Transcribo a continuación los comentarios que compartí con Etzel Báez en 2017, y que a instancias de él publiqué en un blog personal entonces. Actualmente, la película tiene un nuevo corte de edición o director’s cut, me explicó éste hace unos días. Esa es la versión que pretende exhibir al público general. Entre los ajustes, según me cuenta Báez, quedaron algunos recomendados por una servidora en el texto que sigue, escrito hace dos años. De ese modo, he quedado afectivamente comprometida con este proyecto, de reconstrucción de la memoria de un personaje histórico, a través del lente de un cineasta nacional.

El Amín cinematográfico, desde la perspectiva del director Etzel Baéz.

Advertencia: Contiene spoilers.

El largometraje inicia in media res, con la investigación del hecho conocido: Amín ha sido asesinado. El objetivo dramático es claro, se desarrolla una investigación en la Fiscalía del Distrito Nacional. El punto de vista de la historia lo sostiene el Fiscal del Distrito, señor Marino Ariza, interpretado por un veterano de la actuación, don Pericles Mejía.

Mejía sostiene con sus inagotables recursos histriónicos, la cantidad de momentos que requiere ese primer acto del filme. Etzel, claramente se inspira en el interrogatorio que conforma el clásico del director japonés Akira Kurosawa Rashomon (1950), por demás, una obra de arte (y mi película favorita), para reconstruir el drama-puzzle del crimen. Ya vimos al director iraní Ashar Fargardhi, en La separación (2011), lograr un magnífico tributo a la obra de arte del cine japonés y mundial, en una historia que además, inserta elementos de cine-denuncia, como persigue el dominicano.

La diferencia es que en la película dominicana, en mi opinión, este primer acto se hace muy extenso. Etzel se debate entre su interés histórico y su mirada cinematográfica. Es difícil editarse a sí mismo. Pero habría yo eliminado muchos elementos del diálogo que además se repiten. Pero respeto el tempo elegido por Etzel, e insisto, muy bien sostenido el punto de vista del fiscal en procura de la verdad, manejado por Mejía. Es cierto que la primera regla de la escritura es que no hay reglas, pero en una siguiente edición de la película, exhorto a su director a recortar un poco más este primer acto.

El encuadre es elegante. Me encantó como Etzel  le hace un guiño a Bernardo Bertolucci en El conformista (1970), al torcer los cuadros en la pared que sostienen la imagen del Presidente Joaquín Balaguer, así como la cámara misma. Considerando que denuncia una historia ocurrida en el mismo año en que Bertolucci denunciaba hechos políticos de la Italia de los años setenta, el buen cinéfilo sabrá degustar ese sabor a madera antigua que trae la película.

La escena del interrogatorio, para el mismo exquisito deleite, sigue las reglas de geometría del encuadre del ya mencionado maestro japonés. Al principio, un poco estáticas las actuaciones secundarias de la secretaria y el personal que aparece en el fondo de la fiscalía. Pero es evidente que el director notó que debía dar más movimiento a esas expresiones colaterales, en las escenas de los interrogatorios subsiguientes.

Del sonido creo que podría agregar algunas notas musicales enfáticas en una siguiente edición. He entendido que la repetición constante de la misma melodía, tediosa y soterrada, tiene un propósito anímico que va con lo narrado. Pero una que otra curva musical, en ciertos momentos, no vendría mal.

De las actuaciones secundarias durante el interrogatorio hay varias realmente muy buenas: Mario Núñez (Sargento Mario Portes García) y Ernesto Baéz (Teniente Eddiberto Estrella), están impecablemente creíbles. La entonación, la comunicación no verbal, las debidas pausas y aceleramientos de sus respuestas al fiscal, completan el arco trazado por las preguntas lanzadas por don Pericles. Sus actuaciones son claves para destacar aquello que el director procura: la fría ironía con la cual se oculta una verdad aterradora.

El diseño de producción estuvo muy correcto, excepto por el corte de pelo a lo Bart Simpson del actor Ico Abreu, que me distrajo bastante. Sin embargo, lo que afecta a esta parte de la película, y que afortunadamente podría ser revisado en una próxima edición del director, es lo que Arriaga denomina escenas de cafetería, que no es otra cosa que la regla dictada por el dramaturgo ruso Antón Chejóv “Muéstramelo, no me lo cuentes”.

Demasiados detalles del interrogatorio son contados y no vistos en la pantalla. A la edición que he visto de la película, se le pueden agregar muchos más entrecortes que los que ya trae. Algo que nos muestre lo que, a decir de los interrogados, estaba pasando. Esa es la genialidad de Rashomon. Cada testigo del clásico trial-film, cuenta una historia diferente del mismo hecho, y Kurosawa nos muestra cada una. ¡Hasta la de muerto!

Dicho lo anterior, reitero mi reconocimiento a Etzel por aproximarse en ese modo de contar los hechos, que a su vez se inspira en  El Rey Lear del dramaturgo inglés William Shakespeare. En efecto, el finado, es decir Amín, también habla y cuenta el presagio de su propia muerte.

El director tenía y tiene un trabajo madurado en buen gusto y conocimiento técnico, que no dejo de observar pese a mis señalamientos. Aprovecho para aplaudir el sonido y la cinematografía que es más que digna, elegante y en lo visual, trae un difuminado que entona con la viscosidad de la investigación trunca. ¡Bravo!

Sobre el tercer y último acto, es decir, la escena real del crimen, solo me toca ponerme de pie y aplaudir al director y a su equipo técnico y artístico. Desde el No. 339, la influencia de Fahrenheit 451 del director de cine francés François Truffaut, es evidente.

Entre las actuaciones durante ese último acto, Margaux Da Silva en el papel de Mirna, la esposa de Amín, está en total control. No sé cómo lo lograron tan bien, pero manejaron al bebé a la perfección. Llora cuando se precisa, y se deja cargar de los actores como si fueran sus verdaderos parientes.

Etzel escogió mantener en un misterio todo sobre Amín. En efecto, no vemos su cara hasta el tercer acto, y nunca se le concede un primer plano o close up, a Guillermo Liriano (Amín), que lo trae a la vida muy bien. Esa es una decisión que respeto, pero no comparto. Conozco la técnica de ocultar una palabra o nombre en una narrativa para enfatizarlo, pero este caso, ese nombre o palabra era Balaguer. Yo a Amín le hubiera dado un acercamiento en algún momento oportuno, en ese tercer acto. Es más, su entrada a escena es de espaldas, y hablando con la joven del servicio. Si hay algún corte por ahí, donde veamos a Amín en primer plano con Mirna, esa sería la entrada a escena que me gustaría el director reconsiderara.

Por último, y con debido respeto, sugiero agregar un primer acto, de lo que se denomina el “mundo en equilibrio”, en este caso, Amín antes del crimen. O bien, esa puede ser una precuela de esta película. También puede agregarse en un formato no lineal, para no alterar el inicio, in media res, tan bien logrado en el primer acto de interrogatorio. Así invertido, podría quedar en el final.

Para mi hijo de 20 años, o cualquier otro miembro de la generación milenio o persona en el extranjero que no conozca por qué mataron a Amín, sería justo dejarle algo más de inquietud sobre su persona. Podrían ser insertos de fotos o fílmicas si las hay, del Amín real, de sus discursos en la UASD u otro evento que lo caracterice.

Espero que estas líneas, más que una crítica, demuestren un profundo respeto por el trabajo de todo el equipo técnico y artístico que laboró en 339 Amín Abel Hasbún, memoria de un crimen.

Agradezco a Etzel Báez su interés por mis comentarios, pero más que eso, por su visión del cine y por emprender una carrera como realizador. Desde ya, muy interesada en su próxima producción sobre la historia de la luchadora revolucionaria “Mamá Tingó”, Florinda Soriano.

Tenemos cine de autor en República Dominicana. Enhorabuena.