Ayer Nochebuena, hoy Navidad.
Mis recuerdos sobre estas fiestas abarcan un gran abanico de experiencias, desde mi niñez, hasta nuestros días.
Para la cena de Nochebuena había un ritual en mi casa, desde la mañana temprano comenzaban los preparativos, mi papá era el encargado de hacer los ricos platos, la ensalada rusa que nunca faltaba y todo cuanto se estilaba en ese entonces. Los dulces y frutas navideños estaban siempre en nuestra mesa. El ponche, los refrescos… pero lo que más recuerdo son las patas de gallina y las velas romanas, estas últimas eran manipuladas por mi papá.
Cuando tuve mis hijos y al pasar de los años las cenas las disfrutábamos con sus tíos Marcia y Titi en su casa o donde mi hermana Araceli.
Al crecer mis hijos, pocas cenas podía realizar en mi casa. Ellos desde la adolescencia trabajaban y ese día no era la excepción. El mayor se iba al Este a tocar violín, los llamados picoteos, con sus profesores, y el menor, quien trabajaba mientras estudiaba en la universidad, también se la pasaba trabajando. Eso sí, que el 25 era nuestra gran celebración.
El día de Navidad, luego de la cena de Nochebuena y de madrugada, las siete de la mañana, me iba donde mis queridos amigos y vecinos que siempre han sido mi familia, Castillo y Doña Yuni. En la mesa que tenían en un patiecito interior, en que alrededor estaban todas las habitaciones de dormir, nos sentábamos los tres a degustar los platos que quedaban de la noche anterior.
Lo que más recuerdo de ese desayuno eran nuestras conversaciones, no por lo amenas que fueran, ni interesantes, sino por las voces que iban saliendo de cada habitación de sus hijas en las que gritaban: “pero Elsita, cállate y vete pa’ tu casa, déjanos dormir”, claro el pero se lo puse yo, porque en realidad la expresión era otra que no me atrevo a reproducir. Aunque esa escena no era exclusiva de la Navidad, porque a lo largo del año cada sábado doña Yuni y yo nos ocupábamos de conversar a esa hora de la mañana y las protestas de las niñas no se dejaban esperar.
Algo inolvidable para mí del 24 de diciembre es cuando Luchy mi amiga de la niñez nos venía a buscar a la casa y recorríamos todos los supermercados de la capital, sus tres hijos y los dos míos. Como era costumbre, en cada uno nos daban a degustar cerdo y todo cuanto querían que catáramos. Disfrutábamos a más no poder.
Me he pasado algunas nochebuenas fuera del país. En Madrid, mi hijo menor hacía allí un post grado en la universidad. Compartimos esa noche con una familia española. Las tradiciones son diferentes a las nuestras, el plato principal son los langostinos.
En Nueva York. Los dominicanos mantienen sus tradiciones no importa en donde se encuentren. Yo me ocupé de preparar una cena tal como la hubiera hecho aquí y como acostumbra hacerla mi hermana. Fui con una sobrina nieta al supermercado cercano, compré un pernil y hasta pasteles en hoja hice.
En Santiago de Chile. Allí sí que las cosas son distintas. Se acostumbra a hacer asados en familia, aunque traté de incorporar algunas de nuestras costumbres y compartirlas. No me acostumbré a pasar unas navidades con tanto calor ya que en el cono sur es el verano austral, que para nosotros es invierno, y yo venía con las ideas del trópico, asociamos dichas fiestas al friíto.
Cada 25 de diciembre asistía con mis hijos desde pequeños al concierto de la Catedral, hasta el día de hoy en que mi hijo forma parte desde adolescente de dicha orquesta.
Actualmente mi hijo menor, al igual que mi papá, se ocupa de preparar el menú y de realizar las ricas comidas, (gracias a que es chef, aunque no ejerce).
Otra de las costumbres que perduran en mí es levantarme bien temprano y revisar los pies del árbol de navidad para ver qué regalos nos ha traído el Niño Jesús. Gracias a Dios que el viejo panzón ese que viene del polo norte no ha invadido nuestro hogar y mis nietos solo le conocen por los muñecos. A nosotros solo nos visitan el Niño Jesús y los Reyes Magos.
¡FELIZ NAVIDAD!