¿Qué tanto de mar tenemos? ¿En cuáles sentidos se integran esas aguas dentro de nuestras percepciones del paisaje, del sujeto?

El ser medio-insulares, la combinación de cordillera y planicie, pesa en nuestra relación con la naturaleza. Ni el mar fluye con la suficiente fuerza al interior de la isla mediante nuestros ríos ni las visiones de altura nos permiten dimensionarnos en nuestras más amplias proporciones.

Cuando buscamos la expresión de este sujeto insular en nuestras expresiones artísticas, se advierten algunas limitaciones. Una de ellas tiene que ver con la manera limitada con la que se asumen los bienes marinos. Esta postal de la costa de Sánchez nos brinda algunas perspectivas.

Tomada en 1913, el paisaje tropical podría contiene cierta sensibilidad barroca o romántica, como si el aliento de los antiguos lienzos de un Canaletto o Caspar David Friedrich se tratase.

Los dos pescadores de la derecha parecen equilibrar la presencia de un grupo de tres o cuatros en la balaustrada de la izquierda. Frente a unos gestos laborales, que tratan de adecuar remos y que revisan el interior del bote, del resto solo se podrían realizar especulaciones. En el centro, una playa como de piedra es la sábana inicial en la que se lanzará luego el mar, con sus barcos de vela, y otro pescador, en otro bote, haciendo el mismo trabajo de inspección.

No hay redes ni ajuares que revelen complejidades en el negocio y arte de la pesca. Estamos frente un enclave perfectamente colonial, sin referentes urbanos cercanos. Los dos salientes al fondo operan como brazos que contienen, revelando cierta seguridad en la costa. A la derecha, un barquero carga el armazón de otro bote, como si también hubiese alguna constructora o reparadora naval por esos predios.

Mar sin playa, sin arena, sinuoso. Arenizar los bordes marinos como proceso de domesticación de la naturaleza, de su adecuación a una idea de cuerpo que necesita su descanso. También la naturaleza contiene este elemento rugoso, áspero, punteado por piedras y donde solamente se advierten manos obreras.

Esta fue una de mis primeras Real Photo Card, esa técnica desarrollada por Kodak en el primer decenio del siglo XX con el que el papel del revelado devenía al mismo tiempo en una postal. Uno de los elementos que más me sedujo fue la perspectiva, la profundidad en captar los detalles, la sensibilidad pictórica para dejar que los personajes y objetos de trabajo fluyesen.

Para recuperar la verdad de nuestra naturaleza emergen imágenes como esta. “Recuperar la verdad” quiere decir: mostrarnos en una imagen/realidad todavía no manipulada por los afanes de la producción, la explotación de los recursos naturales.

La imagen que ahora disponemos del mar está permeada por sus usos turísticos. Reconocemos nuestro entorno marítimo por su capacidad de encajar en esa visión de ofertarnos placer. Pero no todo es arena. También somos –o fuimos- piedra, charco, tierra áspera y sin gritos infantiles.

En 1913 Sánchez era un poblado reconocido por comenzar ahí el recorrido de trenes, que llegaban hasta La Vega. Puerto, puente hacia el comercio exterior, ese municipio fue sinónimo de un punto y seguido, de nada reconocible que no fueran sus trenes y rieles. En esta imagen accedemos a otra visión. Paisaje seguramente idílico, espontáneo, pero al mismo tiempo inserto en una realidad común a nuestras costas, a fuerza de vela, a puro sudor. La noción de fuerza y de esfuerzo ahora se ha trasladado a otros espacios: al interior de la ciudad, a los barrios marginales, a las fábricas. Estamos aquí frente a algo ya exótico, pero no por ellos menor en su valía.

Sánchez en 1913: un paisaje con mucha energía, donde todavía se producía una relación dialogante con la naturaleza. Espacio sin máquina, pero evidentemente con muchas maquinaciones. Los dos señores que a la derecha conversan sobre remos, entre otras cosas, tal vez estén haciendo labores de revisión. Andan ensacados, con sombreros, como si ese espacio marino fuese al mismo tiempo público en el sentido de una noción de control social sobre la persona. Tal vez ni siquiera sean marineros, como seguramente lo son los que están al fondo y a la izquierda.

Lo más seductor de esta imagen es el plano de su producción. El fotógrafo no se contentó con recoger una imagen, sino que buscó un equilibro entre la franja marina, el cielo y la playa. Gracias a este enfoque, el paisaje seduce, se desplaza con ciertos aires de frescura, somos tocados. Estamos tocados.