Ayer celebramos los dominicanos 173 años de “historia común”, según las palabras del presidente Danilo Medina en su discurso del 27 de febrero ante la Asamblea Nacional. Igualmente, ayer se cumplieron 104 años del nacimiento de Paul Ricoeur, uno de los filósofos franceses más importantes del siglo XX y al que debo mi afán y gusto por la filosofía hermenéutica. Entre uno y uno evento está mi persona como mediación y como sujeto llamado a la interpretación no solo de los textos, sino de mí mismo en lo que descubro en los textos. Así que tomaré de uno para interpretar al otro y entre ambos me interpretaré a mí mismo. Este ejercicio traerá como fruto lo que el gran filósofo señala: nos reconocemos a nosotros mismos a través de los textos leídos.

Ricoeur señala que un discurso es un acontecimiento de sentido en el que “alguien dice algo a alguien sobre algo”. En el caso de ayer, ese alguien (El señor Presidente) dice algo (su mensaje) a alguien (la Asamblea Nacional y a todo el que le escuchase) sobre algo (la rendición de cuentas del último año en sus funciones públicas). Una vez dicho el discurso, la interpretación del mismo exige comprender su sentido y explicar su estructura. Comprender el sentido significa ver las recurrencias semánticas que dominan el discurso y explicar su estructura significa establecer el esqueleto sobre el cual se monta el mensaje al interno del texto, su organización. Ambos puntos pueden darnos luz de algo que Ricoeur señala fehacientemente: todo discurso posee un excedente de sentido, esto es, dice más de lo que quiere decir al recurrir tanto a recursos metafóricos y simbólicos como en el modo de su estructuración.

Una de las recurrencias semánticas del Discurso de ayer fue su apelo al patriotismo bajo los conceptos de “patria”, “historia común”, “identidad”, “dominicanidad”, “grandes gestas”, etc. Este apelo se sustenta en la creencia de que “honrar la memoria” de los constructores de la “historia patria” nos mantiene unidos en la consecución de un mismo fin: el desarrollo de la patria, el pueblo, las gentes, etc. La política dominicana tiene estos lugares comunes de evocación sentimental y regularmente lo vemos en los discursos de nuestros candidatos y funcionarios. Ayer no fue la excepción.

Es innegable que en política la parte emocional juega un rol de extrema importancia. Ello se percibe en la simpatía declarada del candidato hacia los votantes-auditorio de su discurso, pues se sabe que lo afectivo es más efectivo en términos de adhesión a una idea. Ayer, como mecanismo de estructuración discursiva estuvo este apelo a lo afectivo. ¿Cómo? Entre el majestuoso “Honorables Miembros del Congreso (1), los repetidos “señoras y señores” (17), el gentilicio “dominicanos y dominicanas” (4) se coló un “familia dominicana (2)”, un “amigos y amigas” (1) y un “queridos jóvenes” que unidos a los datos y contenidos dados después de cada uno de ellos y la utilización de los verbos en futuro muestran un discurso proyectando un futuro más que el pasado realizado. Con ello se sigue la vieja costumbre de mantener la figura presidencial como un “perenne candidato” electoralmente. ¡Parece que la jubilación política en nuestro país solo llega con la muerte del candidato!

En este mismo tenor, las promesas tienen sus lugares comunes en el tradicional discurso político dominicano. El de ayer cuantitativamente refleja más promesas que realizaciones y las que ofrece son comparaciones con el periodo previo al presidente actual (2012).  Escapa a este análisis la veracidad de los datos ofrecidos en torno a los logros y las posibilidades reales de ejecución de lo prometido.

El discurso es un acto de habla y como tal tiene una intencionalidad que debe ser inferida a partir de lo dicho y del cómo se dice lo dicho. El hablante se autoidentifica en el discurso y delata allí mismo su intención al decir. Los plurales (nosotros) y las entidades colectivas (este gobierno) ocultan más esta intención que los identificadores en singular como “quiero”, “este presidente”, “puedo” … 

Ricoeur no fue un lingüista ni filósofo del lenguaje, sino un gran lector que supo interpretar los textos y nos dejó un buen método de análisis discursivo.