En 1978, todavía fuera de las murallas y dentro la zona intramuros  se mantenían los mercados públicos, el de  la Misericordia, el  de Santa Bárbara, el de San Antón, el de la Mella eran de  esos espacios públicos especiales, donde,- sin que las clientas lo sepan-,  además de comprar, se curan las heridas del corazón, las penas de amor, de dinero, de soledad.

Ir al mercado, es abrir las ventanas de la terapia voluntaria, el  camino a recorrer es imperceptible pero mezclarse con tanta gente, es toparse con una oportunidad de conversar, es zambullirse en el mundo de los vivos, es comprar bajo el juego de la seducción y el convencimiento, es el lugar por excelencia, donde las penas se esfuman sin médicos: el mercado de la avenida Mella era modelo, por eso,  no sólo por su arquitectura, -no tenía “souvenires”, ni gift shops-, en esos años,  solos olores, colores y pregones: olores a campo, a tierra húmeda, a hierbas frescas, a pachulí, a incienso, a café recién colado, a maní tostado y  colores infinitos en el lugar de los remedios, en las mesas repletas y bien organizadas de  vegetales, víveres, viandas, frutas.

Calle El Conde, ciudad colonial de Santo Domingo

No solo la alegría entraba por  esos sentidos, la mirada, la atención del marchante tenía el efecto del sillón del siquiatra, gente  conversadora, que en un minuto sabía de nuestra vida, de nuestro humor, de nuestro edad, de nuestro país: en esa corta conversación, ya se tenía un amigo en el mercado y gracias a ellos, aprendí a regatear y a pedir la ñapa,  a comprar chin por poco dinero y a probar un chin chin, para ver. Ahí aprendí a comprar aguacates y naranjas partidos por la mitad  ¡que arte de vender, de seducir y convencer de esos “marchantes”, nunca atrevidos. ¿Por qué desaparecieron, por qué no haber evaluado su efecto terapéutico en la sociedad?  ¡Quizás porque el Estado no quería hacer competencia a los nuevos super! Que error, quien no vio el mercado de la Union en New York o el Mouffetard de Paris!

No solo los mercados eran lugares de terapia, las calles de Santo Domingo intramuros, ofrecían todas,  el espectáculo de la cultura callejera del agua, especie de terapia colectiva contra los gobiernos de turno. En las aceras, temprano, se conectaban unas bombas con enormes mangueras que subían el agua a los pisos superiores: el preciado líquido también se recogía en las aceras, alrededor de largas filas de jovencitas, con sus “baja y mama” sus “shores cortitos” y sus enormes rolos amarrados… era solo de mujeres, las quejas formaban parte de la curacion!

  • La parte baja de la zona se urbanizo en torno a una cuadricula irregular, lentamente con muchos sobresaltos históricos. Se ven en las discontinuidades, fin de siglo, casas de madera, la moda de la Era, se conservaban con dificultades mismo si Las calles las ordenaban, las residencias, los negocios y sus edificios presentaban signos de decrepitud: sin embargo, se apreciaba  una cierta cultura urbana incluso una cierta tradición:  en la calle Merino ya se daba clase de inglés en la Hemphill School, me recuerdo la farmacia Marmolejos (?), la casa Tonos,  un estudio de fotos, colchones King y una tienda de discos, 45 y 78 y tambien Prieto Tours y los balcones “regando” los transeuntes. La casa Velázquez ya tenía sus habitues, un pedacito de España en la zona que  reivindicaban el chorizo y el buen vino!  mientras en la calle  Isabel la Católica, la calle de las finanzas,  la casa Vicini y su bello portón, los viejos bancos, el majestuoso edificio del Reservas y las  imprentas y las primeras casas  frente al derrumbe, las de la calle España, ya no tenían funciones comerciales, como Santa Bárbara,  estaban llenas de niños que ignoraban la imponente arquitectura de su Historia.

    Parque Colón, en la Ciudad Colonial
  • En cuanto a la calle del  Conde era los “Champs Elysees” de Paris y  la Gran Via de Madrid, a la vez, expresión de una cultura y un  pasado glorioso que vivían sus últimos días por  una guerra no declarada (los mecanismos financieros que iban a des-jerarquizarla, a modificar sus usos y hacerle perder su cache): sus imponentes inmuebles eran réplicas de las calles de Madrid, con sus balcones, sus alturas y sus diseños interiores modernizantes. Desde las grandes tiendas  famosas, se escapaban olores, a perfumes conocidos como Pivert,  Maja, Henio de Prava o Puig, era el llamado sensorial para una clientela que consideraba el Conde, como arteria de compra, de paseo y de exhibición. En el Conde, via única, se formaba tapones indescriptibles, porque era como la arteria de la vanguardia, de lo universal,  especie de puerta abierta al resto del mundo,  era tambien comparada a los “Champs Elysees” de Paris, seguramente por sus bares y restaurantes, como el Roxy y la Cafetera,  era otro mundo en la capital –el de las personas con “historias de contar” esos intelectuales del lugar y de los irreductibles “condeantes”, especie casi desaparecida. El Conde estaba librando una batalla de resistencia, contra nuevos hábitos que ciertos  capitales habían creado,  pactando con el Poder político, habían creado otros espacios comerciales, en la nueva ciudad; por eso, yo sabía que sus días estaban contado. Yo, como muchos otros, apreciaba su nobleza y esa tradición: era notable ser atendido, por empleados –varones o hembras-, impecables profesionales,  tenían un estilo cuidado y compostura elegante, hablaban un español ejemplar, con las “S” y la “Z”  sobre todo en las grandes tiendas (La Ópera, Flomar, López de Haro, Los muchachos, Tarrazo, La Parisien, ….), el trato era especial, cortes, quizás demasiado y lo sabían los clientes, por eso, seguían frecuentando el Conde, a pesar de las nuevas plazas comerciales…… pero. no solo en las tiendas  de ropa se tenía formación y cultura: me sorprendían las barberías, los limpiabotas de lujo, las camareros del Colonial, los vagos del Parque con un periódico bajo el brazo: había que ver esas barberías! eran lugares de curiosos sillones rutilantes y brillosos donde el barbero, tenía  -a  sus hombres-, tendidos en el sillón, cara llena de espuma, envueltos de cuidados y a la merced de su arte: navajas y tijeras en manos, hacían alardes de sus instrumentos y de su arte, atentos también a la calle, era  un verdadero espectáculo urbano. 
  • Otra atracción era ver a ese  hombre ensacado haciéndose lustrar los zapatos de cordon -encaramado en una silla,- como un explotador colonial- atento a sus medias y a un humilde señor, doblegado frente a el, que también usaba todo su arte y sus secretos, .. el famoso toque, .. por un par de menudo. No todos lo hacían de esa manera, pero el espectáculo del limpiabotas estilizado merecía una pausa.
  • También lo era el vendedor de maní, por las tardes, bajando de la parte alta con su latita ardiendo sin hablar de los vagos de los Parques, leyendo periódicos a todas horas, piropeando las mujeres, aun con vestidos ligeros, zapatos de tacos, bolsos de mano y pudor .. a la caribeña, en cuanto a los varones, casi todos estaban ensacados o con camisas blancas, nada de tenis, ni jean, estaban vestidos, como si el clima era otro y los gustos también. 
  •   todavía, se venía, al Conde,  para pasear o pasar el tiempo y para  mirar las vitrinas,  sobre todo  las de sombreros y sombrillas, guantes y  mantillas que habían pasado de moda pero creaban una cierta nostalgia e  imagen del brillo pasado, El paseo se terminaba  en el Parque Colon, ese lugar tan especial  que parece haber sido creado junto con el Café Colonial y sus laureles: cuantos cuentos de amor  se esconden a la sombra de esos famosos laureles!. Seguiremos.