Ciudad ovandina, de la primera hora del siglo XVI insular, pero como diluida dentro de altas montañas,  San Fernando de Montecristi fue a finales del siglo XIX, junto a San Pedro de Macorís, la ciudad más pujante del país dominicano.

Su condición de puerto, su cercanía con Haití, la variada producción agrícola, la convirtió en un centro de primera importancia para inversores de diversos países, sobre todo alemanes.

La inauguración de su histórico Reloj en 1895 y el paso de José Martí y Máximo Gómez al mismo tiempo, colocaron su nombre tanto en la historia de la modernidad dominicana como en la política de Cuba.

Teléfono, algunas vías ferroviarias, molinos, los dispositivos del capitalismo se instalaron aquí desde los primeros decenios del siglo XX.

La fotografía tenía que acompañar, legitimar y registrar estos progresos.

Diversas firmas de fotógrafos y comerciantes de postales se encargaron de lanzar serie de postales que presentaban los avances de la ciudad. La de J. Aybar fue una de las más destacadas. Estuvo asentada en el poblado.

La número 14 de su colección montecristeña es ya elocuente desde el título: “Tramway. Montecristi Beach”: un retrato de autoridades y personas de alto rango social mostrándose en un tranvía de tracción animal.

Diversas publicaciones recogen imágenes de un carromato empujado por un burro –más que de un “tranvía” propiamente dicho, ya desde 1907. Ahora, a diferencia de aquellos, el de esta postal está techada, se ha modernizado, que es lo que quieren demostrar esta foto en familia.

De los doce personajes que aparecen, dos son mujeres y tres son obreros. A excepción del señor con lentes, que lleva el suyo en las piernas, y otro que con su inclinación corporal demuestra poca familiaridad con el arte de ser fotografiado, el resto de los hombres lleva su sombrero puesto. La señora sentada en la primera fila tal vez tenga una vara o un fuete, o será algún instrumento que revele su oficio. De los obreros, uno está, casi detrás del tranvía, y los otros dos en los extremos de la imagen: uno recostado en la parte trasera del vehículo y el otro, el que conduce el mulo, es el único negro.

Con toda seguridad que no todos cabían en ese tranvía, pero la idea era demostrar unidad empresarial, firmeza en las inversiones, sentido corporativista. El tranvía no se movía por cualquier lugar, sino por una de las edificaciones más prestantes de la zona, como se aprecia en el fondo de la imagen. ¿Será esta estructura un almacén, oficina, casa de familia?

Como una imagen nunca vive por sí mismo, sino que hay situarla dentro de un contexto iconográfico, la realidad es que salvo esta imagen, la mayoría de Montecristi daban cuenta de otra realidad bien contrastante. Correspondía más a un mundo aldeano que a uno propiamente capitalista, a pesar de sus avances en los aspectos tecnológicos.

Estos límites de correspondencias nos permiten comprender uno de los accesos a la modernidad dominicana. Asumimos tempranamente tecnologías que nos permitían asumir la celeridad de la época, pero ello no impacto los estilos de vida hasta bien entrado el siglo XX. Se podían tener teléfonos y relojes, pero el tiempo seguía siendo el mismo. Estos útiles de la modernidad se convertían en utilería, más signos de una prestancia y de una autoridad que objetos confluyentes con un proceso real de avances urbanísticos.

Ciudad del morro monumental y del reloj, del célebre “Manifiesto” escrito por José Martí, del puerto de bananas y maderas y cuanta producía agrícola en esa zona extrema de la isla, San Fernando de Montecristi también fue ciudad por donde comenzamos a ser timbrados por la modernidad.