Forrados de ropa negra, sin gestos, los góticos eran como zombies ambulantes hasta que me topé con uno de verdad, al lado de mi edificio en Prenzlauer Berg. Digo “de verdad” porque dormía en ataúd. Habíamos salido de una esas fiestas típicas del Berlín de la reunificación, donde cada quien se ponía su uniforme, pero toparse en un grupo con cinco de esos vestidos de cuervo era un exceso.  Pero bueno: luego de tremenda fiesta, con coktailes que te llevaban a la deriva y con una música que Dios trágame, no sé por qué aterrizamos en aquel departamento con paredes de papeles despegándose y una torrecita llena de agua que simulaba algún submarino hundiéndose. Y ahí estaba el ataúd.

Recuerdo el ambiente porque adquirí en un anticuario de New Jersey una postal de Hermann Hagen, quien también había desarrollado esa extraña costumbre de dormir en un sarcófago.

Vayamos por parte, oh impacientes lectores. Les cuento.

Herr Hagen debía ser un aventurero alemán que misteriosamente recaló en Chicago, de donde fue expulsado en 1886, coincidencialmente en los días de las graves agitaciones obreras. Llegó a la media isla dominicana, nadie sabe cómo, pero en Sánchez estableció su mítico Hotel Alemán.

El poblado costero de Sánchez era el principal puerto del norte insular, gracias al tren que lo conectaba con las principales ciudades del interior cibaeño.

En Sánchez confluían tantos extranjeros en aquel primer cuarto del siglo XX que el español a veces era una lengua minoritaria.

El Hotel Alemán se convirtió no solo en un centro de acogida, sino también en un centro social, debido a la taberna, según relata Hilton Danilo Meskus en su muy informativo ensayo "Una comunidad de gente rara. Una pintoresca población cosmopolita formó la antigua Villa de Sánchez…" (Ahora! núm. 61, pp. 55-57).

Famoso por sus excentricidades, pero también haciéndole honor a esa cultura germánica tan precavida, Hermann Hagen se compró su ataúd. Por si las moscas. Lo instaló en su casa. Era tan práctico que incluso ahí se echaba a dormir en unas borracheras que duraban uno, dos días.

La foto/postal de Hagen es todo un festín. Aquí está el viejo enviándole un retrato suyo a su amigo Robert Calvert. Aunque el matasello no es muy legible, seguramente será 1911. El texto es una dulce combinación de inglés y alemán. En el anverso leemos:

Write even if you recieved this card.

Old Pa Hagen Snakeschurmer of Sanchez Rep St Domingo

(Escribe si recibes esta carta. El viejo abuelo Hagen con una culebra de Sánchez, República de Santo Domingo).

Y en el reverso:

Dear Bob

Recieved your Letter and

say we ar allengood

health every thing allright

Come down take a drink

with me plenty room

for you Charly allright

Old Pa Hagen

(Querido Bob: recibí tu carta, informándote que a todos nos va bien, que la salud y todo está en orden. Baja a tomar conmigo un trago, que tenemos mucho espacio para ti. Que te vaya bien, el abuelo Hagen).

Como era usual en muchas fotografías de la época de esos comienzos de la globalización, había que enviar la señal de que efectivamente se estaba en las West Indies o algún lugar exótico. Mostrar una serpiente no era nada extraordinario. De hecho, nuestras serpientes no son venenosas. Sin embargo, aquí está el viejo mostrando sus destrezas, como si hubiera sido la hazaña de semejante caza. O quién sabe. Y no está solo. Está acompañado de dos testigos y con una mecedora, seguramente suya. ¿Trabajadores, familiares? Lo único que demuestra el estar en casa es la informalidad de la ropa y que dentro de algún momento habrá de hacer uso de su mecedora.

Su rostro es apacible, informal. Está vestido casualmente. Lo informal del ambiente nos indica que pudo haber sido una sorpresa la foto y luego una alegría la idea de enviársela a su amigo Bob. La simpleza con la que formula sus saludos y deseos es la de un mundo simplemente construido, festivo, propio de alguien que vive en armonía con su entorno.

Y el tema del ataúd en la casa le agrega uno tono garciamarquiano a esta atmósfera.

Por una de esas carambolas de la vida, el autor Hilton Danilo Meskus relata que finalmente al Sr. Hagen el destino habría de zarandearlo. Un día se murió uno de los prestantes habitantes de la zona, el señor Cyril Vanderpool. Solidario, Hermann Hagen le prestaría su ataúd. Pero mejor dejemos a Meskus relatar el final de la historia:

"Debido a un mal entendimiento durante el acto de sepultura (años más tarde pude enterarme de que siguiendo la tradición todos los amigos del difunto estaban embriagados, antes, durante y después de la ceremonia), el cadáver del amigo no fue trasladado al ataúd de pino. El orgullo de la casa de Hagen durante tantos años… su espléndido y cómodo ataúd… fue enterrado con el cadáver".

El viejo abuelo Hagen debió de desprenderse de su querido ajuar.

Finalmente, sería enterrado en un corriente ataúd de pino.

Así terminaron tan alegres días en el Hotel Alemán, de Sánchez.