Foto, documento, testimonio, punto de una inmensa raya. A veces una imagen te dice tanto del presente como de su instante. Pasas por un espacio y si también tocó el “tic” del fotógrafo hacía tiempo, entonces sabrás que la narración se ha producido.
La ciudad también es una escritura, una narración. Eso lo descubrió Víctor Hugo al contemplar la iglesia de Nuestra Señora en París y lo confirmó Charles Baudelaire años después al chocarse cada noche con la noche.
Ahora presento una foto-postal de una serie de tres. Seguramente fue hecha a mediados de los años 30 o tal vez, pero fue enviada poco después de 1936, debido a la notación: “Santo Domingo (Ciudad Trujillo)”. Son tres imágenes genéricas para el turismo: la Puerta de San Diego, el Alcázar de Colón y la Catedral. En cada una hubo un aspecto pedagógico: se escribía la fecha de levantamiento de la construcción.
Aquí tenemos la imagen de la Catedral desde su ángulo noroeste. En los dos extremos inferiores, se indican las mediaciones más importantes de esa Casa de Dios: a la derecha, el Teatro Capitolio, representado por un letrero de una de sus películas, que se ve a medias. Tal vez de tenerlo completo pudiéramos identificar la fecha de la foto. En el extremo inferior izquierdo, están las farolas y bancos del Parque Colón.
Todavía el Parque no estaba integrado orgánicamente a la Catedral. Estaban separados por la Calle Juan Barón. Lo civil no se fundía con lo eclesiástico, pero con el trujillato sería diferente, y con la llegada de los doce años de Joaquín Balaguer (1966-1978) mucho más.
La foto-postal de la Catedral debería señalar los portentos de la más importante edificación colonial en el Caribe. Habría de transmitir la magnificencia de sus capillas, la armonía de su fachada, a pesar de su campanario inconcluso. Todo lo demás tendría que ser un adorno, un complemento. Sin embargo, aquí estaba este gran árbol y esta pareja estirada, como si hubiesen asistido a “La danza nupcial” de Pieter Brueghel el joven.
Hay “inconsistencias”, “ruidos”, “anécdotas” que a veces se integran en las imágenes que al final constituirán lo significativo, lo que dice, lo que se resalta y permanece.
Mal que bien conocemos la historia de la Catedral primada de América.
Del Parque Colón, más o menos. Lo que sí podría establecerse sería la importancia de este árbol: su implantación, el concepto de jardinería en el que quedó insertado, su crecimiento, sus funciones, sus luchas contra los constantes ciclones que nos visitan. Un árbol es principio ecológico, implica una visión y una relación con la naturaleza, un uso de esos bienes que a veces creemos imperecederos pero no, también la naturaleza se resiente y a veces también muere.
El habitar en lo frondoso del Caribe nos ha llevado a una conciencia poco conservacionista de nuestro espacio natural. La capacidad que se produce en nuestras tierras de rápida regeneración no nos lleva al punto de que la naturaleza es una unidad. Ciertamente pueden devastarnos los huracanes, las inundaciones, pero el hecho de que tengamos el verde nuevamente, meses después, nos ha llevado a una limitada conciencia en torno a la necesaria conservación, día a día, de lo que nos rodea y sustenta.
Este gran árbol de la esquina del Parque Colón también tiene su historia. Podríamos establecerla a partir de una visión comparativa, determinando sus dimensiones y orientaciones a partir de las fotografías donde se contiene. Combinaríamos las políticas edilicias en torno a la jardinería general del Parque, con el estudio de los efectos que han tenido los momentos de violencia: las guerras, las lluvias y tornados.
Si la historiografía dominicana hubiese sido más receptiva con la Escuela de los Annales, con aquellas líneas establecidas por Lucien Febvre y Marc Bloch, y seguidas por el genio de Fernand Braudel, tal vez esta manera representase amplias visiones. El marxismo, sin embargo, no ha sido todo lo fructífero entre nosotros: ha visto a la naturaleza como algo subsidiario, resolviéndose todo en una identificación de los actores de “la lucha de clases”.
Pero volviendo a la imagen que nos ocupa: lo cobija este árboles el tiempo libre de dos personas que aprovechan el tiempo para descansar, tal vez incluso para dormir en un espacio de tanta fuerza simbólica como el mismo Parque Colón.
La historia de este árbol con sus durmientes se hubiera quedado así de no ser porque en 1969 se procedió a la discusión en torno a sus funciones. La Oficina de Patrimonio Cultural, una institución bastarda creada por el balaguerismo para restarle funciones a un Ayuntamiento manejado entonces por el PRD, procedió a borrar la calle Juan Barón, unificando parque y catedral. En el número 284 de la revista Ahora!, el arquitecto Rafael Calventi, hablando a nombre de la UASD, donde había cumplido funciones de Director de su Escuela de Arquitectura, recomendaba la eliminación de este árbol. La razón: “impedía la perspectiva diagonal de las fachadas norte y oeste de la catedral”.
Por suerte que el árbol de los descansadores, los durmientes, los par de turistas y los cientos de amantes que habrán pasado por sus horcas caudinas y otros artilugios, no fue derribado.