Al igual que otros hitos urbanos, junto a sus anónimos autores, la importancia de un apreciable grupo de obras del pasado no muy lejano, entre los que está la “Feria de la Paz y Confraternidad del Mundo Libre” (inaugurada el domingo 20 de diciembre de 1955), nos fue escamoteada en la convulsa etapa estudiantil que nos toco vivir en las aulas universitarias. Utilizo una de tres acepciones reconocidas por la RAE en la que se aplica el término para definir las alusiones “eludir, evitar y∕o suprimir intencionalmente”, empleadas para esclarecer su uso, evitando cualquier mala interpretación.

Mi generación estudió engañada. No le mencionaron la Basílica, ni el Faro, ni el Monumento de Santiago; ni el Hotel Mercedes, ni los bancos de La Católica ni Telecomunicaciones, ni las ruinas del fuerte de San Felipe en Puerto Plata, ni las haciendas cafetaleras, ni azucareras, ni nos trataron el tema de la identidad, del clima y de su importancia en las construcciones… En fin, que nos hablaron mucho sobre arquitecturas de otras latitudes (casi hasta de otros planetas) y de sus conspicuos autores, principalmente europeos y estadounidenses, pero jamás nos citaron siquiera los nombres de los anónimos realizadores dominicanos.

¿Qué habrá provocado semejantes omisiones? Es comprensible imaginar que la situación política que gravitara sobre el país, durante la dictadura de Trujillo, fuera dejando un entramado de terror suficiente como para no dar crédito a nada local que no estuviera vinculado con la personalidad absorbente del dictador. Por eso aún se oye la frase “eso lo hizo Trujillo” y ciertamente sobreviven obras que fueron quedando como producto del trabajo propagandístico de la férrea gestión de 31 años.

Pero antes jamás hubo un grupo como el de La Feria, un conjunto edificado que se alza todavía majestuoso, aunque muy deteriorado, en la zona de lo que fuera el borde oeste de la capital dominicana para cuando fue inaugurada. Abandonada por los que se supone que debieran cuidarla, La Feria es un acertijo que le debe sorprender a muchos que nos visitan y no le encuentran explicaciones a su presencia en ese entorno. Creo que como propulsora de una más amplia gestión inmobiliaria que fomentara el desarrollo físico de la ciudad, hacia la zona oeste, fracasó estrepitosamente. 20 años más tarde, los alrededores del Hotel Embajador, balbucearon el idioma que quizás se quiso poner a hablar en La Feria. Hoy La Feria es un escenario de intereses, abandonados sus edificios, algunos ya perdidos irremediablemente, otros muy cambiados, mientras sus calles parecen nuevas, asfaltadas y pintadas para prohibir en ellas los estacionamientos al mejor estilo y momento de la tozudez del Barrio Chino. Y pensar que en diciembre cumplirá 58 años…

Si con la misma gallardía que se desplaza desde el malecón la Ave. A. Lincoln, libre de torpezas, aunque ya empiezan a manifestarse desgarros en sus laterales, lo hiciera la Ave. W. Churchill, la ciudad fuera diferente… Solo imagínela…