Para el imaginario dominicano la Avenida Duarte fungía hasta los años 70 como un centro simbólico nacional. Concentrando la mayor vida comercial, era la más ancha y transitada, la de mayor vida nocturna, y por sus tramos se recorrían las diversas gradaciones de las escalas sociales de la capital dominicana.

Siempre había un “con” con la Duarte, que marcaba un límite: Duarte con Barahona decía “zona negra” o de tolerancia; Duarte con París era el cruce por excelencia de todo lo que llegaba de los campos; Duarte con 17 y luego Padre Castellanos era introducirse por las nuevas barriadas de los pudientes y los menesterosos, los del Ensanche Luperón y los del Espaillat, con el Mercado Nuevo al fondo como punto de llegada y final de la Avenida.

Pero lo que según el mapa de Santo Domingo publicado por la Espasa Calpe en 1927 era la “Duarte alta”, con la dictadura de Trujillo (1930-1961) se convertiría en “Avenida José Trujillo Valdez”, en homenaje al padre del tirano, fallecido en 1935.

La foto/postal fue tomada ligeramente después de la esquina con calle Ravelo. La Avenida estaba en ciernes, con su arboleda recién plantada. Las vías, vacías, con apenas un autobús bajando y un auto subiendo, mientras dos marchantes también tratan de desarrollar sus ventas.

Al fondo, como una larga sábana detrás de las construcciones más altas de la ciudad, el Mar Caribe. A la izquierda, consecutivamente las puntas del Palacio Consistorial y del Faro San José, y la derecha, los edificios Cerame y Diez.

De hacer un ejercicio visual de antes de 1913 –fecha de la inauguración de la torre del Palacio Consistorial-, podríamos imaginarnos una ciudad desde ente lugar definitivamente marina. La relación del capitaleño con el mar siempre fue conflictiva. Primero, porque en buena parte la costa era propiedad privada. Segundo, porque desde los lugares donde se podía apreciar no había población consistente. Y tercero, porque el espacio previsible –el Paseo Presidente Billini, inaugurado el 16 de Agosto de 1904-, no logró concitar una integración popular.

Esta es la Avenida José Trujillo Valdés hacia 1950. Es un espacio recoleto, parcialmente residencial, con espacios todavía baldíos. Se aprecian dos edificaciones familiares, en concreto, una casi enfrente de la otra, como si la cercanía debiese compensar la soledad del terreno.

Una pareja de mujeres baja por el tramo derecho. Camina en medio de la calle, como si no hubiese temor al transporte. Y caminan bajo una sombrilla. En el tramo a la derecha, en lo que esquina bajando, en lo que hoy sería la esquina con Benito González, hay cuatro niños alrededor de un poste de luz, dos de sellos al parecer semi desnudos. Es curioso advertir que en la iconografía dominicana son muy contadas las mujeres en el espacio público durante la primera mitad del siglo XX. La mayoría de ellas aparecen vinculadas a temas laborales, en mercados o fábricas.

La José Trujillo Valdés, a medio urbanizar, todavía no asume el perfil por el que luego será reconocida. Es importante detenerte en estos inicios para subrayar lo que primero es espontáneo, de acuerdo a las reglas del mercado local, y lo que luego se irá imponiendo tras la asunción de la cosa pública por el Estado.

Habrá que esperar el 1945 para la inauguración del Cine Max –obra del arquitecto Humberto Ruiz Castillo- y la gastronomía de sus alrededores. Lo que se ve al fondo, en la esquina de esta avenida con la Capotillo –la actual Avenida Mella-, es una edificación de dos niveles, con la típica ocupación familiar en la segunda y comercial en la primera. Años después esta estructura sería demolida para dar paso a Tiendas la Sirena.

Con la barrida de la dictadura trujillista el tramo recupera su antiguo nombre de Avenida Duarte. Mientras tanto, ya para entonces, en 1961, todos los espacios estaban ocupados por comerciantes judíos, árabes, minoristas, mayoristas, con cinematógrafos y entretenimientos que llegaban hasta altas horas de la noche.

Para los años 60 la alameda con sus árboles sería barrida, debido a la intensificación del fenómeno automotriz.

Me quedo con el mar de esta imagen. Ese azul que nos recuerda nuestro lugar en el espacio. Ese mar que ojalá y lo hubiésemos tenido más en el alma.