Señores, ¡El revuelo que ha causado el que el embajador gringo haya llevado su esposo a una conferencia en un colegio de niños! Unos opinando que el ser gay no pasa nada porque no se pega como una enfermedad contagiosa, y otros que se rasgan las vestiduras puesto que es un pésimo ejemplo para jóvenes. ¿Quiénes tienen la razón? Pues, posiblemente unos y otros, porque hay mucha tela que cortar según el traje ideológico de de cada uno. El asunto de la homosexualidad, más la masculina que es más chocante que la femenina, y por ser nosotros todavía un país de corte netamente machista, sigue teniendo visos de tabú por una gran mayoría de sus habitantes, que además, al ser en general más o menos católicos, y menos o más cristianos, están “apoyados” por las creencias restrictivas sobre la homosexualidad, compartidas por sus respectivas iglesias.

El entendimiento de la homosexualidad ha ido evolucionando de manera muy rápida en los últimos años, se ha pasado de la nada o muy poco, a bastante y mucho más. Esto nos recuerda un chiste sobre un inglés que habitaba en el desierto de Atacama, y un curioso le preguntó que hacía en un sitio tan apartado de su tierra natal, el inglés le respondió: Verá usted, en mi país primero toleramos la homosexualidad, después la aceptamos, a continuación las legalizamos, y me he marchado lejos antes de que la declaren obligatoria. Lo que está sucediendo con el embajador y esposo es sólo un adelanto de la que ahora se llama Trendy o tendencia, y es el resultado de un paso más dado sobre el enorme espacio que está ganado la colectividad gay en el mundo, y nos duela o no, está llegando también a nuestro país, creando los lógicos sarpullidos de opinión y posiciones encontradas, esto hasta que logremos acostumbrarnos a estos hechos, que así sucederá más temprano que tarde.

Pensemos que hace solo veinte o veinticinco años, un estornudo para la historia, nadie podía ni siquiera podía imaginarse que un diplomático norteamericano pudiera vinera al país con su esposo y además es amablemente recibido por el Presidente. Tampoco que se realizaran multitudinarios y festivos desfiles gays en todo el mundo y asimismo en nuestro suelo, y aún menos, que muchos países legalizaran los matrimonios entre personas del mismo sexo y hasta les dejaran adoptar niños bajo su tutela.
Pero todo esto sucede, amparado en los derechos humanos universales que pregona la igualdad de todas las personas, independientemente de sus sexo, raza, o creencias políticas o religiosas, y es el resultado de haber estigmatizado durante siglos una orientación sexual diferente a la mayoritaria. Un(a) homosexual es igual como usted, amigo(a) lector(a), o como yo, en todo. La única diferencia es la atracción por el mismo sexo, y por eso también, a usted, como a mí, no nos debería importar esa condición en absoluto, pues cada uno debe ser libre de ser y poder hacer lo que quiera, como los heterosexuales, siempre que no perjudique a los demás.

En la vida diaria, como en todas las profesiones o trabajos hay homosexuales que cumplen con sus deberes, pagan sus impuestos y son, por añadidura, buenos amigos. La literatura, la ciencia, la filosofía, las artes… le deben una buena cuota a los gays que militan en sus filas. Sobre lo del matrimonio entre homosexuales, personalmente los apoyo, prefiero una unión sexual estable, a la búsqueda permanente de muchachitos vendidos, alquilados o pervertidos entre los barrios pobres. No obstante a todo lo dicho anteriormente, y a mi amplia tolerancia sobre el asunto, les diré ya he comprado un pasaje de avión al desierto de Atacama, sólo de ida, por si llega suceder lo del chiste del inglés. Eso ya sería demasiado para un servidor de ustedes.