MIAMI—La pasividad, descalificación, menosprecio, indiferencia y hasta negación que ha caracterizado el discurso público de algunos líderes de las democracias más importantes del planeta cara a las impactantes escenas que los apóstoles del terror y la barbarie yihadista desplegaron en París y, posteriormente desataron, sin empacho alguno, una ofensiva propagandista en la que han empleado todo el arsenal de medios digitales del autodenominado Estado Islámico—vía Twitter, YouTube, Facebook, un magazín de propio, Dabiq y tres distribuidoras de videos digitales—ha dejado, desde la perspectiva comunicacional, un saldo favorable para los propulsores, a todo coste, de un califato islámico.
A decir verdad, si la precisión militar de los enemigos de la civilización fue impecable, la posterior ofensiva comunicacional del Estado Islámico ha sido igualmente de impresionante. Horas después de los ataques que dejaron un fatídico saldo de 129 muertos, cientos de heridos físicos y millones de lacerados emocionales, el Estado Islámico emitía un parte de Prensa en el que proclamaba su gestoría. Con ello, iniciaba una escalada comunicacional empleando un sinnúmero de medios digitales para cacarear su autoría de los ataques, provocar mayor pánico civil y, de paso promover, como ha sido su modus operandi hasta ahora, el reclutamiento de nuevos adeptos a su causa.
En términos militares, el operativo hizo recordar, los devastadores ataques sorpresa—tanto el de Pearl Harbor por órdenes del Emperador Hirohito del Japón perpetrado el 7 de diciembre del 1941 como el conocido como el del 911 de manos de Al Qaeda que estremeció al mundo civilizado en 2001. Visto, desde el punto de vista comunicacional quedaba claro que la exitosa operación terrorista, a diferencia del Coronel de García Márquez, tenía quién le escribiera. De ello, se había encargado un aparato propagandístico a la altura de los esfuerzos que regentearon Joseph Goebbels en la Alemania nazi y Raúl Apold en la Argentina peronista.
Algunos todavía minimizan su alcance y menosprecian la gesta comunicacional que acometen, apegados al malsano catecismo que solo profesa espanto en nombre de su fe, mas su propaganda no es solo de primer orden sino que, ante la ausencia de una certera respuesta del mundo civilizado, no logra concitar una fiel oposición al desorden, desasosiego y sangría que a su paso deja la cruzada yihadista de la cual da cuenta su propia revista que agita con lo que publica y que algunos, erradamente, todavía minimizan.
La masacre de París, encabezaba la edición número 12 de Dabiq—revista así bautizada para recordar el poblado que los escritos islámicos identifican como el escenario dónde ha de ocurrir el Armagedón—en la que el titular de portada destacaba lo que era capaz “Solo el terror”. El artículo de cabecera de esa edición de la revista de terror subrayaba en las páginas interiores que el Estado Islámico había encargado el ataque a “ocho caballeros” quienes, a través de sus ejecutorias, lograron que fuera “declarado un estado de emergencia por un operativo que perpetraron “armados con sólo fusiles de asalto y cinturones de explosivos”.
Pero, ahí no paraba la ofensiva comunicacional del estado terrorista. La misma publicación explicaba cómo, días antes de los ataques en territorio francés, habían derribado en Egipto el avión comercial ruso en el que murieron 224 personas, entre éstas, cinco yihadistas, supuestamente con una artesanal bomba que constaba de una lata de refrescos Schweppes Gold con sabor a piña, un detonador y un interruptor—que de comprobarse su veracidad causaría gran alarma para la industria aeronáutica mundial y, consecuentemente, en todo viajero. Con ello, avanzaba su ofensiva propagandista de sembrar mayor intranquilidad psicológica, amén de que ampliaba el teatro de combate, más allá del epicentro parisino, así replicando sus amenazas a todos los pueblos del planeta.
Y, como si ello fuera poco, el magazín también daba cuenta de que había degollado dos rehenes más—el noruego Ole Johan Grimsgaard-Ofstad y al chino Fan Jinghui—dejando, además, claramente entrever en un artículo atribuido al rehén británico John Cantie, la existencia de planes para perpetrar un ataque a gran escala en el oeste a la par del 911 para obligar a los Estados Unidos y sus aliados militares al envío de tropas a Siria. Pocas horas después de comenzar a circular la revista digital el aparato comunicacional del Estado Islámico distribuía un video con escenas, ya empleadas en abril de este añ,o del Times Square neoyorkino, dando a entender de que ese blanco estaba en sus miras para un próximo ataque.
Mientras tanto, los medios de las civilizaciones occidentales—tanto los tradicionales como los digitales—llenaban sus páginas y videos con las trágicas escenas del efecto del pánico terrorista en suelo galo en el que quedaba claro la debilidad del esfuerzo comunicacional occidental pues ninguno lograba contestar una pregunta fundamental que se hacía todo ciudadano aterrorizado por la masacre: ¿por qué? Amén, que el mensaje sufría serias transfiguraciones según quién lo expresaba.
Evidencia de ello surgía de un análisis del discurso público en reacción a los ataques de labios de los líderes de las democracias amenazadas. Éstos daban muestras de la existencia de más variaciones sobre el mismo tema que el Opus 56a del austriaco Franz Joseph Haydn. A diferencia del Estado Islámico, que contaba con un claro punto de vista, un objetivo único y, en función de ello, una coherente, congruente y consistente campaña comunicacional, los estados democráticos mostraban la carencia de una visión compartida y, a partir de ello, se le imposibilitaba articular un consensuado mensaje a coro. Por consiguiente, al manifestarse a capella, resultaban más notables las desentonaciones, con lo que irremediablemente se debilitaba la contundencia y eficacia de la respuesta.
El presidente francés Francois Hollande declaraba la guerra al Estado Islámico. El presidente Putin hablaba de actuar de forma unilateral. El Papa Francisco y el Rey de Jordania describían la situación como un conflicto para salvar la civilización occidental y, el presidente norteamericano, Barack Obama, se limitaba a hacer un planteamiento más afín con un legalista que con un estadista al mando de la primera potencia mundial: "Vamos a hacer lo que sea necesario para trabajar con el pueblo y con las naciones del mundo para someter a estos terroristas a la Justicia". Y, días después, acusaba a sus detractores republicanos de sobredimensionar y, con ello, promover las iniciativas del Estado Islámico por demandar un mayor rigor en el registro y validación de inmigrantes procedentes de los estados árabes en guerra contra el Estado Islámico. Coro más disonante, imposible, pues a diferencia de las Variaciones de Haydn, era claro que no había un libreto que siquiera armonizase las voces en un sonoro coro. En términos comunicacionales, faltaba un guión.
Esos problemas detectados en la contraofensiva comunicacional de occidente, en la que múltiples voces con diversas agendas y mensajes dispares—algunos que se contradecían entre sí—le posicionaban, indefectiblemente, a la defensiva sin capacidad para remontar, superar y tomar control de la agenda comunicacional para hacerle frente a la andanada insurgente de un Estado Islámico capaz de producir contenidos editoriales de corte propagandísticos de gran calidad que, además, contienen gran sentido estratégico y están dirigidos a públicos objetivos que reciben mensajes en formatos atractivos para atraer a las nuevas generaciones de cibernautas blanco de su campaña de reclutamiento. Ello es algo que han reconocido sus promotores, algunos apologistas accidentales y hasta muchos de sus detractores.
Para muestra un botón. Las destrezas cibernéticas del estado terrorista dieron margen,, a raíz de la más reciente masacre francesa, a un mensaje que, de la forma en que fue articulado por Khalil Merroun el presidente fundador y rector de la mezquita de Evry-Courcouronnes a la que asistía el cabecilla del comando de ocho que se encargó de sembrar el pánico en París, claramente rendía tributo al eficiente empleo de las redes por parte del Estado Islámico.
En declaraciones publicadas por el diario El Español, el imán daba la impresión de estar haciendo una apología al subrayar que "El imán con más poder para radicalizar a la gente se llama Google". En realidad destapaba la realidad. No obstante el hecho de que acusar a Google por la masacre de París es poco certero pues éste, a la postre, no es más que un vehículo, o conducto, por a través del cual se envía un mensaje, es innegable que el aparato propagandístico del estado del terror, está empleando con efectividad todos los medios que potencia la Red.
La evidencia avala esa hipótesis. El diario El Español días después del atentado, publicaba un recuento en el que develaba la existencia de tres productoras globales de contenido con vídeos en idioma inglés o francés. Una de ellas era identificada por el periódico ibérico como Al-Furqan, que el Estado Islámico heredara del otro principal cartel del terrorismo islámico–Al Qaeda, los responsables de 911. Otras dos, Al-Itissam y Al-Hayat Media Center, creadas en el 2014, al ser sumadas a la primera, le permiten desplegar al Estado Islámico, según Javier Lesaca, investigador sobre comunicación y terrorismo en la George Washington University y en la Universidad de Navarra, una estrategia “orientada a llegar de forma directa a sus audiencias potenciales, que son jóvenes entre 15 y 20 años de todo el mundo, algunos de ellos incluso sin vinculaciones con el mundo musulmán".
Lesaca apuntaba también que, además de las tres grandes distribuidoras de contenido, el Estado Islámico cuenta con una red de hasta 33 productoras regionales para “segmentar las audiencias y lanzar mensajes específicos", así asegurando una mayor probabilidad de éxito en cuanto a la convocatoria y relevancia de sus mensaje que, en la actualidad, son distribuidos principalmente vía Twitter. Por consiguiente, es evidente que el empleo de los medios en Internet es una de las armas más poderosas del arsenal propagandístico del Estado Islámico que a la fecha ha logrado, de acuerdo a un estudio reciente del Brookings Institute contar con entre “45.000 y 75.000 cuentas, con una media de 1.000 seguidores y algo más de 2.000 tuits cada una” al servicio de la promoción del califato deseado por los radicales islamistas.
La preponderancia del Estado Islámico en la Red ha sido tal que ha despertado el interés de la organización de jaqueadores [Advertencia: No busque esta palabra en el diccionario de la Real Academia Española. Es una palabra original del autor que aparece en su libro Confesiones de Puño y Letra, próximo a salir al mercado, sobre la transición del Reino del Papel al Imperio Digital y su impacto en las comunicaciones, cuyo significado es: Jaqueador. Aquél que causa daño intencional en la Red a los que no comulgan con su punto de vista] Anonymous quien comenzó una campaña para desactivar y hacerle frente a las cuentas de personeros del cartel terrorista en el ciberespacio.
"Nuestra capacidad para derribar a ISIS es posibilitada por contar con un colectivo de hackers sofisticados, mineros de datos y espías digitales que tenemos alrededor de todo el mundo. Tenemos gente muy, muy cerca de ISIS sobre el terreno, que potencia la recolección de inteligencia sobre ISIS así permitiéndonos acometer con facilidad cualquier operativo contra ellos,", destacaba Alex Poucher, vocero de Anonymous, al confirmar a la revista digital RT que ya habían desactivado cinco mil cuentas yihadistas en Twitter.
Pese a la ofensiva de Anonymous que, cabe recordar es un operativo independiente y, a diferencia del Estado Islámico, los estados occidentales todavía no logran consensuar una respuesta unificada a la amenaza terrorista ni militarmente, ni tampoco, como queda claro en la dispersa, contradictoria, poco tranquilizante, insuficiente e inconsecuente arquitectura comunicacional que ha desplegado al momento.
En consecuencia de ello, al contrastar la ofensiva terrorista con la contraofensiva occidental, es evidente que los insurgentes yihadistas ganan por default técnico a un contrincante indeciso, impreciso e ineficaz en su cometido como comunicador, defensor y abanderado de las bondades de las democracias representativas. Por consiguiente, parece que haber llegado la hora de reclutar un ejército de comunicadores que haga frente a la propaganda terrorista pero, antes, sería aconsejable que se cuente con un plan de acción consensuado que, a la fecha, parece tan distante como un oasis en el desierto de la opinión pública mundial y si no se puede resucitar a Haydn, dar con al menos un arreglista que funja de director de orquesta y armonice las voces, hasta ahora, dispares, en un coro sonoro. Ausente lo uno, como lo otro, seguirá imperando la dominancia del Estado Islámico en la Red.