Ciudad sin origen en la Colonia pero de alta significación nacional, urbe que ha sido rodada al quedar fuera de la gran autopista que comunica los último de la región Este con Santo Domingo, la Romana es algo así como un diamante opacado por los destellos de sus alrededores.

Equidistante de Higüey y San Pedro de Macorís, a 35 kilómetros de distancia, la Romana no vive de sí misma. Empujada por la industria azucarera y el turismo, se ha sustentado a partir de lo que acontece fuera. A pesar de la burguesía –con origen mayoritariamente extranjero- que la fundamentó en los años 20 y hasta los 40, no pudo desarrollar un perfil urbano propio. Hubo edificaciones de primer orden en términos arquitectónicos, pero su gran dependencia del azúcar la hizo devenir en un pueblo-calle.

En nuestra imagen se agrupan los elementos más típicos del pueblo: el ingenio azucarero al fondo, bombeando humo, como pintando el techo celeste. Bien al fondo, el Mar Caribe es una inmensa franja donde parece reposar la ciudad. Las grandes dimensiones de las vías nos recuerdan aquella frase de Miguel Ángel Asturias en “El señor Presidente”: “Calles tan anchas como mares”. El paisaje pudo perfectamente haber sido por Giorgio de Chirico: figuración desértica en cuyo centro un niño trata de montar una bicicleta, pero no puede. Se aprecia que es más grande que él mismo. Aun así, insiste. Todos los actores de esta foto andan en pantalones largos y solo tres –de siete- andan con una gorra. Recordemos una vez más la importante de este ajuar en el espacio urbano, casi obligatoria para todos, para todas las clases. La Romana será tan nueva como ente urbano que la tradición nacional aquí se relaja un tanto, no se sige ni persigue.

Las calles de la Romana, haciendo honor a su modernidad, disponen de acueductos. Como acontece en la mayoría de nuestros pueblos, en las aceras no hay árboles. Un detalle interesante a este respecto: los dos palos de luces en la foto-postal están fuera de la acera, dentro de la calle.

El Parque dispone de una jardinería rústica. Simples son los árboles. Está bien distribuido, con sus bancos de cemento y su lámpara, pero sin paseantes. En el extremo derecho inferior, el tradicional marchante, con su mulo y su sudor.

En 1941 La Romana era una ciudad sacada de la caja. Sus orígenes se remontan a 1897, con el establecimiento de una refinería de petróleo. Pescadores, obreros, comerciantes, todos comenzaron a ordenarse, como dentro de una caja que pronto dejó ser de sardina. Con la construcción de su gran molino en 1917, se van asentando sus principios urbanos.

Por estos predios pasó el genio de Ramón Marrero Aristy (1913-1959). A sus veinte años publica “Perfiles agrestes”, una compilación de cuentos y reportajes. Desde sus preocupaciones en torno al tema de la autoridad, el orden, e incluso, la ecología, Marrero Aristy lograr un preciso cuadro de la vida romanence de aquellos años.

Aquí están las calles una moderna ciudad dominicana, con sus habitantes desafiando órdenes y asumiéndose también en sus desiertos. Así fuimos. ¿Así seremos?