En cada imagen hay una propuesta de orden, de ritmo, de momento histórico. Captarlo ya supone una conciencia de archivo, de comunidad, de visión, de conservación.
El trujillato desarrolló tempranamente una conciencia de la importancia de los dispositivos iconográficos. Hasta 1936 hubo una especie de tolerancia en cuanto a las imágenes de la pobreza y la miseria en la prensa. Luego de levantada la “Ciudad Trujillo”, de implicarse la dictadura en un asentamiento de sus designios a nivel estatal con una conciencia programática, se instituyó una censura oficial que poco a poco fue siendo asumida de manera automática.
Aun así, el subrayar nuestros paisajes de marginalidad se producía de manera irregular, inoficial, muchas veces bajo el prurito del consumo interno, o sirviendo a esa mirada imperial que siempre nos subsume en sus paradigmas excluyentes.
Uno de esos reporteros anónimos recorrió Santo Domingo a mediados de los años 40. Se caracterizó por su grafía particular de “Ciudad Trujillo”. Fotografió el puerto de la ciudad –inaugurado en 1938-, y se internó por los alrededores del Mercado Modelo.
Estamos en la esquina de la calle Hernando de Gorjón con Tomás de la Concha. Los paseantes han advertido la cámara. Tal vez se tomó su tiempo el montaje de la cámara o la exposición, pero los actores están atentos al fotógrafo. Tratan de posar de alguna manera. Y lo hacen con un gesto que revela cierta conciencia del situarse plásticamente. Los dos niños completos y la cabeza de otro están fuera de foco, lo que revela poca pericia en el arte del encuadre. O tal vez la luz era abrazadora en esa hora en la que unos desmontaban sus fardos del camión.
De los dos que en la primera línea están fuera de poco, podría especularse que son un estudiante y un pequeño trabajador. Uno va con su gorra y su traje de escolar, el otro anda vestido como un obrero. También hay una jovencita en el grupo que también podría considerarse seguramente como una dependiente de algún negocio.
En la hilera de edificaciones que baja desde la Benito González, a la derecha, se advierte un bloque de edificaciones que van de tres, dos y una plantas. Según fotografías de 1930, éstas ya habían sobrevivido al ciclón de San Zenón, de manera que podría datarse su erección hacia años 20, entre finales de la Ocupación norteamericana y los tiempos de Horacio Vázquez.
Hay un negocio muy particular en esa calle Tomás de la Concha, en el extremo derecho de la foto-postal: la Fotografía Mendoza, de la que no tenemos detalles, pero que debió dedicarse a los usuales retratos para documentación personal.
Estamos en una típica zona obrera de Ciudad Trujillo, adyacente al Mercado Modelo. Carretillas, ventorrillos, la cantidad de actuantes en el lado izquierdo, su disposición casi operística, que podría llegar si no a lo wagneriano, sí a cierta versión tropical del teatro de Brecht –pienso en “Die Dreigroschenoper” (“La ópera de los tres centavos”). Son rostros a la espera, y también a la deriva. Curiosos, cansados, no dan muestras de lograr empatía con el fotógrafo. En el reverso de la foto-postal tampoco hay escrito alguno.
El fotógrafo acaba su trabajo. Luego escribirá “Ciudad Trujillo”. Habrá conservado ese momento de dureza de niños y jóvenes a la espera de que algo sea comprado, vendido, luego de haber sido cosechado y cargado.
Un coro griego cerca del Mercado Modelo de Ciudad Trujillo que no se canta.
Aquí se queda cada quien. Con su dolor.