Un 30 de junio del año 78, llegaba al país, para culminar mis estudios e iniciar las investigaciones que orientarían para siempre mi interés por lo urbano y el ordenamiento del territorio: el tema de la tesis era la política urbana: -tierra, capitales y viviendas- del gobierno del Dr. Balaguer 1966-1978. Becada por la Universidad de Paris, el viaje había sido una odisea, en chárter desde Paris-New York-Miami- Santo domingo: cansada, sudada, pero ansiosa, por fin aterrizaba en Las Américas, ¡ primera sorpresa inmediata, la oscuridad! se combinaba con el calor y el ruido, el lugar era más parecido a un mercado popular que a una terminal aeroportuaria, todos querían cargar mis maletas, mi bolso de mano, el ambiente era muy amigable, demasiado, supe pronto que se les llamaban “buscones”. y eso, ocurría, bajo la impresionante presencia militar, me recordaba la película de Costa Gavras, pero, los tiempos habían cambiado, Don Antonio había ganado las elecciones, la gente lo dejaba ver. Al salir, la impresión se viro, era, como si la ciudad y su vida, me esperaban, En ese mes de julio, la sociedad y la ciudad estaban en plena efervescencia, en ebullición, alegría, la gente suelta, bonhomía es la palabra adecuada, uno se sentía en confianza, ya no había miedo, al contrario, se esperaba el 16 de agosto, para el relevo político. La entrada a la capital no me decepciono, los restos de la campana electoral, afiches y la fila de multifamiliares, clínica Zaiter, la cabeza del Puente, Villa Francisca, las murallas en ruinas y la zona intramuros.
Por fin, San Antón, ya conocía todos esos lugares, por los mapas. El barrio era especial. Me recuerdo mi primera noche: un par de amigos celebraban algo, bebieron, cantaron y tocaron música, la noche entera….no podía dormir !lo que no podía imaginarme, es que no celebraban nada, iba a ser así, cada noche durante dos meses!! No solo eran serenatas por las noches: por las mañanitas, se escuchaba un ruido desconocido para mí, acompañado de un olor a gloria: era la panadería Carbonell, sus panaderos trabajaban desde las primeras horas del día, amasando la pasta, dando un golpe a las mesas, después se olía a pan tostado por todo el barrio!. A esa hora, la zona se despertaba, se sentían y veian las olas de trabajadores bajar desde la parte alta de la Duarte hacia el Puerto o las Aduanas o las oficinas públicas, las sirenas de los barcos nos avisaban de su presencia, el dia de trabajo podía comenzar.
En nuestra casa, los quehaceres domésticos se hacían, desde temprano, en medio de las “visitas”, las sobrinas colaban café a toda hora, se cocinaba siempre de mas, por si acaso…, ni descanso ni intimidad, la casa era abierta: ¡Plinio estaba preso con el Men, en San Pedro de Macorís, esperando ese indulto que Don Antonio había prometido, no eran los únicos, allá en Paris, muchos lo esperaban también, era cuestión de días. Debo confesar, que cada sábado, emprendía el camino hacia la cárcel de San Pedro: eso si que era odisea, los caminos de San Pedro eran de tierra y piedras, con mama Rita y las sobrinas las recorríamos, bajo un sol implacable, cargadas de fundas de comida de todo tipo, para todos los presos, como quería Rita la heroína, y llegando a las puertas de la carcel, a mi sorpresa, los guardias me dejaban entrar, después registro físico escrupuloso, … pero no sabían leer, mi cedula era de color marrón como la dominicana, así, me daban visto bueno y podía entrar a ver a Plinio y al querido Men, esos dos presos tan famosos que esperaban por Don Antonio!.
Durante dos meses, observaría la zona amurallada desde ese San Antón populoso, dinámico y muy singular. La escala del barrio, sus calles, la vida en las esquinas y las reuniones improvisadas en los colmados, los patios repletos de gente, las puertas de las casas siempre abiertas, la pasión por los temas políticos, la vecindad, la proximidad de la gente, ni hablar de las marchantes y sus pregones. Todo era muy parecido a La Habana, que ya conocía.
La zona intramuros era la ciudad de Santo Domingo. Lo que se había construido en los doce años, en las afueras, especie de ciudad-jardín, sera el inicio de un proceso urbano-especulativo que llevaría a la formación de lo que llamamos hoy,” la no-ciudad”. Sin embargo, la escala de la zona amurallada era de una ciudad medieval, con calles estrechas, algunas en dedal, recogidas entre murallas, con una neta diferencia entre la parte alta y la parte baja: aprendí a caminarla, descifrarla. Sus casas, no me sorprendieron, habían sido bellas, ya no lo eran, vetustas, sin servicios, sobre densificadas, producto de la Guerra de Abril, la zona intramuros albergaba más gente de lo que podía, yo sabía que su estado de progresiva obsolescencia era el producto combinado de las autoridades y de los propietarios. El caso es único por la Guerra de Abril. Tenía tapones interminables. Sin embargo, esas precariedades y claras deficiencias y diferencias tipológicas, no desarticulaban la ciudad, era popular, laboriosa, comercial, portuaria y residencial a la vez, a pesar de que los ricos se habían mudado hacia el oeste de la ciudad pero sus negocios seguían en la zona: las navieras, las casas comerciales, las tiendas del Conde, las oficinas de connotados abogados…. pero en las esquinas, los mesones estrechos, los cafes calientes y las marchantes con pregones, con frituras y pastelitos, ni hablar de esos yun-yun y guarapo sabrosos, ¡cuánto ingenio!.
- La parte alta de la ciudad amurallada tenia, una especie de autosuficiencia singular, lo tenía todo pero sin opulencia: las casas, siempre, tenían las puertas abiertas, se veia fabricar los helados caseros, los pastelitos, los dulces, los jugos y en otras se habían improvisado o una pulperías, o un salón, o una sastrería con la famosa Singer a la vista, la zapatería se defendía a golpe de chavetas, o detrás una cortina, se podía ver la modista a su mesa, era como un hormiguero humano trabajando sin pausa. No faltaban las clínicas y los médicos de prestigio, los abogados sin olvidar las ruidosas imprentas. Se vivía, con precariedades pero no faltaba de nada. ¡Y si faltaba algo, está claro que la parte baja de la ciudad, lo suplía! Pronto, aprendí a bajar al Puerto sola, por las Ruinas, llegaba al Correo, era impresionante, una enorme estructura de mármol blanco, que flanqueaba el Museo de la Casas Reales, al lado del Alcázar, detrás del Banco de Reservas. Desde ahí, veía las Atarazanas, en ruinas, seguía por Santa Bárbara, aun con sus almacenes, sus imprentas, seguía por la extraordinaria calle España y subía al local de la CGT, del otro lado de la Muralla visible, calle Vicente Noble, allá se conseguían datos sobre el empleo, el desempleo y los salarios. Seguiremos