la mantilla,  -complementos del vestir femenino-  se confeccionaron manualmente, en finos tejidos y ricos encajes, lo que encarecía sus costos, además de que  eran consideradas como un atavío bien deseado en la herencia familiar.

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Mantilla

Mi  ocasional maestra,  sucintamente refirió  una pequeña historia de la mantilla y recordé el viejo refrán, quizás de origen Dominicano: “Nunca te acostarás sin aprender algo nuevo”. Sí que estaba aprendiendo.

Refiriéndose al aludido  Protocolo, en un tono de mayor seriedad, inició la segunda parte de su enseñanza.

– Conforme al Protocolo, con la mantilla negra que se use en Semana Santa,  el vestido que se lleve tiene que ser también de color negro, mangas largas o francesas y el largo de la falda por debajo de la rodilla.     Durante los años 30-40 se utilizó el traje largo.  Las telas pueden ser: terciopelo, seda, muaré, crepé… no de  encaje. No es admisible la minifalda, tampoco los pantalones. Para visitar a los Sagrarios y asistir a los Santos Oficios, se evitarán los escotes pronunciados.  El zapato debe ser tipo salón, siempre con tacón;  las medias, finas de color negro y lisas. En cuanto al bolso, será de color negro o carey,  tipo cartera o con asa, siempre de tamaño pequeño.

Interesante su comentario: “Muchas  mujeres rescatan la tradición del uso de las mantillas para visitar los templos, asistir a los Santos Oficios y ver las cofradías, aunque la norma no escrita dicta que las mujeres de mantilla no deben estar en la calle hasta altas horas de la noche. Se entiende que guardan duelo por la muerte del Señor”.

Con todos esos datos creí que había terminado y cuán equivocada estaba al escucharla: “Ahora le voy a enumerar las prendas y otros adornos que puede y no debe usar, además de cómo debe peinarse".  Oh Señor de los Espacios Infinitos, sin proponérmelo, introduje mi cabeza en una camisa de once varas. En fin, ¡así podía culturizarme!

– Igual de negro su vestido,  puede llevar un rosario de plata o azabache. Si opta por usar guantes, siempre deben ser de color negro.  El pelo se peinará indiscutiblemente recogido en un moño para que sujete a la peina.

Por unos segundos mi interlocutora guardó silencio, se acercó a una de las gavetas de su mini escritorio y sacó una especie de pequeño cuadernillo, del cual lee: “En lo que respecta a los complementos, el principal es la peina, su uso se remonta al siglo XIX, con el fin de que al ponerla se elevase la mantilla.  Sus antecedentes se encuentran en los tocados femeninos íberos, concretamente en las diademas y tiaras cuyas formas y aplicaciones son iguales a la peineta”.

Ultimando el momento,  me regaló la pequeña libreta.  En ella pude conocer mayores detalles. Leí sin detenerme: “Las peinetas pueden ser de diferentes tonalidades, desde las más claras a las más oscuras, de formas redondas, cuadradas y rectangulares. En Sevilla, las que más se usan son las peinas de teja.  Las de media teja se utilizan para ceremonias fúnebres de miembros de la Familia Real. Pueden ser lisas o con dibujos calados”.

Todo aquel mundo de mantillas, peinas y peinetas me parecía fascinante y proseguí mi lectura. “Las peinas de carey o concha han sido sustituidas hoy en día por materiales sintéticos como el celuloide.  Las que más se usan son las rectangulares con remate semicircular.  Las de carey se siguen fabricando pero sólo por encargo, ya que su precio, debido a su escasez, es muy elevado.

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Peineta y mantilla

¡Esto no termina! “Otro de los accesorios es el broche, que sirve para sujetar la mantilla a la peina por detrás, en la parte de la nuca.  Ha de ser de plata o de oro blanco. Los pendientes, siempre largos, de plata, oro blanco con brillantes o circonitas, conocidos como los de Virgen.  También son admisibles las perlas y el azabache, pero nunca los corales. Estos son para utilizarlos con la mantilla blanca.  Abstenerse de llevar claveles o flores tanto en la cabeza como en el pecho”.

Me llamó la atención este párrafo: “El buen gusto no está reñido con el dinero, teniendo en cuenta estos consejos iremos perfectas en estos días de nuestra Semana Mayor. La mantilla es una tradición que identifica a la mujer española en el mundo y ha propiciado la creación de verdaderas obras de arte que se conservan en las familias por generaciones. Posee un gran valor simbólico hasta el punto de que por ley no puede ser embargada”.

Concluí mi lectura con las líneas siguientes: “La mantilla es una tradición que identifica a la mujer española en el mundo y ha propiciado la creación de verdaderas obras de arte que se conservan en las familias por generaciones”

Antes de salir de su área de trabajo, sonriente, llegó hasta mi: “Olvidé decirle que a partir de los 18 años, es la edad ideal para el uso de la mantilla”. Agradecí su gesto, la despedí con un ¡Hasta Luego! Mientras se alejaba, la escuché: “Señora, ¡que tenga buena estadía en Valladolid!”

Llegué a Valladolid, no vestí de negro, tampoco usé tacones altos ni medias finas negras; los demás complementos se quedaron en las galerías, en cambio,  disfruté plenamente de la Semana Mayor Vallisoletana, la que dejó peinas y mantillas en mis recuerdos. ¡Felices Pascuas de Resurrección!