El Santo Cerro es un espacio “sagrado” en nuestra geografía. Aquí se expresa la bondad de la naturaleza por la capacidad de percibir el histórico valle de la Vega Real, que tanto encandilara al Almirante Cristóbal Colón y a su tropa. Lugar rodeado de leyendas, tempranamente la colonización instaló en este lugar su mito esencial de fundación: el referido a la histórica cruz iluminada gracias a la aparición de la Virgen de las Mercedes, en un encuentro que se saldaría con la derrota de los aguerridos indios. La cruz salvadora se habría hecho de unos ramos de níspero, el mismo árbol que no importa que se seque o sea derribado, siempre habrá uno ahí, a la entrada del Cerro, y así desde 1495.

Santo Cerro, 1917

(Curiosa la presencia del Almirante: por su ceiba en Santo Domingo y su níspero en el Santo Cerro).

El primero en conceptuar la significación de este espacio fue también uno de sus moradores cercanos, fray Bartolomé de las Casas. Luego de publicada su monumental Historia de las Indias, dejará entre sus manuscritos su Apologética historia sumaria. En este texto plantea al Santo Cerro como un nuevo paradigma de lo maravilloso divino en el Nuevo Mundo. Las Casas razona la manera en que en este espacio lo histórico y lo sagrado se revelan por la majestuosidad de las visiones, lo fresco, lo fértil del ambiente, conllevando la necesidad de repensar los saberes hasta ahora establecido. Según esta visión, en el Santo Cerro se podría ser más afortunado que en las Islas Fortunadas. A pesar de lo extenso que puede resultar la cita, dejemos expresar al célebre fraile dominico sobre esta arcadia tropical:

“que ningún hombre prudente y sabio que hobiese bien visto y considerado la hermosura y alegría y amenidad y postura desta Vega, no ternía por vano el viaje desde Castilla hasta acá, del que siendo filósofo curioso ó cristiano devoto, solamente para verla , y después de vista y considerada se hobiese de tornar; el filósofo, para ver y deleitarse de una hazaña y obra tan señalada en hermosura de la naturaleza, y el cristiano para contemplar el poder y bondad de Dios, que en este mundo visible cosa tan digna y hermosa y deleitable crió, para en que viviesen tan poco tiempo de la vida los hombres, y por ella subir en contemplación qué tales serán los aposentos invisibles del cielo, que tiene aparejados á los que tuvieren su fe y cumplieren su voluntad, y coger dello motivo para resolvello todo en loores y alabanzas del que lo ha todo criado. Pienso algunas veces, que si la ignorancia gentílica ponia los Campos Elíseos comunmente en las islas de Canaria, y allí las moradas de los bienaventurados que en esta vida se habían ejercitado en la vida virtuosa, en especial secutado justicia, por lo cual eran llamadas Fortunadas, y teniendo nueva dellas acaso aquel gran Capitán romano, Sertorio, aunque contra Roma, le tomó deseo de irse á vivir y descansar en ellas por una poquilla de templanza que tienen (y aun la tierra dellas es harto seca y estéril , y las sierras ásperas y peladas en las más partes) , ¿qué sintieran los antiguos, y qué escribieran desta felicísima Isla, en la cual hay diez mil rincones, y en todo este orbe de las Indias cuentos de millares, cada uno de los cuales difiere tanto, en bondad, amenidad, fertilidad y templanza y felicidad, de la mejor de las islas de Canaria, como hay diferencia del oro al hierro y podría afirmarse que mucho más? ¿Cuánto con mayor razón se pusieran en esta Vega los Campos Elíseos, y Sertorio la vivienda della cudiciara, la cual excede á estas Indias todas , y siento que á toda la tierra del mundo sin alguna proporción cuanta pueda ser imaginada?” (Bartolomé de las Casas: Historia de las Indias. (Historia de las Indias, tomo V, edición a cargo de Feliciano Ramírez de Arellano, marqués de la Fuensanta del Valle, y José Sancho Rayón, Imprenta de Miguel Ginesta, Madrid, 1875, pp. 293-294).

Detalle, Santo Cerro, 1917

 

Gracias a esta tradición mágico-religiosa, el Santo Cerro se convirtió en el sitio de peregrinación por excelencia. Cada año, el 25 de septiembre, se celebraría en este espacio el Día de las Mercedes. Santificarse, lograr sanaciones, cumplir promesas, buscar milagros, nada como subir hasta sus alturas para conectarse con el altísimo.

Como territorio de romerías y grandes concentraciones, cobró importancia para la naciente fotografía local. Los campesinos dejaban los azadones y otros instrumentos para vestirse de “ciudadanos”.

De frente tenemos a uno de esos grupos de creyentes, curiosos y muy probablemente habitantes de la zona. Se están articulando para el acto fotográfico. Salvo los cuatro de la izquierda y los dos de la derecha, todos son niños y jóvenes. Hecho curioso: una gran cámara fotográfica con su técnico también está haciendo su trabajo. Mientras el fotógrafo saca sus placas y revisa alguna cosa, buena parte de la tropa está pendiente al que sí está haciéndole clic a su cámara. Y de nuevo volvemos al tema de la indumentaria como ritornelo: la obligatoriedad del sombrero o el gorro para los varones: podrás estar descalzo o como quieras, pero no podrás tener la cabeza descubierta, porque eso es irreverencia social. Al asumir la calidad de tu presentación personal en público, harás conciencia de los valores del comportamiento social, del movimiento en sociedad, de tu exposición ante los otros, el espacio público. Podrás estar descalzo, vivir en la miseria, pero el pelo al vuelo no estará permitido.

Hay dos jóvenes sobresalientes: el quinto de izquierda a derecha, con su traje oscuro, y el que está justamente en el centro, con su traje blanco. Ninguno de los dos sabe cómo comportarse delante de la cámara. No asumen los gestos tradicionales del posante. Lo más seguro es que en ese contexto agrario, sea la primera vez que estos sujetos hayan visto cámaras fotográficas. No saben cómo exponerse. Incluso la corbata del de traje blanco está ladeada, como si fuese un bicho extraño que se escabulle, que no se sabe controlar, y por eso también las piernas abiertas, sin grados de firmeza.

Las mujeres están en segundo plano. Hay cuatro muchachas al fondo, con flores y algún tocado en su cabeza: mujeres subordinadas en el orden visual y también cotidiano. (Tema para pensar más adelante: la mujer dentro de la fotografía). También hay dos mujeres negras, de las cuales sólo se advierten parte de sus rostros, lo cual sería una subordinación doble.

Estamos en momentos en que la fotografía penetra en nuestros campos. Es tiempo de socialidad, de compartir creencias, de renovar la fe, de seguir desarrollando una conciencia de pertenecer a una comunidad.

Aquí los fotografiados parecen ser campesinos depauperados de la zona a los que de alguna manera hay que integrar dentro de la nueva cultura visual que normalizará al país dominicano.

El imaginario se nutre de estos registros.

País y paisaje: somos el contenido de estas imágenes.