Hay edificaciones que a pesar de sus dimensiones, sus facturas y ubicación no se destacan en el contexto urbano.
No hay en los alrededores del Parque Independencia un local más consistente en sus materiales, significativo por su antigüedad y al mismo tiempo más insignificante para la historia que el localizado en la todavía Arzobispo Nouel esquina Calle Pina.
Levantada en 1911 en concreto armado por un arquitecto ahora no registrado, el único uso histórico que se le conoce fue el de haberse alojado allí el Club de Oficiales norteamericanos –el “Enlisted Men’s Club”- en los años de su Ocupación (1916-1924).
Aquí está un auto más bajando por la Pina, la bandera norteamericana ondeando en la segunda planta, justo en la esquina, y a la derecha, un pino de los del Parque Independencia.
Hay que recordar que hasta 1944 la Pina cruzaba por el mismo parque, acabando en la Avenida Mella. La Puerta del Conde y el Parque Independencia fueron considerados una unidad a partir de los trabajos de remodelación que con motivo del centenario de la República se desarrollaron en ese año.
Esta foto debe corresponder al 1920, justo a mediados de aquellos años de ocupación.
Lo más interesante, lo que más aporta, sin embargo, no es en sí la estructura del edificio, sino el perro que la cruza por la Arz. Nouel.
Estamos frente a uno de los primeros canes que registra la iconografía del siglo XX en el país dominicano. He repasado muchas imágenes de ciudades y campos y los perros simplemente no aparecen.
Símbolos de prestigio o demostración de la decadencia, la presencia de estos animales ha sido constante en la literatura y en el arte, desde que el Homero de la Odisea consideró a su perro Argos como uno de los que más le profesaron fidelidad.
Al perro de la Nouel no se le advierte raza. Uno más, uno de tantos. Tal vez está perdido o quién sabe si buscará, como todos, comida o alojamiento. La empresa no será fácil en una ciudad todavía marcada por la tierra en sus calles y una población espartana por su pobreza general.
Pero aquí nuestro realengo, haciendo lo que tiene que hacer: reinar sobre amplios espacios, esperando que los oficiales norteamericanos o cualquier otro se apiade de su existencia.
Un perro en esta imagen no es una simple anécdota. Curiosamente ya desde el último cuarto del siglo XIX operaba en Santo Domingo una Sociedad Protectora de Animales, prueba del acelerado desarrollo de nuestra sociedad civil en tiempos marcados por las guerras de independencia en Cuba y Puerto Rico.
La salud de Venecia o de los pueblos holandeses estaba en la manera en que integraban en ellos estos caninos. Compañía, sujetos, complementos de la vida en el espacio público, los perros eran tan importantes en el paisaje urbano como los coches. Significaban justamente eso: eran los índices en la temperatura de la vida social.
Todavía en los primeros tiempos de la Ocupación Norteamericana el espacio privado, los días en las casas, las vidas cotidianas hacia adentro, eran las que tenían mayor gravedad. Con los ocupantes, los ritmos sociales se activan, se aceleran, en función de las temporalidades y accionar que traen los invasores.
El perrito de esta imagen no solo se está desplazando por la Arzobispo Nouel sino también está diciéndonos que algo estará pasando luego en el paisaje dominicano, algo más movido. Un perro nunca anda solo, aunque únicamente se le vea a él.