Tienen vértigo, te arrastran, son también como imanes o puertas abiertas. Difícil no sucumbir al encanto de las imágenes que te lanzan preguntas de difíciles respuestas, indicios de otro país la alfombra del país del que sospechas conocerás ya lo suficiente. Y aquí está el sino de esta imagen del Alcázar de Colón, que valdrá más por los graffitis en las paredes de la Puerta de San Diego que por otra cosa.

Accedemos a los dispositivos ruínicos de Santo Domingo. Desde la hora inicial de la colonización la varita fundadora trocaba en futura ruina lo que tocaba. Con mal de fábrica venían los proyectos colombinos: el Almirante atenazando por aquí con sus insistencia de conquistar lo más rápido posible la ruta a Indias, Don Fernando en el otro extremo, asegurándose siempre más y más territorios para su Corona.

Con esta toma de Alfredo Senior comencé mi colección de postales. Lo que más me encantó fuero los anuncios de cervezas de Cincinatti y la existencia la Fonda La Catalana. ¿Quién habrá hecho esos letreros? ¿Cuál era la estrategia de marketing, los materiales utilizados, el sentido de unos anuncios justo a la entrada de Santo Domingo y sobre algo un monumento colonial?

Con toda seguridad que el status que hoy le concedemos a esas estructuras ribereñas del Ozama en aquellos días iniciales del siglo XX eran otros: partes de la ciudad, material sobre el cual imponer la imagen de sus negocios, el atraer obreros de aquella zona portuaria.

La noción de “monumentos coloniales” en realidad eran las de las “ruinas” cantadas por Salomé Ureña. De nuestros monumentos recién se tuvo conciencia pública en tiempos de la Ocupación norteamericano. Ruinas como las del Convento de San Francisco eran más bien consideradas como grandes depósitos de materiales de construcción. Los ladrillos coloniales, muchos de ellos con más de trescientos años de existencia, se trasladaban simplemente de un lugar a otro para nuevas edificaciones. Así se evitaba la inversión en artesanos, el duro trabajo de tallar la piedra o mezclar el barro, la arcilla, o el material que se considerase necesario para la construcción.

Estamos a la puerta de la ciudad y Senior nos señala al Alcázar. A contracorriente, preferimos viajar por estos anuncios. Esa vida cotidiana, simple, que no siempre llegaba a los anuncios publicitarios, está aquí, revelándonos usos, costumbres, espacios, ritmos urbanos.

Subrayar los ritmos que han conformado nuestra urbanidad, acentuando aquellos en los que se revelan los órdenes urbanos, el día a día, el sueño, también la magia de lo que fuimos como razón poética de lo que somos. Ahí estamos, preguntándonos por la Fonda La Catalana y sus cervezas y también por Manuel Pérez, y obviamente por todos aquellos cuyos nombres no pudimos leer pero que habrán estado inscritos en esta pared, la de todos, la  nuestra.