Debería conocérsele como “Cementerio Municipal”, pero el poco arraigo de su presencia en el entorno capitaleño la ha conducido a simplemente reconocerse como “Cementerio de la Avenida Independencia”.

En términos urbanos, ya hemos planteado en otra ocasión que este cementerio fue el gran legado de la Ocupación haitiana (1822-1844). Los muertos comenzaron a ser sacados de los predios eclesiásticos, no solo por la prédica revolucionaria –francesa- de convertir esos monumentos en territorios de la civilidad, sino también porque en términos de espacio no habría otra logística ante eso que nunca cesa: la muerte.

Los fallecimientos por causas sociales fueron aumentando escalonadamente en aquellos años de la primera República, tanto por las guerras como las epidemias que afectaron la ciudad, en particular la de cólera morbus en 1865. Cien años después de esta epidemia, debido a los eventos de la Guerra de abril de 1965, se enterrarían a los últimos muertos.

El ordenamiento de este espacio mortuorio estuvo marcado por el reconocimiento cuasi oficial de las diferentes creencias, primero las masonas, católicas y judías, y posteriormente las protestantes.

Esta imagen se titula “Necrópolis y Carretera del Oeste”. Sin nombre de ciudad, podría ser cualquiera en América latina en esos principios del siglo XX. Lo curioso es que, a pesar de que desde 1893 la vía ya tenía por mandado municipal el nombre de “Avenida Independencia”, más de un decenio después se le siguiese llamando por su nombre técnico.

Los cementerios –como ahora también los moteles y las industrias-, marcaban los límites de la ciudad.

Desde tempranos tiempos en la Colonia este sendero se había abierto debido a la Playa de Guïbia y más allá, la Fortaleza de San Jerónimo y luego Haina y el resto del Oeste en el país.

Con la bonanza de la Segunda República, aquella que iba dese 1865 hasta principios del siglo XX, las familias más pudientes fueron estableciendo aquí sus villas, integrando las salidas al mar Caribe como parte de sus patios. Asumir el mar fue, entonces, un acto privado. Bañarse, un acto público pero solo practicable en sus afueras, en Güibia.

Necrópolis o cementerio, todo depende del grado de majestuosidad que deseemos conferirle a este espacio final de la vida. En una de sus cartas a Milena, Franz Kafka comentaba la extraña relación de que entrar a un cementerio era como entrar a una ciudad. Y ciertamente: los ángeles recordando a los niños, las tumbas a escala humana, la cantidad de historias contenidas en sus lápidas, todo se convertiría en pura narrativa urbana.

Pero detengámonos en esa imagen. Quien cuida o se encarga del espacio está sentado. El resto de los contertulios, que están en actitud de paso porque no se quitan los sombreros, asumen un simple diálogo. Posiblemente eran obreros a la espera de trabajo. La ciudad puede que no ofrezca cafés o esquinas para el encuentro social, pero sí este punto laboral imanta por la capacidad de generar historia e historias.

Los dos coches en movimiento revelan la integración que tendrá esta Carretera del Oeste con el centro urbano, mientras el que está aparcado revela la bonanza de sus habitantes. La ciudad tendría poco más de un kilómetro de largo, desde este ponto hasta la orilla del río Ozama, pero no importaba: el transporte en coche era síntoma de prestigio. El andar a pie posiblemente no estaba bien visto. A pesar de la temporalidad de la nueva república, con sus lentos ritmos, dentro de una economía marcada en muchos aspectos por la auto subsistencia, la apelación al coche establecería una marca social. Sería la diferencia.

El último detalle a destacar: la arborificación. Lo abrasivo que luego resultaron los árboles de la Avenida Independencia revelaban un desconocimiento de sus alcances. Lo armonioso-ornamental ocultaba sus posicionamientos prácticos. Bien colocados, en fila, estos árboles debían refrescar, concederle algo de naturaleza a un espacio estrictamente intervenido por los nuevos conceptos de progreso. Estamos ante los nuevos dispositivos del poder, aquellos con armonías geométricas, donde la línea se impondría al caos de simplemente natural.