En 1927 se promocionaba mediante una tarjeta postal el balneario-restaurant “Masipedro”. Situado en Bonao, este establecimiento debía ser el primero en su género en el país dominicano. Se presentaba como punto en el centro de nuestra media isla, señalando sus ventajas geográficas, destacando a su vez la Exposición Nacional que por entonces se celebraba en Santiago de los Caballeros.

Inaugurada ese gran evento el 5 de mayo de ese año, aquel terreno de unos 300 mil metros cuadrados, localizado hacia el nordeste de la capital cibaeña, debía compendiar las riquezas artesanales y agro-industriales del país.

Si Londres, París, Buffalo y pronto New York tenían sus grandes exposiciones, ¿por qué el gobierno de Horacio Vásquez (1924-1930) no podía disponer de la suya?

Hasta ahora de esos años de horacismo se ha acentuado por lo general su carácter transitorio hacia la nueva república –tomando en cuenta que habíamos salido de los ocho años de Ocupación norteamericana (1912-1924)-. Sin embargo, hay un detalle a señalar: la acentuación del caudillismo, sus apelaciones a la modernidad y la modernización, y la manera en que dentro de esos ámbitos fue un pequeño laboratorio para la próxima Dictadura, la de Rafael L. Trujillo Molina (1930-1961). La figura clave de ambos periodos fue Mario Fermín Cabral, Presidente del Comité Ejecutivo de la Exposición Nacional, Gobernador de la Provincia, y a quien le deberíamos en 1936 la boutade de que Santo Domingo se transformase en Ciudad Trujillo.

Combinación de Luna Park y Coney Island, la Exposición Nacional de Santiago reveló la conciencia que tenía el Estado en torno a la significación de la comunicación como dispositivo de legitimidad. Como gran novedad técnica del evento, se debería citar la instalación de una radiotransmisora en esos predios, cuando aún esas técnica estaba en sus inicios en el país. El dominicano seguía descubriendo el moderno concepto de “tiempo libre”. Ya no solo eran los juegos de béisbol, las fiestas, las marchas, las orquestas, carnavales y celebraciones históricas las que marcaban el nuevo tiempo: también el Estado se incorporaba hacia la oficialización del tiempo libre.

El balneario y restaurant “Masipedro” reconocieron la oportunidad, innovando puntualmente, reconociendo las bondades de un espacio –el balneario-, de un punto central dentro de un recorrido –Bonao-, y de un espacio de socialización que se iba imponiendo en las ciudades, el restaurante.

La postal magnificaba la Exposición. Aquellos módulos ilustrados tipificaban los proyectos de memoria y de desarrollo nacional. En su extremo derecho sobresalía un modelo de panteón o Palacio Nacional –los capitolios de Washington o el habanero seguramente sirvieron como referencia, pero no importaba, ya tendríamos uno en 1944 como Palacio Nacional.

En esta Exposición Nacional no solamente se mostraban productos. La instalación de arcos de triunfo en Santiago de los Caballeros se renovaba, irradiando a buena parte del país. El Estado también reveló un nuevo campo de acción: el de la arquitectura, tanto en su versión patrimonial histórica como en sus proyectos de modernidad. Aunque este horacismo no se destacó en lo oficial por construcciones nuevas, sería en el marco de su último lustro cuando el paisaje urbano de Santo Domingo sería finalmente removido de sus estructuras coloniales.

De “Masipedro” no disponemos mayores informaciones que las brindadas por esta postal. Bonao pronto seguiría siendo un feudo de un área familiar de los Trujillo. La radioemisora que fue provisional en Santiago, aquí se establecería posteriormente –la Voz del Yuna.

De su anuncio de “comida a todas horas” no hay que hacer grandes comentarios. De “licores y frutas frías”, destacar la noción de clima insular y la emergencia de “lo frío” como un nuevo valor de la gastronomía. Un detalle bien curioso y advertido con algunas dificultades, gracias a una lupa, lo vemos en el extremo inferior derecho: la inclusión de alguien que está filmando el evento de la Exposición. Si ya teníamos una escena similar –en la foto de la coronación de la Virgen de la Altagracia en 1921, en la puerta del Conde-, ahora se confirma la importancia del registro fílmico y el papel del fotógrafo en la sociedad moderna dominicana. La historia es registro. Lo visual también es un documento, una comprobación, la posibilidad de extender una experiencia mediante la recreación visual. La demostración de una conciencia visual del horacismo luego sería aprovechada y refinada por el trujillato que se avecinaba.

A veces una imagen puede ofrecernos claves para lecturas de nuevas reglas gramaticales del poder. El balneario-restaurant “Masipedro” únicamente quería pescar a los nuevos turistas locales que se movían de Santo Domingo a Santiago. Y ahí está la magia de la publicidad: cuando sigue diciendo sobre su tiempo -también el nuestro.